No muy alto, no muy fuerte, no “muy mucho”. Parece que el exceso que no es aprobado desde una cultura consumista no tuviera lugar en un mundo biempensante. La señora del barrio con mucho maquillaje y vestidos estrafalarios suele ser tildada de loca. Las niñas y niños pintan sin salirse de la raya. Actitudes fruto de codificaciones normativas que, además de constreñir y formatear unos modos de estar y de relacionarse, evitan las manifestaciones que las sobrepasaban y les cuesta dar valor al trabajo de otras sensibilidades y modos de pensar. Incluso las menosprecia con condescendencia: qué lindo, qué agradable, qué ñoño… El hecho alegre, quiere reivindicar estas acciones y formas mínimas que pasan en lugares íntimos, sin rechazar su categoría estética –el temido “bonito”– y que están hechas con un cierto júbilo, hasta placer secreto. Hace un alegato por esta alegría cotidiana como territorio de resistencia política.
La muestra fluye sin plantear un recorrido específico, y en su goteo las obras coinciden en gestos como la exaltación del color en contra de la “cromofobia” estandarizada por el buen gusto frío y minimalista, una compulsión acumulativa y metódica, y la querencia por técnicas y materiales considerados menores o propios de la artesanía popular.
Las salas de El hecho alegre se articulan alrededor de tres diarios, ejemplos de que en lo cotidiano, en sus actos repetitivos, también aparece el gesto poético, como explica el filósofo Josep Maria Esquirol en uno de los textos del catálogo. Son A Cookbook (1969) una mezcla colorista de recetas y frases de Dorothy Iannone, los dibujos del California Diary (1994) de Niki de Saint Phalle y My Life In The Lives of Others, collage de calendarios en paños de cocina de Jonathan Monk desde el año en que nació hasta 2013. Alrededor de ellos diez artistas proponen nuevos cuestionamientos críticos y gozosos. La naturaleza se muestra exuberante, las materias rebosantes y los cuerpos cuidados. Es una mezcla muy limpia y ordenada de su irreverencia y buen humor. Hay alegría, pero no banalidad, en la reflexión postcolonialista de la peluquería tropical de Sol Calero o de las formas industriales de Engel Leonardo. Los usos y costumbres son también revisados desde la óptica feminista, y jocosa, en los vídeos de Pilar Albarracín. El color rebosa en los análisis del sistema capitalista e hipeproductivista del mural de desechos de Samara Scott o de los ensamblajes con excesos de producción de Mika Rottemberg y de Daiga Grantina. También se critica sus lógicas como en el modo de hacer un jardín surrealista de Elena Blasco o el pensamiento terapeútico sobre los cuerpos desgastados de Camille Henrot.
Destacaría además una energía circular y vital, especialmente presente en las piezas de Esther Gatón esparcidas por todas las salas y en la videoinstalación de Teresa Solar. Está producida por la idea de giro del cuerpo en sí y del dar la vuelta al exterior para desvelar lo blando. Solar gira literalmente sobre su torno de alfarería en una analogía de cuerpo-cerámica-metal en situación de resistencia. Gatón deja al visitante jugar con una especie de pelotas amorfas o esculturas rebotantes. Material girado, retorcido, abierto a una profundidad que se revela blanda, incluso viscosa. Una organicidad que siendo también la nuestra sin embargo produce extrañeza, y que nos hace preguntarnos por la relación de negación de nuestros cuerpos que ha creado la cultura occidental heteropatriarcal, cuando lo pegajoso era sucio y femenino.
Sin embargo, en una habitación mórbida el dolor está amortiguado, podemos jugar sin tanto miedo al golpe. En las obras y en los textos del catálogo, las palabras –otro cotidiano– rebotan, y así se escapan de lo previsible, nos llevan a un lugar móvil e inacabado desde donde construir con otra lógica, donde el dolor se vuelve color que se transforma en carcajada. Así el resultado del conjunto de la exposición tiene ritmo, aunque pautado mayormente desde lo visual. Falta que cantemos… por eso espero ver activa la peluquería de Sol Calero o subir la música de Pilar Albarracín. Un poco de barullo para prestar atención por todos los sentidos. Como escribe Elena Blasco: “Tú fíjate, qué alegría!”