Director aclamado y exitoso del cine español, Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) triunfó a lo grande con su debut en el largometraje, Azuloscurocasinegro (2006) y desde entonces se convirtió en uno de los cineastas más premiados y exitosos del panorama español. Películas como Gordos (2009), Primos (2011) o La gran familia española (2013) cimentaron su fama y prestigio con su retrato agridulce de cuitas cotidianas de personajes reconocibles en la sociedad española. La familia siempre ha sido un tema preeminente en el director y vuelve a ser protagonista en su regreso a la gran pantalla y en poco tiempo a Netflix con la emotiva y lograda Diecisiete, en la que Sánchez Arévalo se acerca primero al cine social para después contarnos la historia de dos hermanos muy jóvenes que durante un viaje juntos aprenden a volver a quererse y cuidar el uno del otro. Ellos son Héctor (Biel Montoro) y su hermano, algo mayor, Ismael (Nacho Sánchez). La historia arranca cuando el primero se fuga de un centro de reclusión de menores en el que ha sido encerrado después de varios hurtos más o menos violentos para encontrar al perro con el que ha hecho terapia adiestrándole y del que se ha encariñado. El segundo le promete que le acompañará a buscar al perro si promete regresar al centro mientras siga siendo menor y no sea probable que entre en la cárcel de adultos. Cuenta Sánchez Arévalo que ha querido hacer su película más sencilla y menos abigarrada, basando toda la trama en la relación descompuesta y recosida de esos dos hermanos huérfanos a los que separa un abismo de dolor y une un torrente de afecto.

Pregunta. ¿Por qué lleva tanto tiempo sin hacer películas?

Respuesta. Han sido varias circunstancias lo que pasa que creo que estas circunstancias me han ayudado. No he rodado ninguna película, pero creo que me he convertido en mejor director. Llevaba como tres películas seguidas con dos años de diferencia que básicamente es no parar porque entre que te pones a escribir una y luego la haces es el tiempo que pasa. Como a mí me gusta escribir de cosas muy cercanas y que me afectan y me rodean, siento que si no vivo, no siento y no me pasan cosas, no veo, no observo, me quedo sin nada que contar. En estos seis años escribí una novela que fue una burbuja en la que estuve metido tres años. Luego tuve dos proyectos fallidos. Uno por decisión propia porque sentía que era demasiado continuista con mis anteriores películas y decidí pararlo. Y el otro fue darse de bruces contra la realidad. Uno piensa que tiene una posición en la industria y puedes hacer lo que quieras y resulta que no. Era una historia de posguerra, una novela además de mucho éxito, y no hubo manera de levantarlo. Diecisiete acabó siendo mi refugio, era una historia que tenía desde hace tiempo y la antepuse.

P. ¿Se convierte ese perro con tres patas en una metáfora de la película?

R. El perro de tres patas es una metáfora de que todos cojeamos de algo, se aceptan el uno al otro y tienen que aprender a encajarse, ayudarse, puedes ser esa persona que se apoya. Creo que todos flaqueamos, nos falta alguna pata, alguna pieza importante en nuestra vida, esa búsqueda, ese apoyo incondicional. Como me calificó mi productor y hermano José Antonio Félez, yo soy un pesimista optimista. Siempre planteo escenarios jodidos. Por ejemplo, Primos, un tipo que le abandonan el día antes de la boda, pero también hay esa necesidad de buscar la luz. No al final del camino sino durante el camino. De alguna manera de intentar plantear situaciones muy desestructuradas, muy descompensadas, y mimarles, buscar el lado positivo de la vida. Esta película habla mucho de aprender a perder. Recuerdo cuando rodamos esa secuencia en la que el hermano dice eso de “aprender a prender” me di cuenta de repente de que de eso iba mi película. Aprender a perder para ganar alguna vez también, claro.

P. ¿Nos resulta siempre muy difícil perder?

R. De pequeño era un chaval extremadamente competitivo. Yo era bueno jugando al tenis y mi padre me pedía que alguna vez dejara ganar a mi hermano y yo me negaba. Después, cuando te haces mayor, la vida te va dando palos y yo lo llevaba fatal. Poco a poco vas aprendiendo a sacar lo positivo de las derrotas y que casi siempre las mejores lecciones que te llevas en tu vida están asociadas con las derrotas, con las pérdidas. Da igual la situación o el punto de vida en el que estés que siempre estás conviviendo con pequeñas derrotas. Después hay derrotas inevitables como la muerte de un ser querido, que si no aprendes a sobrellevar estás muerto.

P. ¿Por qué se manifiesta con cierta frecuencia esa pulsión delictiva en la adolescencia?

R. Es un personaje que está muy desconectado, muy peleado con la vida… muy cerrado en sí mismo. Está peleado con el mundo y esta es su manera de encauzar esa frustración que tiene. Efectivamente, cometiendo delitos solo empeora su situación. Ahí es donde un perro te puede ayudar a manejar responsabilidades. Cuando he hablado con los adiestradores que ayudan a chavales en terapias con perros te cuentan que su finalidad sobre todo es que aprendan a manejar la frustración. Hay que adiestrarle, enseñarle, hay que tener mucha paciencia, tratarlo con mucho cariño. Eso requiere de muchísima más paciencia y aprender a manejar tus rabietas, tu frustración. Llegar a comunicarte y entenderte. Hay chavales muy desconectados que al conectar con el perrillo reconectan con la vida.

P. Quizá alguien piensa viendo el tráiler que la película trata sobre la relación de los adolescentes con los animales y luego el perro sale más bien poco…

R. Lo del perro es un McGuffin. El tráiler quizá está más centrado en lo del perro porque no me gusta contar las películas, prefiero mostrar solo los veinte primeros minutos como avance. Efectivamente, luego una vez el perro desaparece empieza la verdadera película. Todo lo que tiene que ver con el perro es el prólogo, arranca de verdad cuando se reúnen los dos hermanos en esta búsqueda, viaje a ninguna parte, en busca de este perro, pero que en el fondo es una road movie que trata sobre la relación que tienen entre ellos y ese muro infranqueable de incomunicación física y emocional. Vemos como poco a poco empiezan a ver chispazos y ese tejido se vuelve a recomponer un poquito.

P. En la película apenas se reflejan las verdaderas emociones de los protagonistas salvo en momentos muy puntuales, ¿quería trabajar desde la contención?

R. En el resto de mis películas siempre he tenido tendencia, tal vez por mis dieciséis años de psicoanálisis, a verbalizar mucho los sentimientos, lo que les pasa, lo que sienten. Y aquí era hacer el ejercicio totalmente contrario porque trata sobre dos hermanos que no se saben comunicar, que no se tocan. Hay una barrera constante entre ellos. Contar todo eso sin verbalizarlo, sin conocerlo, la incapacidad de hablar, los roles cambiados. Son dos hermanos que son cualquier cosa menos hermanos. Uno ha tenido que asumir responsabilidades que no le corresponden y el otro se ha rebelado de la peor manera.

P. ¿Por qué no cuenta el pasado familiar de los hermanos protagonistas?

R. Me gustaba que no saliera. Teníamos clarísimo todas las circunstancias. Lo trabajamos mucho en los ensayos además. Pero prefería no enredarme tanto en el pasado como centrarme en el aquí y ahora, en lo que está pasando en este momento y los nudos que hay entre ellos dos. Su hermano le ha denunciado. Y el hermano sabemos que algo le está pasando, pero no lo sabemos hasta bien avanzada la película.

P. ¿Cómo trabajó con los jóvenes actores para crear esa química de que son hermanos?

R. Tuve mucha suerte porque fue un cásting bastante rápido. En el momento en el que vi a cada uno de ellos por separado me enamoré. Fui muy privilegiado porque por parte de Netflix les parecía bien un cásting de caras desconocidas. Me daba miedo que me pidieran alguien que pudiera “vender” y en el momento que les puse juntos sentí una química brutal. Les junté dos veces y lo vi clarísimo. Es fundamental para mí los  ensayos. No ensayo escenas concretas del guión sino escenas paralelas relativas a sus circunstancias para que ellos aprendan a establecer ese vínculo, de relación de hermanos, peleados, que a la mínima se agarran, se encienden, no hay manera de que se pongan de acuerdo con cualquier tontería mínima y circunstancia, trabajar e improvisar muchísimo. Luego algunas de esas cosas acaban en el guión en la película `pero la mayoría no. Cuando vamos a esas situaciones concretas siento como que vuelan porque están muy armados, muy metidos.

P. ¿Ha revivido viejos sentimientos que tenía guardados?

R. Yo tuve una adolescencia horrible, era un chaval muy angustiado, muy desubicado, muy encerrado en mí mismo… y siempre consideré que yo no había tenido adolescencia. Entiendo que siempre el cine y la ficción no deja de ser un vehículo pare vivir o revivir cosas que quizá te has perdido. Sentir cosas que no sientes en tu vida diaria. Creo que en eso somos muy afortunados. Los actores también porque viven sus vidas a través de otros personajes. La ficción es como mi refugio, yo genero un viaje, en el cual efectivamente yo me meto en la cabeza de un chaval problemático de diecisiete años y vivo cosas y siento cosas que hacen estar más enganchado a la vida y a la realidad. Cada película es una road movie también para mí.

P. Resulta curioso ese “parapara” que dice como única palabra la abuela moribunda, ¿de dónde sacó esa palabra?

R. El parapara es un regalo de una amiga mía que me contó que su madre tuvo un derrame y solo dice “parapara” para expresar cualquier tipo de deseo de necesidad, me gustó mucho el hecho de que estamos todo el día utilizando palabras que no van a ningún lado, que no significan nada, que no nos ponemos de acuerdo. No hay manera. Algo que con una sola palabra te puedes llegar a entender y expresar todo lo que sientes y quieres. Igual que la relación con un perro que es muy directa y muy lineal. Te puedes entender de manera muy rápida e inmediata, lo que das lo recibes multiplicado por diez. Son lecciones de vida. Me gustaba lo que significaba.

P. ¿Cómo logra que la ambientación en el mundo rural resulte plausible?

R. Ha sido una experiencia de inmersión, escribo el guión, lo imagino, pero sé que hay una parte de investigación, me voy a visitar ganaderías y trato de conocer las situaciones propias de cada pueblo: las cuotas de la leche, los concursos de ganaderos... Sientes que si no eres fiel al lugar no estás siendo honesto. Si estoy rodando en Cantabria donde también son víctima de la despoblación rural tengo que contarlo. Eso lo verbaliza el primo cuando se queja de que no van al pueblo. He intentado darle espacio al espacio. Mis películas de antes eran más abigarradas y yo quería hacer una película sencilla y sentida con muy pocos elementos y aunque la cabra tira al monte, he intentado contenerme.

@juansarda