Aunque como descripción está condenada al fracaso, trasladar a lenguaje la exposición de Anthony McCall sirve también para analizarla e intentar colocarla en algún mapa. Para empezar, aclaremos que la instalación propiamente dicha, Split Second (Mirror), ocupa una de las salas de la galería Cayón y se complementa, en otra, con algunos trabajos previos. Aconsejo empezar por la instalación. Entramos en una estancia oscura y nos damos casi de bruces con una escultura de luz: dos conos horizontales e interpenetrados, que adquieren apariencia tridimensional gracias a la niebla o humo que emana discretamente de alguna fuente. Con todo ello se pierde casi completamente el sentido del espacio. Pero cuando por fin avanzas y atraviesas “la superficie”, te das cuenta de que la obra no está hecha sólo para ser mirada.
Puedes moverte dentro, jugar a sacar un brazo a la oscuridad, mirar el foco. En la pared desde la que se proyecta, vemos también un óvalo atravesado por una diagonal, que se completa muy lentamente. La escultura se caracteriza por tener volumen, pero en este caso es un volumen de polvo, que la luz recorta y da cohesión. La habitación no es tan profunda como parece: un espejo devuelve la imagen, aunque también repite el foco proyector. Y sí, todo ello tiene algo de cine: el haz de luz, la sala a oscuras y el movimiento. Salvo que es un cine desnudado hasta el hueso, pura luz sin imagen. La otra peculiaridad es que la interacción de los visitantes, sus sombras y recortes en el haz de luz producen infinitas variantes de la pieza. ¿Ven como era inútil la descripción?
La escultura se caracteriza por tener volumen, pero en este caso es un volumen de polvo que la luz recorta
Conocemos otras obras cuyo material es la luz: los neones de Dan Flavin (que también pudimos ver hace dos años en esta galería). Las estancias en las que alienta secretamente un color de James Turrell. Las sutiles y elementales proyecciones y brillos de Jack Goldstein. Los espectaculares fuegos artificiales de Cai Guo-Qiang. Lo peculiar de McCall es la nitidez, la precisión y el tiempo subrayado. Y por momentos, la apelación al recuerdo: fumar un cigarrillo junto a una ventana y ver las volutas de mármol instantáneo desvanecerse al ascender. Pero aunque comparta el material con los artistas citados, en realidad con quien más tiene en común es con el maravilloso Fred Sandback, que crea planos ilusorios solo con hilos.
El británico Anthony McCall (St. Paul’s Cray, 1946) formó parte de la escena de cine de vanguardia londinense a principios de los setenta, con una obra característicamente minimalista y preformativa, en la que utilizaba con frecuencia fuego. En 1973, al poco de trasladarse a Nueva York, realizó una instalación titulada Line Describing a Cone, su primera escultura de luz, género al que pertenece la obra que vemos aquí. En aquel entonces utilizaba un proyector de 16 mm y –en efecto– el humo de los cigarrillos de sus amigos. Ahora emplea scripts de computadora y proyecciones digitales para perfeccionar el resultado.
En la sala contigua se muestran varias series de fotografías, que resultarían triviales o incomprensibles de no conocer la instalación. Si las miramos con cuidado, lo que a primera vista parecen meras superficies impregnadas de humo son en realidad imágenes de la “piel” de la proyección, por ejemplo. El resto son variantes, por así decir, del trabajo principal. Recomiendo sin duda que visiten esta rara combinación de cine y escultura, que tan sugerente resulta para el visitante. Y que nos confirma que el arte, desde sus orígenes y aunque no nos demos mucha cuenta, es una suerte de magia menor.