Vemos La enfermedad de la razón, dibujo a pluma de 1797, y reconocemos de inmediato que esa dolencia diagnosticada por Goya persiste 222 años después. A dos hombres empaquetados con las telas de sus estandartes se les ha atrofiado la razón y sufren fiebres. El aspecto y el tamaño de las banderas en que se envuelven han podido cambiar entre nosotros en este intervalo, y también los actores políticos, pero no el mal que ahoga como un crecido corsé a esos dos coetáneos, atendidos en su delirio por voluntarios del momento. ¿Banderitis? El diagnóstico de Goya dice “enfermedad de la razón”. La aguada Por haber nacido en otra parte se data entre 1808 y 1814; lo que en él es castigo de una Inquisición hoy ya menos poderosa, podría ser aplicado en la actualidad con menor tosquedad por otras instancias públicas. Multitud en un parque, dibujo a pincel del Cuaderno F, tiene unos doscientos años y sigue estando a la orden del día en tiempos como los nuestros, en los que la razón política se mide en unidades de multitud. A la vista de Dios nos libre de tan amargo lance, dibujo perteneciente al Cuaderno de bordes negros que se fecha entre 1816 y 1820, donde un hombre blande un cuchillo con gesto amenazante para pavor de una mujer y de su hijo, a quienes acompaña por el campo, pensamos en la incorregibilidad de una violencia de género cuya herencia alcanza hasta el presente, ¡y de qué manera! Todo es elocuente contemporaneidad en cada uno de los más de trescientos dibujos reunidos en esta exposición única con la que el Museo del Prado, establecimiento fundado en tiempos de Goya, rubrica los programas de su bicentenario.
Todo es elocuente contemporaneidad en cada uno de los dibujos reunidos en esta exposición única
Muy difícilmente, fiel lector, tendrás ocasión de visitar una exposición tan extraordinaria como esta. Saldrás transformado, después de ver dibujos pasmosos y únicos, raramente exhibidos e imposibles de percibir adecuadamente mediante fotografías. Ahí están, al alcance de los ojos. Sabrás mucho más sobre Goya y, desde luego, sobre ti mismo. No se trata de una muestra de dirección única. Antes bien, es una exposición cuyos recorridos se prestan a una constante reversibilidad de nuestras búsquedas. Hay un orden cronológico, hay también sucesiones temáticas, aspectos sobre el proceder técnico del artista que asimismo se entrecruzan, e incluso un sanctasanctórum: contiene este 120 de los 125 dibujos que se conservan del Cuaderno C, datado en el período de la guerra de la Independencia. Llevan en el Museo del Prado desde 1872. Ahora cada uno de ellos interpela a quien lo mira como el apunte de una máxima visual o de un sombrío epigrama que guarda relación con su humanidad.
En Divina razón. No dejes ninguno una mujer con la cabeza laureada y una balanza en la mano izquierda empuña un látigo con la derecha; de él se sirve para espantar a una banda de cuervos merodeadores. Nuestra mirada alcanza esa y muchas otras figuras fijadas con tinta u otro pigmento al papel como una frágil dentadura entra en contacto con los huesos más duros de roer en horas de hambre. La misma ignorancia es el rival combatido por el dibujante y la causa que nos remueve como seres sociales al ver esos enigmas de la vida humana. La exposición presta un enorme apoyo al saber del visitante para vencer esa incómoda distancia, pues le procura mediante cartelas las informaciones imprescindibles para reconocer la intención temática de cada dibujo.
La afortunada propuesta curatorial ha estado dominada por la asequibilidad de la obra exhibida. Aun encerrando un fabuloso saber sobre su objeto, la exposición evita entretener al visitante con cuestiones eruditas, se ambienta con la luminosidad contemporánea que aporta el color blanco de las paredes y media entre nosotros y el hondísimo interés de los dibujos. Un autor enemigo de toda superchería se rebela también contra todo falseamiento de su memoria. Un generoso obsequio que agradecer.
Los dibujos se corresponden con la obra más privada de Goya. El artista conservó siempre consigo los cuadernos que dibujó, lo mismo que los dibujos preparatorios para las estampas. A diferencia de las pinturas y los grabados, en vida del artista los dibujos fueron estrechos compañeros de su autor, y en ningún caso papeles a la venta. El interés por el acabado en obras que no están concebidas para ser vistas por otros se diferencia obviamente de su producción como pintor y grabador, probablemente con la salvedad de las Pinturas negras, que tuvieron también un carácter privado. En cualquier caso, la demanda de materia, la carga de pigmento (sea sanguina, grafito o tintas cualesquiera), es la imprescindible para un cuaderno privado o para un estudio preparatorio. Una especie de laconismo pigmentario se basta para imaginar. Como ocurre con la literatura aforística, que reduce al mínimo los recursos del lenguaje para decir un máximo, los dibujos de Goya cobran un impulso suplementario mediante la discreción de los medios. La sutilidad que adquieren arrastra la atención de quien los mira. En cuestiones de matiz seguimos explorando la vida humana.