¿Qué libro tiene entre manos?
En este momento, literalmente, 200 o 300 libros –en este ordenador. Leo poco en papel: viajo mucho y los libros digitales me permitieron superar esa zozobra de no saber qué lectura llevar. Pero, si dejo la literalidad, le puedo contar que el que tengo entre manos ahora es Le Ghetto intérieur, una historia que acaba de publicar con un éxito horrible mi primo francés Santiago Amigorena sobre nuestro abuelo Vicente, judío polaco, y que estoy traduciendo on the road.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
El aburrimiento, la ansiedad. Hay tantos libros, hay tantas personas, hay tantos lugares… Hay tantas preguntas.
¿Con qué personaje querría tomarse un café mañana?
Mañana, precisamente mañana, con una inmigrante centroamericana que me emocione contándome su vida. Para eso estoy, ahora, en este pueblo de la frontera entre Guatemala y México, así que deséeme suerte.
Cuéntenos alguna experiencia cultural que cambiara su manera de ver la vida.
Quizás esas siestas de verano, 1976 o 77, yo 20 años, el mundo menos todavía, que pasaba en el Museo del Prado porque era uno de los pocos lugares frescos de Madrid. Me sentaba, por ejemplo, frente al perro hundiéndose de Goya y leía algo. Entonces aprendí, creo, a decidir.
¿Cuándo descubrió que el ahora no existe, que si acaso existe algo es el ahorita?
Cuando leí a Quevedo, supongo: ayer se fue, mañana no ha llegado, y todo eso. El “ahorita”, en cambio, está ahí: una forma de engañarnos, de decirnos que ya haremos lo que no pensamos hacer o de imaginar que hasta el tiempo se puede reducir. El tiempo vuelto humano por un rato.
Escribe que vivimos en la cultura de mirarnos, pero ¿sabemos vernos o nos hemos quedado en el postureo?
Bueno, mirar es, por supuesto, condición necesaria pero no suficiente para ver. Unos pocos ven cuando miran; para eso, supongo, tienen que despojar al mirado o la mirada de todos esos signos exteriores que llamamos moda, y que sirven, sabemos, para disimular lo que hay detrás.
¿Qué es lo peor del eco-business?
Que disfraza nuestro desinterés en ocuparnos de verdad de las personas, de los que realmente lo necesitan. Y que le da al conservadurismo –bajo su forma conservacionista– la posibilidad de presentarse progre. Y que permite que los negocios se disfracen de buenas intenciones: no nos haga lavar esta toalla, que tenemos que cuidar el planeta, te dicen en el hotel, y se ahorran una pasta loca.
¿Qué tiene “su” Siri, que no tienen las demás?
Con mi Siri me entiendo poco. La idea que ella encarna de una mujer sumisa que cumple mis órdenes no me calienta nada.
¿Qué consejo le daría a un joven que sueñe con ser periodista? ¿Qué error no debería cometer jamás?
Soñar con ser periodista, supongo. Mire si se despierta…
¿Le importa la crítica, le sirve para algo?
La crítica, sí.
¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo?
No sé si después de Pollock “emocionar” sigue siendo la palabra decisiva. Cada vez más, creo, el arte es una forma de pensar, ¿no?
¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?
No tengo casa, no tengo cosas; podría decir incluso que no tengo artistas, pero las dos primeras son verdad.
¿Qué música escucha en casa?
Jazz, sobre todo, un poco de tropical, algún tango, óperas de Mozart, piano clásico, y ahora me intriga mucho el reguetón. Me gusta mucho que me disguste tanto.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
No necesito razones para que me guste España: mi padre nació y murió en Madrid, mis abuelos cerca. Es, digamos, mi padre matria. Pero, además, es cierto que es un país cuyos habitantes se esfuerzan mucho por vivir amenamente y eso ayuda, aunque yo no siempre acuerde con sus ideas de lo ameno.