“Los españoles siguen igual de locos que en la época de la conquista”, aseguraba hace unos meses la poeta uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) al saberse ganadora del Premio Cervantes. Pero siguiendo su lógica, en esa nómina habría entonces que incluir a los mexicanos que hace pocos mese le otorgaron el Premio de la FIL de Guadalajara o a sus propios compatriotas uruguayos que la semana pasada le han entregado la medalla Delmira Agustini, principal reconocimiento nacional, y han acuñado incluso el neologismo Idamanía, al que ella, siempre derrochando humor e ironía, quita importancia asegurando que “al idioma español a veces se le va la mano”. Lo que está claro es que la poeta disfruta de un año prodigioso en reconocimientos, lo que ha tentado a los periodistas presentes en un encuentro en Formentor, donde es invitada de honor como ganadora del FIL, a preguntarle si se ve en las quinielas del Nobel. “No creo. Todavía no mandé la torta o los bombones”, asegura entre risas.
Siguiendo el tema de las Conversaciones Literarias de Formentor, que en esta XII edición versan sobre Monstruos, bestias y alienígenas. Las foscas quimeras de la ilusión, Vitale asegura que “los monstruos abundan más en la vida y la literatura los copia”, pero que como es muy prudente “mis monstruos quedaron en la infancia. Es el temor lo que atrae a los monstruos, y yo por ahora los temores los controlo”. Lejos de sentirse intimidada por monstruos, un rasgo que siempre se destaca de la poeta es su insaciable curiosidad, algo, que ella achaca, modestamente, a una “ignorancia reconocida. Hay multitud de cosas que descubren la ignorancia y la curiosidad la atenúa. Soy curiosa desde la infancia, pero no me gusta abrir puertas de golpe”, afirma prudente.
Inmersa en el mundo de la poesía desde hace setenta años, cuando publicó La luz de esta memoria, Vitale reconoce que la figura del poeta ha cambiado mucho desde entonces. “En Uruguay, que siempre fue un país un poco especial, los poetas eran muy respetados y eran mantenidos a distancia. Eran figuras veneradas”, recuerda. “Pero hoy en día un poeta puede ser un señor que está parado esperando el autobús. Aunque creo que es mejor así”. También ha recordado como en su época, las mujeres que escribían poesía “eran vistas, en cierto sentido, como unas descocadas”. Sin embargo, asegura que ella nunca sintió el machismo, y que, por ello, “el feminismo nunca se me planteó”, por lo que encuentra difícil “ser agresiva con algo que nunca viví ni me afectó. Uruguay siempre ha estado bastante libre de eso, y en mi casa las fuertes eran las mujeres, mis tías, y siempre me tomé más en serio a las señoras que a los señores”, reconoce entre risas.
Al último viaje, todavía escribiendo
El humor sardónico es una de las señas de identidad de Vitale, que mantiene una conversación ágil y vibrante. “El humor me ha salvado en parte de la vida, que es lo primero de lo que hay que salvarse”, asegura. Una vida que, por diversos avatares ha sido bastante movida. Exiliada de Uruguay en los años 70 a raíz de la dictadura, la poeta reconoce que a pesar de los nuevos encuentros y descubrimientos que le proporcionó vivir en México (experiencias que relató en sus recientes memorias, Shakespeare Palace), “donde me acogieron y me integraron de una forma total”, siempre sintió “una constante nostalgia, melancolía, pena por lo dejado. Está en mi psicología añorar más lo viejo que celebrar lo nuevo”. Ahora, tras vivir varios años también en Estados Unidos, hace algo menos de dos que ha regresado a Montevideo, a donde asegura tener la sensación de estar llegando todavía. “Espero que sólo me quede un último viaje, pero de ese no podré sacar consecuencias para ustedes”, dice sonriendo.
A pesar de todo, Vitale no pierde comba y reconoce estar escribiendo nada menos que una novela. “Aunque de momento es sólo una cosa, unas pocas páginas, seguramente peor que muchas otras, porque claro, los años no ayudan”. Eso sí, no pierde ojo a la poesía, que considera que aún hoy es lo que siempre fue para ella. “La poesía es, siempre ha sido, un repositorio donde una pone cosas que en el futuro pueden servir”. Nada más y nada menos. Pero a la hora de leer, la escritora tiene claro que se decanta por la narrativa. “En general no me conmueve un poeta, me conmueve un poema, y además poemas muy distintos, tengo esa gran suerte. Pero me gustan mucho más las novelas porque en ellas entras totalmente en un mundo propio, algo muy difícil de conseguir con la poesía, a no ser que a uno le guste entrar en un mundo irreal”, opina.
Y es que para ella, ávida lectora desde niña, “como buena hija única consideraba terrible llegar a la noche sin haber leído un libro”, la clave de la lectura siempre ha sido la complejidad, la incomprensión. “Me gustaba que al leer hubiera fronteras que traspasar, cosas que no entendía y hacían de ese mundo nuevo algo apetecible, apropiable. Para mí, la claridad, tan mencionada y tan exigida por muchos, es un peligro. Creo que debe haber siempre zonas oscuras, difusas, que exijan más”, concluye Vitale, que asegura seguir sorprendiéndose y aprendiendo a los 95 años.