"Sólo pienso en el placer de la escritura: de cada letra que tecleo van surgiendo imágenes, como cada pincelada de un pintor ante el cuadro". Con esta actitud aborda Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939) la escritura de Desde mi celda (Acantilado), un nuevo capítulo del universo artístico del escritor y crítico, que bucea una vez más en sus memorias con un texto arriesgado y evocador donde a través de los más variados recuerdos de una vida intensa, intenta comprender, con su habitual sentido poético y su humor, la condición humana más cruda: nuestra finitud.
Por eso, el escritor desdeña en el fondo la realidad de los recuerdos, pues entiende que “por lo mismo que en las memorias hay estrategias parecidas a la imaginación, no importa cuánto hay de fiabilidad. Sólo me interesa que resulten verdaderas, que no haya evasión. De ahí que no sea posible el pudor”.
Pregunta. ¿Qué hay tras el impulso de seguir escarbando en la memoria? ¿Quizás la vejez acucia a recordar?
Respuesta. Cada libro de memorias es distinto. Cuento mi vida, sin pretender que haya en ella nada especialmente interesante y mucho menos heroico. Sólo quiero darme a conocer y al mismo tiempo tratar de conocerme yo mismo. A mí la vejez en todo caso me invita a olvidar y a reconstruir a partir del olvido. Y tampoco estoy seguro de que sea fiel a mis recuerdos. Cada vez que escribes surge algo distinto, así que lo mío es un ejercicio de libertad.
P. Da la impresión de que no se arrepienta de nada. Alterna confesiones y omisiones, ¿hasta dónde llega su exhibicionismo memorialístico, su necesidad de narrarse?
R. No tiene sentido arrepentirse de algo que ya ha ocurrido y que, por lo tanto, no se puede modificar. Y además, ¿de qué tengo que arrepentirme? Y quien haya leído mis narraciones o mi poesía, verá que la palaba "pudor" no existe. Sí he procurado no herir susceptibilidades en personas a las que aprecio, empezando por mi esposa, Sònia, y mis hijos de diferentes matrimonios. El exhibicionismo se daría si tuviese algo memorable que exhibir, de otro modo sería como estos exhibicionistas que enseñan un pene del tamaño de una peladilla. En realidad las memorias se acercan a la ficción, buscan entretener, despertar la imaginación, conocer al mismo tiempo persona y personaje.
"La vejez me invita a olvidar y a reconstruir a partir del olvido. Pero cada vez que uno escribe surge algo distinto, así que estas memorias son un ejercicio de libertad"
P. Insiste en su necesidad constante de huir desde joven, ¿hasta qué punto influyó aquella España “gris y pacata”?
R. En efecto mis ansias de huir nacieron de la irrespirable atmósfera del país. Que incluye a la familia. Desde muy joven empecé a hacer autostop, en busca de otros paisajes y de otra gente. Los que se paraban solían ser extranjeros, es decir, gente de otro mundo. Ni siquiera hablaban como yo. Mi voluntad de aprender lenguas nacía de dejar de ser lo que era, de pensar y comunicarme de otro modo. Y mi vivir en la luna que tantos me reprochan, es como encerrarme en una celda para encontrarme a mí mismo. Con lo que está ocurriendo en estos momentos, es fácil entender lo que yo viví cuando era joven. O incluso de niño. Una atmósfera que vuelve a ser irrespirable. Pero esto ya es materia para otras memorias, aunque dudo que tenga ganas de escribirlas.
P. Dedica amplias páginas a la muerte, ¿son estas memorias una manera de enfrentarla?
R. No creo ser iluso pensando que puedo enfrentarme a la muerte. Hablo de ella porque está constantemente con nosotros. Me educaron a temerla, pero yo la invoco y se ha convertido en una entrañable compañía. Como cobarde que soy desde que llegué al mundo, lo que temo es la violencia, el sufrimiento. Es decir, no temo a la muerte sino a la vejez. Siempre vi los funerales, que tanto me atraen –lamento no poder estar en el mío–, como una celebración. Así vi, por ejemplo, el funeral de mi amigo Vallcorba, que por otro lado sigue siendo una presencia.
Resucitando el patriotismo
P. Ha vivido durante décadas en Londres y en sus páginas presenta una ciudad cosmopolita y multicultural, ¿qué se pierde con el Brexit?
R. Londres fue mi salvación. La tenía mitificada desde niño porque mi padre era anglófilo que, en aquel entonces, era como ser antifranquista. Mi llegada a Inglaterra coincidió con la época de los Beatles y los hippies, con la exaltación de los cuerpos y de la libertad. Con el Brexit se pierde lo mejor del Reino Unido. Ese espíritu que yo encontré en la década de los sesenta, cuando los jóvenes exhibían sus calzoncillos con la bandera inglesa como irreverente burla de un patriotismo hijo de un imperio que se estaba desintegrando. Y que ellos mismos quieren ahora resucitar.
"Los escritores del boom compartían la exaltación de la imaginación y de horizontes alejados de la obsesión por la identidad nacional"
En la capital británica Masoliver conoció a los grandes escritores del boom, un fenómeno que vivió muy de cerca, pues en aquellos años Londres sustituyó a París como capital cultural y polo de atracción de todos estos autores. “No lo vi como un grupo generacional con una parecida concepción de la escritura, porque no fue así”, explica el escritor. “Lo que tenían en común era la exaltación de la imaginación y de horizontes alejados de la obsesión por la identidad nacional. Mostraban que la huida es, en realidad, una búsqueda y un encuentro. Gracias a ellos Aprendí a leer y escribir de otra manera".
De entre toda la pléyade de escritores latinoamericanos el autor se hizo muy amigo de dos, Cabrera Infante y Monterroso. “Admiraba su sentido del humor, que no se encumbraran, que te respetaran y quisieran”, recuerda con cariño. “Eran dos pequeñitos inmensos con un espíritu cercano al de Cortázar. De ambos aprendí lo doloroso que es el exilio", explica Masoliver, que en aquel entonces "creía que Fidel Castro era el salvador del mundo, un hombre cercano, un político que rompía todos los esquemas. Cabrera Infante, obsesivo anticastrista, jamás se distanció de mí por ello, y sólo lamento no haber podido darle la razón: murió con la frustración de no poder ver la muerte del sátrapa". En cuanto a Monterroso, nacido en Honduras, el autor recuerda que "vivió en Guatemala hasta que tuvo que exiliarse a México por su colaboración con el demócrata progresista Árbenz".
El desencanto del regreso
P. Buena parte de su vida ha estado dedicada a la enseñanza, ¿cómo ve el sistema educativo español? ¿Resiste una comparación con el británico?
R. La educación británica es única desde primaria, la memoria cuenta poco y no existen las oposiciones. Yo llegué a catedrático por lo que escribía y por el tiempo que dediqué a la administración. Las claves allí son la imaginación y contacto con el estudiante. Yo daba clase como si estuviese en el ágora griega. Enseñar tiene que ser también aprender, algo que entenderán los profesores españoles cuando bajen de la tarima.
"Todo lector ha de pasar por el 'Quijote' y por el 'Ulises' de Joyce, a los que regreso con frecuencia. Y por la poesía"
P. Hace 15 años que ha vuelto, ¿qué país se ha encontrado?
R. He sufrido un desencanto radical, pues todo en España me ha parecido lamentable. Los chillidos de la gente, el excremento en las aceras, la falta de puntualidad y ahora este patriotismo lamentable y peligroso. Por eso apenas si salgo de mi celda y casi no me atrevo a expresar lo que siento.
P. Más que escritor usted se tiene por un gran lector. ¿Qué recomienda leer en las diversas fases de la vida?
R. No soy nadie (y nadie lo es) para recomendar lecturas. Aunque todo lector ha de pasar por el Quijote y por el Ulises de Joyce, a los que regreso con frecuencia. Y por la poesía. ¿Qué leo? Tengo que comentar un libro cada semana, con eso ya está dicho todo, y voy leyendo lo que voy descubriendo.
P. Afirma que éste será su último libro. ¿Podrá contenerse?
R. He publicado varios libros y los he vivido intensamente. Así que, en realidad, dudo que pueda contenerme. Si lo digo es para no asustar a mi editora. Tengo casi terminados un libro de prosas llamado tonismos (de mi nombre, Tono) y uno de poesía. Aunque soy consciente del exceso de libros, de palabras. Así que me callo.