Bajotierra. Un viaje por las profundidades del tiempo, último libro del escritor inglés especializado en temas de naturaleza, Robert Macfarlane (Oxford, 1976), lleva un título que evoca una atracción subterránea de parque temático o una película de IMAX. Y, en efecto, al igual que Orfeo en el inframundo o Alicia en el País de las Maravillas, allá va también el lector.
Quizá ustedes ya hayan salido antes a correr aventuras con Macfarlane. A pesar de tener poco más de cuarenta años, ha escrito cuatro libros intrépidos e inteligentes sobre alpinismo, senderismo, naturaleza y paisaje. Tres de ellos son Las viejas sendas (Pre-Textos, 2012), Las montañas de la mente. Historia de una fascinación (Alba, 2005) y Landmarks [Puntos de referencia] (2016).
El autor es un fetichista del lenguaje arcaico y poco convencional. Junto con la ilustradora Jackie Morris escribió The lost words: A Spell Book [Las palabras perdidas], que fue un fenómeno cultural en Gran Bretaña. Su interés por lo raro, ya sea en el campo de la lingüística o en otros, salta a la vista.
En la obra de Macfarlane hay algo de John Muir y John McPhee, ambos pacientes escritores y naturalistas. ¿Se podría decir que su autor es un joven anticuado? A veces sí. En ocasiones prodiga el estilo característico de los documentales de naturaleza de la BBC/PBS.
Y, sin embargo, tiene algo de Geoff Dyer, ese gato salvaje de espíritu crítico. Cuando se lee a Macfarlane como a Dyer, uno tiene la hormigueante sensación de que la puerta de una biblioteca, un registro de alcantarilla o un sendero entre árboles lo pueden conducir no solo al final del capítulo, sino a una fiesta con drogas o a una rave.
"¿Por qué meterse allí abajo?", pregunta Macfarlane. "Es una acción en contra del sentido común más elemental"
Bajotierra narra una serie de exploraciones bajo la superficie de nuestro planeta. En Inglaterra, Macfarlane recorre cuevas y, junto a un joven botánico llamado Merlin Sheldrake, estudia los hongos que crean un sistema cooperativo bajo los bosques. En París, se sumerge en las catacumbas y se junta con un grupo de exploradores urbanos de vanguardia con los que se desliza en enormes cavidades a través de aberturas diminutas. En Italia, sigue el cauce del Timavo, un río parcialmente subterráneo, y en las tierras altas de Eslovenia, examina las dolinas y el espantoso uso que a veces se les ha dado.
En los capítulos finales del libro (que el autor llama “cámaras”), visita un almacén de residuos nucleares en Finlandia y varias cuevas marinas en Noruega, y reflexiona sobre el calentamiento global en Groenlandia. Allí cataloga las cosas que, tras haber pasado largo tiempo sepultadas en el hielo, están volviendo a la superficie del mundo, a veces en enorme perjuicio de la humanidad.
"¿Por qué meterse allí abajo?”, pregunta. “Es una acción contraria a la lógica, que va en contra del sentido común más elemental y la inclinación del ánimo”. Observa que, desde tiempos remotos, los seres humanos hemos depositado en las profundidades de la tierra “lo que tememos y queremos perder, y lo que amamos y queremos salvar”. Para su consternación, a veces lo que encuentra en sus explora raciones es basura. En una de sus típicas frases jugosas, dice: “Philip Larkin hizo la famosa suposición de que lo que nos sobrevivirá será el amor. Se equivocaba. Lo que nos sobrevivirá será el plástico, los huesos de cerdo y el plomo 207, el isótopo estable que queda al final de la cadena de desintegración del uranio 235”.
'Bajotierra' es excelente, valiente y sutil, empático y extraño, un trabajo de machihembrado fruto de atención verdadera
Bajo tierra, Macfarlane se encuentra a veces en situaciones incómodas. Habla de la claustrofobia, de las subidas de adrenalina, del cansancio y de cómo se le revuelve el estómago. Tomando prestado un verso del poeta estadounidense A. R. Ammons, estar a muchos metros de profundidad en la escalofriante oscuridad, sentirse una partícula de los intestinos de la tierra, con las linternas frontales revelando los murciélagos que cuelgan de las paredes, puede hacer que la Weltanschauung [visión del mundo] de una persona se tambalee.
“Durante años solo pude entender esa afición a las aguas tenebrosas, los ríos que no desembocan en ninguna parte y las espantosas profundidades como versiones feroces de la pulsión de muerte, más feroces que las que mueven a los más intrépidos alpinistas”, explica.
“A menudo, el lenguaje de la espeleología extrema es manifiestamente mortal y tácitamente mítico: tramos de pasillos que ‘mueren’, ‘simas terminales’, ‘estrangulamientos’ y ‘zonas muertas’, como se denomina a los sectores más profundos. Pero con el tiempo me di cuenta de que, al igual que ocurre en el alpinismo extremo, también interviene otro aspecto de Tánatos. Los submarinistas y los espeleólogos a menudo describen sus experiencias como extáticas y trascendentales”.
A veces, el estilo de Robert Macfarlane es húmedo. “Llevo más de quince años escribiendo sobre las relaciones entre el paisaje y el corazón humano”, una frase que provocó que mi corazón frunciese el ceño. El autor describe “la presencia fluida de la nutria”.
Más frecuentemente es espléndido. Lo que hace lo hace tan bien, y ha recibido tantos premios por sus libros, que en Inglaterra se han empezado a registrar reacciones de rechazo, solo para poner su carrera en perspectiva.
El periodista de The Guardian John Crace, en su columna satírica “Digested Read” [“Lectura resumida”] caricaturizó su libro Landmarks, inédito aún en España, y acuñó el término macfarliano para hacer referencia al “proceso de elogiar a otros autores para que tu libro suba de categoría por asociación”. Crace definió Landmarks como “algo de gran importancia que en realidad es bastante mediocre”.
En la London Review of Books, la poeta y ensayista escocesa Kathleen Jamie situó la obra de Macfarlane en un desafortunado contexto histórico. “¿Qué es eso que llega por la colina? ¡Un inglés blanco de clase media! ¡Un macho solitario embelesado! ¡De Cambridge! Helo aquí, dispuesto a avanzar con audacia, ‘descubriendo’ y, a continuación, sofocando nuestra hermosa tierra, dura y a veces difícil, con su lirismo civilizado”.
Macfarlane sobrevivirá a estas novatadas. Si bien las más de quinientas páginas de Bajotierra no me supieron a poco, y aunque preferiría asistir a una reunión del Club de Escritores y Asmáticos del West Side de Groucho Marx y S. J. Perelman que meterme en una cueva hasta el centro de la tierra, el libro es excelente: valiente y sutil, empático y extraño; un trabajo de machihembrado fruto de la atención verdadera.
La que bien podría haber sido la última frase del libro de Macfarlane, se encuentra en la página 402: “Así es como acaba el mundo. No con una explosión, sino con un centro de visitantes”.
© New York Times Book Review