En Galicia se denomina Andar as crebas a una actividad complementaria de la economía del litoral; los crebeiros recorren las playas en busca de restos útiles que escupa la marea después de algún naufragio. Las crebas son una metáfora de los objetos encontrados, como los ready-made de Duchamp, que Francesc Torres utiliza como artefactos simbólicos, restos fósiles de las derivas del tiempo y del progreso. Torres se identifica como crebeiro en su metodología artística, recolectora, así como en su mirada ecologista, definida por la pulsión destructora como motor de las dinámicas cíclicas y regeneradoras propias de la historia.
Francesc Torres (Barcelona, 1948) lleva sobre sus espaldas 50 años de producción artística entre Nueva York y Barcelona y, desde hace veinte, también desde su refugio en Finisterre, en plena Costa da Morte. Este vínculo con Galicia es el punto de partida de Crebas, la exposición que presenta el CGAC que lejos de ser una retrospectiva –con obras creadas entre 1976 y 2019– muestra por primera vez las piezas gallegas que casualmente le conectan con el primer Torres, aquel joven artista conceptual que invocaba a los elementos.
Dicen que es un artista de artistas. Vagamente reconocido por el gran público, en las facultades de Bellas Artes se venera a Francesc Torres como referente de la instalación multimedia de mediados de los setenta exhibida en los espacios autogestionados de Gordon Matta-Clark o Hans Haacke, pero también por su hábil codificación de símbolos, sus inteligentes relecturas de la historia y de la guerra, su pasión por el automovilismo, su pulsión acumuladora de objetos y su obstinada intención de comprender nuestra cultura.
Ante esa vorágine de obra, de significados y significantes, la criba de la comisaria Rocío Figueroa ha sido crucial. Cinco años de trabajo riguroso para destilar un proyecto complejo abundante en capas, técnicas, épocas y conexiones que el espectador tiene el placer de descodificar. Crebas es un inmenso mapa mental, limpio y bien organizado, que parte de la biografía del artista para abarcar el mundo.
'Crebas' es un inmenso mapa mental limpio y bien organizado que parte de la biografía del artista para abarcar el mundo
La campana hermética. Espacio para una antropología intransferible, la instalación situada en el doble espacio de la planta baja, actúa de catalizador de la exposición y se activa como dispositivo arqueológico de objetos contemporáneos: desde piezas encontradas o juguetes de su infancia, hasta huesos de aceituna tallados, mecheros del 11-S, indios y vaqueros y, por supuesto, su colección de reproducciones de automóviles. Esta instalación resuena como Wunderkammer o gabinete de maravillas y nos invita a identificar cada objeto con la biografía del artista y con su papel en la cultura popular. A pesar de ser la pieza más espectacular, se recomienda comenzar el recorrido por las salas de arriba y terminar con una vista cenital de la misma, para que se signifique desde una concepción esférica del tiempo.
En la primera sala encontramos las obras realizadas en Galicia. En Sofía y el abismo documenta fotográficamente la acción de lanzar al mar 60 volúmenes de una colección de libros familiares de Aristóteles, Wittgenstein, Duns Escoto… en un día de un agitado mar de fondo. Después de 24 horas retorna para ver qué es lo que el mar le devuelve, pero lo ha engullido prácticamente todo. Tan solo encuentra siete de los libros y algunas páginas sueltas. En Tipo I (en la escala de Kardashov) mezcla imágenes de dos escenarios de violencia sistémica en un único paisaje mental: las minas de wolframio explotadas por la Alemania nazi en Orense y el complejo ballenero Caneliñas en Gures, abierto por noruegos en los años 20 y donde aún se pueden encontrar restos de ballenas. Ambas explotaciones, hoy abandonadas, evidencian el capitalismo como destrucción y naufragio de la condición humana.
A continuación encontramos una de las instalaciones más rotundas e inteligentes. Feminicidios (por arte interpuesto) es una vuelta de tuerca a las lecturas unívocas de las colecciones de arte. Coincidiendo con el congreso eucarístico de 1952 aparecen vandalizadas las pinturas de la sala de desnudos femeninos del MNAC. La violencia atribuida sotto voce a unos seminaristas contrasta con la misma acción perpetrada por una sufragista a la Venus del espejo de Velázquez y a su vez por las cuchilladas al lienzo de Lucio Fontana. Torres muestra los lienzos vandalizados montados en unos exquisitos caballetes de metacrilato a lo Lina Bo Bardi. Mismo gesto, diferentes actores, diferentes lecturas. Así son sus piezas, multiversos complejos y fascinantes que nos confrontan con lo que somos. Vayan con tiempo.