Sorolla. Dibujante sin descanso
Museo Sorolla. Paseo del General Martínez Campos, 37. Madrid. Comisarias: Inés Abril Benavides y Mónica Rodríguez Subirana. Patrocinada por Fundación Mutua Madrileña y Fundación Iberdrola. Hasta el 10 de mayo
Fue poco antes de la muerte de Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla, 1923) cuando Eugenio d’Ors publicó su célebre Tres horas en el Museo del Prado, en cuyo primer capítulo tanto me hacen pensar los muy gratos rodeos que preceden a la visita del Museo Sorolla. En aquel libro de 1922 se hablaba, por supuesto, de las arboladas inmediaciones del Museo del Prado. Los preámbulos de la visita al Museo Sorolla están en la calle y en los propios jardines de la casa, en el inesperado naranjo que nos recibe y en ese compendio de culturas jardineras que cruza, por ejemplo, rememoraciones barcelonesas con otras del Generalife. El recreo en una naturaleza ordenada por la cultura continúa en el interior del museo, guiado por la vista de productos de la cultura que toman por tema la vida y la naturaleza. Es llamativo hasta qué punto la casa familiar de Sorolla tuvo un carácter museístico desde su origen. En sus salones conviven sus lienzos, tantas veces de notable tamaño, con las colecciones de objetos y muebles, para establecer las condiciones de experiencia propias de un museo, que amablemente se contrasta con su entorno ajardinado.
Quien visite allí la exposición Sorolla. Dibujante sin descanso dará un paso más allá en la gradación de los espacios de la casa-museo, que desde la vida van al arte, para regresar a continuación a la vida. Pues las salas de temporales que alojan ahora una selección de 101 dibujos del artista coinciden con lo que en la casa de los Sorolla fueron en su época las habitaciones más privadas: dormitorios, cuarto de costura y demás. Curiosamente fueron los únicos espacios en los que se colgaron dibujos en vida del pintor: apuntes de su mujer y de sus hijos, escenas familiares dibujadas por el artista que acompañaban las estancias como un álbum de recuerdos íntimos. Eso lo sabemos por las fotografías que documentan la vida doméstica de los Sorolla. Comprobamos en ellas que los dibujos componían una especie de polípticos en unos paneles enmarcados para vestir las paredes de esos espacios privados. Ha sido un gran acierto reconstruir alguno de dichos paneles de dibujos familiares para la exposición. Nos dan la medida de su naturaleza y de su intención, que podemos diferenciar perfectamente de la sociabilidad que el artista hizo corresponder a su pintura.
Pero al recorrer la muestra enseguida percibiremos que las funciones desempeñadas por el dibujo en la obra de Sorolla no se constriñen ni mucho menos a prestar testimonio a una proximidad en la experiencia. Son muchos los que tienen carácter de estudios para pinturas o, en su caso, sirven directamente como dibujos preparatorios para la composición misma en el lienzo. La muestra incluye a este propósito, entre otros muchos, dos estudios para el cuadro monumental de 1903, Sol de la tarde, pertenecientes a la Universidad Complutense; también bocetos para El entierro de Cristo, el lienzo de 1887 destruido, del cual nos quedan fragmentos; el testimonio de algunos dibujos previos y los elogios que le dedicó Benito Pérez Galdós. Más allá están los dibujos que tienen carácter de obra acabada, como varios que formaron parte de la colección del neurólogo Luis Simarro. Comiendo uvas, por ejemplo, acuarela de 1898, está dedicada a su amigo y cliente. También se contemplan estudios anatómicos y algunos otros trabajos sobre papel que nos aproximan al artista en formación. Y, cómo no, están asimismo presentes los carnets de dibujo, muchas veces con expreso carácter de dietario de artista, como su cuaderno del viaje a Alemania de 1891.
En los apuntes, muy frecuentemente a lápiz, de paisajes y escenas, ya estén en carnets de dibujo, ya en cualquier papel de trabajo o al alcance del artista en el momento de hacerlos, se revela particularmente la inmediatez y la capacidad de observación de Sorolla, la vigorosa seguridad de su trazo, su gusto por la captación de impresiones fugitivas y su mucho oficio. A pesar de que se conservan unos 8.000, en pocas ocasiones se dan a ver con alguna importancia dibujos del maestro valenciano. La exposición actual hace de feliz excepción. Entre los conjuntos más soberbios se cuentan los apuntes de escenas de café realizados en Chicago y Nueva York en 1911, y más aún los rápidos gouaches coetáneos con vistas callejeras de Nueva York. La urgencia del trazo y la espontaneidad fotográfica de los encuadres confieren una expresividad que da alas a las mejores causas del pintor moderno y mundano que fue Sorolla. Se granjean pulsión y vigor los cuadros que dibuja. Ocurre por la fogosidad con la que sus lápices o sus colores actúan sobre el papel, sin mayores ponderaciones, con instintiva soltura, y en sintonía con el acelerado compás de la vida que nos trajo hasta la muestra.