Los orígenes del cómic, a principios del siglo XIX de la mano de Rodolphe Töpffer, con sus relatos cotidianos y de trazo suelto (Los Amores del Señor Vieux Bois, 1837), arrojaban una visión satírica construida sobre el conflicto que implica la convivencia. Han pasado algunos años y sin embargo aquellos asuntos siguen incrustados en nuestro hipotálamo. Ocurre que nuestra aproximación a estos menesteres se puede hacer desde entendimientos tan afilados y cosmogónicos como el de David Sánchez.
En su nueva exploración por el lado irracional y místico del día a día en el planeta Tierra (que es nuestro planeta es una suposición mía) nos remonta a un instante temporal desconocido donde ubica un breve relato de una fuerza plástica demoledora sobre la cohabitación entre especies antropomorfas. En un entorno desértico, la presencia azul de un cielo africano lo abarca todo para atraer fuerzas desconocidas capaces de cambiar el destino de especies mutantes. Para satisfacción del lector lisérgico, entre los que me encuentro, las viñetas se inundan de colores y formas con la capacidad de absorber nuestra atención, sacudir la apatía y evitarnos cualquier comodidad. Y lo consigue.
También consigue una narración ancestral, en la mejor tradición del lenguaje secuencial, sin la necesidad de la palabra, que otorga la posibilidad de encontrar dentro del cómic múltiples relatos: el inesperado, el previsible, el violento, el sensual, o el apocalíptico. Puede que no entienda nada o que por el contrario esclarezca, tras la conveniente reflexión, los misterios del universo.
Pero sobre todo se percibe un autor dotado de una personal forma de honestidad que empapa las viñetas. Por eso hay una lectura alternativa de esta obra: abandonar la retórica o la impostura, dejarse llevar por el carrusel de sensaciones que proporciona En otro lugar, un poco más tarde y disfrutar sin pensar. A mi esta opción es la que más me gusta.