“Después del fin del comunismo se pensó que Europa oriental cambiaría pero que Occidente se mantendría como estaba. Es ahora cuando nos damos cuenta de hasta qué punto la existencia de dos bloques condicionaba también al modelo occidental”. Así resume el politólogo búlgaro Ivan Krastev (Lukovit, 54 años), investigador del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, una de las principales tesis de La luz que se apaga (Debate), que ha publicado en España junto al profesor estadounidense Stephen Holmes. En este lúcido ensayo, significativamente subtitulado Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz, Krastev analiza la evolución política europea de los últimos 30 años, lo que él llama la Era de la Imitación, clave para entender el actual estado de crisis de la democracia liberal.
“Muchos países del Este consideran la época comunista como un periodo de ocupación. Debido a ello en 1989 la idea era ‘no queremos experimentos, vamos a ser como los occidentales’. El desengaño paulatino con un modelo hoy en declive incluso en Occidente ha sido el abono en el que han fermentado los populismos que hoy anegan el continente. Algo a lo que contribuye, según sostiene el búlgaro durante una charla en el Aspen Institute de Madrid, “que la gente no tenga, no sólo una posibilidad real de alternativa política, sino ni siquiera la ilusión de poder elegir.
Pregunta. Asegura que el anhelo de los países del Este por imitar el modelo del liberalismo democrático ha generado el actual rechazo hacia Occidente, ¿cómo se produjo esta situación?
Respuesta. En 1989 el ideal en todo el bloque oriental era ser como Occidente, no solo tener las normas y el nivel de desarrollo, sino adoptar el estilo de vida y las instituciones. La transición fue una especia de migración colectiva del Este al Oeste. El problema actual es algo muy conocido para todo aquel que estudie la sociología de la segunda y tercera generación de inmigrantes. Mientras que la primera está fascinada por el nuevo mundo en el que entran y trata de parecerse cada vez más a su país de adopción, las siguientes comienzan a hablar de pérdida de identidad, de que son ciudadanos de segunda clase. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con la mayoría de terroristas islámicos. Muchos de los actuales sentimientos de Europa oriental pueden ubicarse ahí. Ser como Occidente fue una elección y 30 años después estamos resentidos por nuestro papel como imitadores.
P. Cita la famosa tesis de Fukuyama que invistió al liberalismo democrático como la ideología definitiva, algo que además de él mismo, después han cuestionado muchos pensadores e historiadores. Por ejemplo, David Van Reybrouck aseguraba que hemos creado un paquete democrático exportable que hemos tratado de transferir a cualquier tipo de sociedad, ¿ha sido arrogante Occidente al pretender que su modelo podría enraizar en todo el globo?
R. Ahora vemos que sí lo fue, pero 1989 fue un año muy raro. De pronto una superpotencia nuclear se desintegró y el comunismo se hundió de forma inesperada para todo el mundo, en Europa oriental y occidental. El politólogo Ken Jowitt dijo una frase hermosa: “normalmente la historia es protestante, pero hay momentos católicos”. Lo que viene a decir que lo normal en la historia es la coexistencia de diferentes visiones, pero que en extrañas ocasiones una sola forma de ver el mundo se convierte en universal. En 1989 la democracia liberal se convirtió en sinónimo de modernidad y por eso todo el mundo tenía tantas expectativas, porque se suponía que era el único modelo a imitar. El imaginario político mundial se convirtió en algo unidimensional.
"Ser como Occidente fue una elección de los orientales, pero 30 años después estamos resentidos por nuestro papel como imitadores"
Una realidad nada ideal que para Krastev está siendo cuestionada en todas partes por los movimientos populistas identitarios, una reacción que no sólo “hace que sea más difícil mantener las instituciones democráticas que conocemos”, sino que tiene otros peligros. “Son movimientos complejos que, evidentemente, en cada lugar tienen sus características concretas. Uno de los riesgos es creer que existe una única explicación para todos, lo que hace más difícil buscar las soluciones correctas”, defiende el politólogo.
Sin embargo, en lo referente a Europa sí se pueden hallar ciertas similitudes. “Lo que hermana a los populismos europeos es que se basan principalmente en la situación demográfica. No se trata únicamente del miedo a la migración, sino de que las mayorías étnicas y culturales de estas sociedades envejecidas y que pierden población temen que en unas décadas sean minorías”, explica Krastev. Focalizándose en el Este, el politólogo apunta que hay una gran diferencia entre la percepción que tienen allá ideas como el nacionalismo y la soberanía nacional frente a Occidente. “Tras la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo quedó totalmente desacreditado en el Oeste, mientras que en 1989 formaba parte de la coalición contra el comunismo. Así que en cierto sentido, la Unión Europea impulsó en los países orientales el impulso soberanista, una ambigüedad que sigue muy presente”.
P. El Brexit es cada vez más discutido, Salvini no triunfó en Italia, en Hungría el partido de Orbán ha perdido Budapest y en Polonia Kaczynski ha perdido el Senado… Las últimas elecciones y derivas políticas demuestran también el agotamiento y erosión del populismo, ¿está próximo el fin de los extremismos?
R. El populismo se moviliza alrededor del resentimiento hacia los regímenes liberales, pero también genera decepción. Después de varios años de movilización populista, ahora está habiendo lo contrario, una oleada de antipopulismo. Además hay una nueva división cada vez más clara en todas partes pero muy acusada en países como Polonia y Hungría, la que existe entre las grandes metrópolis urbanas y las zonas rurales. Es muy importante que veamos que la razón por la que un partido se elige no es la misma por la que se vuelve a elegir. Los gobiernos de Polonia y Hungría se eligieron por ese resentimiento que estaba arraigado, pero se reeligieron por sus políticas sociales, más propias de la izquierda occidental que de partidos reaccionarios. Así que, según parece, todavía le queda larga vida al populismo.
P. Eventos de la última década han influido en la pérdida de fe en las democracias liberales, ¿qué papel tuvieron en esto la crisis de 2008 y la de los refugiados de 2015?
R. La crisis de 2008 generó la sospecha de que quizá no se estaba imitando el modelo adecuado. Hasta entonces se creía que la riqueza económica era el mejor argumento para explicar por qué funcionaba el sistema occidental. Pero de repente esto se cuestionó. También por el ascenso de China, un país ni liberal ni democrático que tiene éxito económico. En cuanto a la crisis de los refugiados, el gran cambio es que antes de ella en Europa oriental la confianza en las instituciones de la UE era superior a la que había en las nacionales porque la gente consideraba que Bruselas era un aliado que luchaba contra la corrupción nacional. Sin embargo, el pánico ante la oleada migratoria ayudó a las élites nacionales, que comenzaron a decirle a la población que odiara a Bruselas y no a ellos, porque “nosotros seremos corruptos, pero nos importáis”.
"En el Este nos dimos cuenta de que si queríamos mejorar nuestra vida en una generación era más fácil cambiar de país que cambiar de gobierno"
P. Apunta el libro que en estos años han llegado a Europa occidental más emigrantes del Este que refugiados de Oriente próximo en 2015. ¿Si reniegan del modelo por qué viajan a Occidente?
R. El problema de la migración está muy arraigado en la propia naturaleza de la revolución de 1989. En cierto modo, lo que hace la gente en el mundo no es más que repetir lo que se ha hecho en Europa oriental en las últimas tres décadas. Nos dimos cuenta de que si queríamos mejorar nuestra vida en una generación era más fácil cambiar de país que cambiar el gobierno del nuestro. Ese éxodo masivo de Europa oriental al Oeste, combinado con las bajas tasas de natalidad llevó a una situación en la que en los últimos 30 años Europa oriental ha perdido el 6% de su población. Es la región del mundo cuya población decrece a mayor ritmo, lo que generó una sensación de fracaso colectivo, aun cuando la gente vive mejor a título individual. Es la paradoja de las fronteras abiertas. Incluso hoy, si preguntas a un ciudadano de Europa oriental te dirá que la mayor ventaja del fin del comunismo es la libertad de movimientos, que es a la vez su mayor miedo.
P. Mientras el Este vivía la cara amarga del sueño democrático, el oeste fue perdiendo progresivamente su identidad, su visión del mundo. ¿Cómo puede Europa encontrar una nueva identidad política y cuál sería su papel en la geopolítica mundial?
R. La gran perdedora de la crisis del orden liberal mundial es la Unión Europea, porque hay dos supuestos que se dieron por hecho en su creación y ahora se saben falsos. Primero, que la interdependencia económica genera mayor seguridad, y segundo, que ya no importa el poder militar. La crisis de 2008 puso claramente de manifiesto que la interdependencia económica también aumenta y propaga la inseguridad. Y después de la invasión rusa de Crimea, se evidenció la todavía importancia de los ejércitos. Creo que lo que ocurrirá es lo siguiente. La UE pensaba que el suyo era un modelo universal, que eran el laboratorio de lo que estaba por venir: el estado posoberanista, cosmopolita, posmoderno. Pero ahora debe comprender la naturaleza excepcional de su sistema. Hasta hace cinco años la cuestión era cómo transformar a todos los que la rodeaban. Ahora la cuestión es cómo evitar que los que están alrededor no nos transformen a nosotros.
P. Precisamente habla de China,a quien no ve interesada en exportar su modelo al mundo. ¿Qué roces con Occidente puede ocasionar el auge del país asiático?
R. Seríamos muy ingenuos si creemos que China no tratará de dominar el mundo. Pero lo hará con otro estilo. A diferencia de la China maoísta, que exportaba ideología, la actual no tiene interés en si en España hay un partido comunista chino o en que el comunismo gobierne en Francia. Lo que quiere es, como está haciendo en África, tener una relación política asimétrica con todo el mundo, para poder dictar sus intereses. Tiene una estrategia de dominación clara. Las únicas relaciones que imagina con los demás es la de amo y vasallo, que es donde se centrarán las tensiones. Si Occidente no quiere ser un vasallo, debe, de un modo u otro, limitar la influencia de China.
"Nada ha europeizado más Europa que la crisis de 2008, tras la que todos asumimos que tenemos un destino común"
P. Más allá de la política, los representantes del mundo de la cultura de Este y Oeste defienden que cada vez la brecha es menor, ¿podemos aspirar a recrear la Europa cultural prebélica de principios del siglo XX?
R. Paradójicamente, no ha habido nada que europeizara más Europa que la crisis de 2008. Gracias a ella, la mayor parte de los europeos se ha dado cuenta de que tenemos un destino común, y además, empezamos a reconocer que no siempre nos entendemos entre nosotros. Ahí es donde aparecen la figura de escritores, artistas e intelectuales, que son los intérpretes últimos de la realidad. En este punto también fue interesante la crisis del 89. El escritor más famoso de Bulgaria, Georgui Gospodínov, está escribiendo ahora una novela en la que todos los europeos, esos que dicen que el pasado era mejor, se tienen que poner de acuerdo para elegir a qué momento exacto del siglo XX viajar. En mi opinión ese momento sería el año 1989, porque fue, por diferentes motivos, el momento de máxima esperanza que hubo en Europa. Para eso sirven las sociedades, para crear esperanzas hacia el futuro.
P. A pesar de sus imperfecciones y retrocesos la democracia occidental ha proporcionado un gran progreso, no sólo económico, sino también moral. ¿Cuál es la solución para salvarla?
R. Una de las consecuencias imprevistas de la hegemonía liberal tras la Guerra Fría, fue que las democracias liberales perdieron su capacidad de autocrítica. ¿Si todo el mundo te imita será porque eres perfecto, no? Una de las ventajas principales que tenían las democracias liberales era esa capacidad de autocorrección que permitía a los gobiernos democráticos cometer muchos errores, porque daban la oportunidad a la gente de cambiarlos. En mi opinión la calve de la crisis es la pérdida de la capacidad de autocrítica de la democracia, algo que debemos recuperar para superar este bache.