El desdoblamiento de John Banville en Benjamin Black para perfilar historias de suspense y aire policial son meras excusas para hablar de las debilidades, deseos, maldades y prejuicios humanos tan arraigados en el transcurso de la Historia. En Las invitadas secretas continúa con la saga del subinspector de la Garda Strafford, que dio comienzo con Pecado, novela con la que Banville/Black obtuvo el Premio RBA de Novela Policiaca en 2017.
Si en aquella primera novela el espigado Strafford debía resolver el extraño asesinato de un cura que encubría un nido de secretos vinculados a la iglesia, esta nueva aventura se sitúa durante la Segunda Guerra Mundial, con Londres asediada por los bombardeos de los alemanes. Este hecho provoca que el rey de Inglaterra y sus dirigentes decidan enviara Irlanda, un país neutral en la conflagración, a las dos princesas, Elizabethy Margaret de 14 y 10 años respectivamente, con nombres falsos junto a una agente del servicio británico, Celia Nashe, que se encargará de su seguridad mientras se hace pasar por la institutriz. Este acuerdo entre los países para proteger a las niñas se hará a cambio del envío regular de carbón por parte de Inglaterra a Irlanda.
Este planteamiento le permite al autor mezclar suspense e intriga en un marco de ficción histórica que la emparenta de alguna manera con la reciente Los lobos de Praga. De tal forma, Banville/Black despliega una prosa cadenciosa, salpicada de una leve y sutil ironía para crear una atmósfera acorde con una época revuelta, tensa y absurda a partes iguales, en la que la vida cotidiana podía ser un problema, simplemente porque un secreto que conocen más de dos personas deja de serlo. Como en Pecado se nombran personajes de la saga del patólogo Quirke, como la actriz Isabel Galloway o el propio comisario Hackett.
Banville/Black despliega una prosa cadenciosa, salpicada de una leve y sutil ironía para crear una atmósfera acorde con una época revuelta, tensa y absurda a partes iguales
Strafford estará desde el comienzo en el encuentro con el ministro irlandés y el diplomático inglés, y luego en la vieja mansión del duque donde alojan a las princesas. El subinspector de la Garda permanece como un espectador preparado para actuar si fuera necesario, algo perplejopor cómo se toman las decisiones entre los políticos, en una suerte de situaciones no exentas de ironía. ¿A quién se le ocurre pensar que las hijas de los reyes ingleses van a estar a salvo en una zona rural irlandesa con el odio histórico de parte de la población? El larguirucho Strafford se pasa los días observando y leyendo, admirando a Celia Nashe, en un ambiente de calma nerviosa y decadente que el escritor transmite con una fluidez narrativa cómplice. "Por qué había juzgado hacer partícipe del secreto al ama de llaves del duque y no al oficial al mando de la guardia era un misterio para Strafford: otro de los muchos de esa operación descabellada".
En Las invitadas secretas es más importante el contexto, la ambigua y eficaz narración que propone Banville/Black, la crítica implícita a unas decisiones como mínimo discutibles por parte de los gobernantes, la manera en la que crece y se cultiva el patriotismo, con un grupo del IRA penoso. Y es que la República de Irlanda podía ser neutral pero no precisamente un país amigable. De hecho, la trama parece seguir o ajustarse a uno de los pensamientos de Strafford: "La vida, pensó, es en realidad una sucesión de pequeñas tácticas de distracción en su mayor parte inadvertidas".
Banville/Black toma un acontecimiento real para fabular y exponer rencores y odios que pueden trasladarse a otras zonas. Pero sobre todo destaca la maestría del escritor para definir personalidades interesantes y contradictorias, para mostrar las flaquezas y diferencias entre hombres y mujeres, para interconectar obras y personajes, para desarrollar una historia en la que el lenguaje y el estilo está en el inicio y el fin de todas las cosas. En este sentido, sus novelas negras son 'tácticas de distracción' en las que se pasean o se perciben ecos de las Henry James, Vladimir Nabokov, o las romans durs de George Simenon a fin de reflejar las sombras de Irlanda que siguen ahí y, también, por supuesto, en Europa.