“Veremos”, “vamos a ver”… Son expresiones que cierran varias de las reflexiones de Rafael Argullol (Barcelona, 1949) a lo largo de la entrevista. Se cuida mucho de parecer un profeta. Y eso que ya hace tres décadas vislumbró el mundo que hoy vivimos con una precisión impactante. Lo plasmó en La razón del mal (Acantilado), novela con la que ganó el Premio Nadal en 1993. Paradójicamente, la ciudad imaginaria azotada por una pandemia que presenta en esa obra creció en su imaginación en tiempos felices de fastos olímpicos, exposiciones universales y capitalidades culturales. Hoy esa urbe ha cobrado forma tangible ante sus ojos: la observa en directo desde la ventana de su casa asomada a la Rambla. Mascarillas, desconfianza, miedo y ruina económica…

En su distopía libresca insertaba como contrapunto una utopía solidaria trenzada por la amistad y el amor, única esperanza para revertir la deriva totalitaria. Espera que en esta época ambos pilares vuelvan a cimentar, ahora en la realidad, la remontada de la humanidad tras el KO que le ha infligido el virus. Pero no aporta ninguna certeza, lo cual es lo más honesto. El devenir del mundo lo ve suspendido hoy en la balanza de Osiris: iguales oportunidades tienen de triunfar la libertad y la solidaridad que el sálvese quien pueda. Eso sí, con sus libros, los de alguien que da la sensación de haber mirado un poco más lejos que la media de los mortales, empuja para que sean las primeras las que ganen la partida.

Pregunta. ¿Qué le inspira el concepto ‘nueva normalidad’, de sonoridad tan inquietantemente orwelliana?

Respuesta. La normalidad es como una sedimentación geológica de costumbres, tradiciones… No es algo que se imponga de la noche a la mañana. Esta sí es impuesta y por eso resulta turbadora. Algunos totalitarismos hablaban de instaurar una ‘nueva libertad’. Suena un poco a eso. Yo lo que quiero es la vieja normalidad y la vieja libertad.

P. Lamenta que en España reaccionamos tarde a la pandemia, algo que imputa no sólo al gobierno sino también a la población, perfectamente consciente de lo que pasaba en Italia.

R. Los primeros no reaccionaron por intereses cortoplacistas pero hay una doble responsabilidad aquí, sí. En España es muy habitual lo de escudarse en el Estado. Conocíamos por los medios lo que pasaba en Italia. Y, además, sólo en Barcelona hay unos cien mil italianos. Teníamos pues noticias en directo de los contagios pero no reaccionamos con la suficiente fuerza.

"La reacción para salvar la cultura es de vergüenza ajena. Y la primera intervención del ministro, patética. No hay visión estratégica para el sector"

P. ¿Y cómo ve la reacción política frente al devastador panorama del sector cultural?

R. De vergüenza ajena. Comparado con lo que se estaba haciendo en Francia y Alemania, la primera intervención del ministro fue patética. Pero la ciudadanía tiene una gran responsabilidad: si no presiona, los políticos se acomodan.

P. Bueno, el sector se alzó airado y al final tuvo que remangarse y ofrecer medidas más concretas…

R. Ya, pero eso es como el niño que reacciona cuando el padre le riñe. Es algo improvisado. El problema es la falta de visión estratégica que arrastramos.

P. Una de sus denuncias recurrentes la dirige contra el antiintelectualismo español, el desprecio generalizado a la cultura. ¿Puede haber cambiado algo esta actitud tras las semanas de encierro, en las que los libros, el cine y la música fueron un asidero básico?

R. Sí parece que se han visto muchas series pero no soy muy optimista. No tengo datos sobre la lectura. Sé que en Francia ha aumentado mucho el libro electrónico. Allí por ejemplo se ha lanzado recientemente la versión digital de mi novela La razón del mal.

P. Aquí también ha subido.

R. Sí, seguro que sí, pero es pronto para hacer balance. Lo veremos…

La razón del mal no sólo está calando en Francia. En Italia tuvo cierta repercusión ya hace un par de años porque los lectores vieron en la novela un reflejo de la situación sociopolítica del país, en manos del populismo. Y hoy ha vuelto a cobrar más vigencia con la pandemia. “He comprobado que muchos mecanismos que yo identifiqué casi por intuición se dan realmente en la sociedad ahora pero estoy a la espera del desenlace, de ver dónde va a llevar todo esto. Hemos formulado todo tipo de profecías, desde que vamos a mejorar hasta que vamos a olvidar. Yo creo que en la balanza de Osiris tenemos todas las posibilidades. Dependerá de nosotros”.

"Espero que, como en la peste negra, se esté gestando ahora un movimiento equiparable al 'Quattrocento'"

P. ¿No vislumbra alguna tendencia específica que pueda ganar más peso: epicureísmo, misticismo, totalitarismo…?

R. Después de la peste negra en Florencia, hubo de todo, desde posiciones epicúreas, ya anunciadas por Boccaccio en el Decamerón, hasta posiciones ultramontanas y puritanas, pero sobre todo hubo una cosa, que me hace despertar más la esperanza: una gestación de talento excepcional. Pocos años después estalló el Quattrocento, la concentración de talento más extraordinaria que se haya dado nunca en esa ciudad. Espero que ahora esté gestándose un movimiento equiparable, que esté ya afilando el talento y la moral. Entonces sí que se sembró la semilla. Vamos a ver…

Sacrificio y compasión

P. Usted en los últimos años sí se ha acercado más al territorio de la fe, concretamente a la figura de Jesús, de ahí su libro Pasión del dios que quiso ser hombre. ¿En su caso se debió a la conciencia de fragilidad o a la de finitud?

R. A que ser agnóstico me parecía algo demasiado cómodo. Una figura como la de Jesús es extraordinaria desde el punto de vista trágico porque pone de relieve el sacrificio, comparte el dolor a través de la compasión, algo muy importante hoy.

P. ¿En la vida de Jesús está compendiada la receta que usted prescribe para afrontar este trauma: compasión, coraje y espíritu crítico o libre?

R. Sí, tiene coraje y compasión; y sus parábolas, espíritu crítico. Lo que me cuesta más encajar en el mito de Jesús es su vinculación con esa deidad de origen judío, la del dios padre. La existencia de un principio, absoluto, único y todopoderoso me repele un poco. Entiendo más a Jesús como personaje de una tragedia griega que como miembro de la santísima trinidad y toda la teología cristiana.

"Entiendo más a Jesús como personaje de una tragedia griega que como miembro de la teología cristiana"

Argullol percibe ahora que los virólogos se están erigiendo en los nuevos sacerdotes. Y recela. “Es imprescindible consultarles. Pero si cumplir sus prescripciones supone anular por completo mi libertad, no lo aceptaré. No voy a caer en la trampa de cambiar toda mi libertad por total seguridad, y por su verdadero meollo: la salud. Si tengo que elegir entre la libertad y la vida, elijo la libertad, porque una vida sin ella es supervivencia, no vivencia. Sin espíritu libre, el coraje degenera en fanatismo y la compasión en mera caridad.

P. ¿Su pasión viajera le está haciendo más dura la inmovilidad forzosa?

R. Sí, sobre todo mirar al futuro y ver las perspectivas. Si será difícil ir a Italia, imagine ir al otro lado del mundo. Aunque quizá se recupere la importancia del viaje, por contraposición al fast food turístico de ahora.

P. Supongo que celebra la reducción de las hordas de turistas en su ciudad.

R. Sí, desde luego. Barcelona es muy buen ejemplo del cambio: ahora está mucho más ligera. Las calles parecen un paisaje reequilibrado. Es un buen momento para replantearnos si queremos seguir viviendo en mitad de ese gran tumulto, también el de prohibir ya de una vez el acceso de los coches al centro.

P. Cuando volvamos a viajar, encontraremos una Europa más desunida. La grieta abierta por los países del este ya era preocupante y el virus ha ensanchado ahora la frontera norte-sur. ¿A quién responsabiliza de tanta fractura y tan poca ilusión?

R. Con la caída del Muro se alcanzó el clímax de ilusión. Ahora estamos en el momento más bajo. Para mí el proyecto unificador fue el proyecto de mi vida: disolver los viejos nacionalismos y poner la cultura en primer término, Goethe, Valéry, Rilke… Pero todo eso ha sido sustituido por la burocracia y un capitalismo sórdido. La Unión era un organismo petrificado, muy debilitado, en el que no quedaba nada de aquello. De ahí su respuesta sin fibra ni fuerza a la crisis.

P. Dice elogiosamente que Merkel es la única estadista que queda en Europa. Pero ¿no está siendo demasiado estadista (léase proteccionista del interés nacional) en detrimento del ideal paneuropeo?

R. Yo ideológicamente comparto poco con ella. Pero me gusta ese poso que tiene de mujer de la Alemania del Este con una actitud muy realista y cercana a la gente. Recuerda un poco al Churchill de la II Guerra Mundial, alguien que da la cara en el momento más difícil, ofreciendo un discurso sensato, corto, ajustado y perfecto. Aquí y en otros países como Francia las intervenciones de nuestros líderes han creado por el contrario mucha incertidumbre.

Gelidez ante la tragedia

P. La faz más terrible de esta crisis es la muerte masiva de ancianos. Hemos perdido un capital de experiencia y sabiduría valiosísimo. ¿Cuál será el impacto de esta pérdida?

R. Brutal. A mí uno de los aspectos que moralmente más me ha repugnado en España es la indiferencia e indecencia con los que se hablaba de este hecho al principio. Se decían cosas como, bueno, si ya tienen 80 años, han vivido suficiente… Eran comentarios de una gelidez terrible. En Italia, en cambio, se reflexionó mucho sobre la gravedad de la desaparición de esa generación. Es verdad que luego ha habido una rectificación y una actitud más compasiva. No hay que olvidar que la educación mítica es la que ofrecen los abuelos, y es esencial.

"La muerte de los ancianos es un impacto brutal. no olvidemos que son los que ofrecen la educación mítica"

La muerte de su madre hace tres años le dio a Argullol, precisamente, el impulso de escribir el libro en el que anda inmerso ahora. “Es un acontecimiento que te resitúa: te coloca ya irremediablemente en la primera línea de la trinchera”. Será la tercera entrega de la trilogía que arrancó con Visión desde el fondo del mar, con el fallecimiento de su padre como desencadenante, y Poema, que surgió de imponerse la obligación de escribir, cada día durante años, una suerte de diario. Escritura proteica que mezcla la narrativa con la poesía, la realidad y la imaginación, la biografía y la invención, el sueño y la vigilia, el recuerdo y la actualidad… En el nuevo volumen sigue cultivando ese libertinaje literario. Lleva unas 450 páginas y, como sus precedentes, calcula que superará el millar. El que sí tiene terminado es Las pasiones de Rafael Argullol, en el que recoge sus reflexiones sobre 35 de ellas vertidas en un programa de Catalunya Radio, donde el presentador, sin previo aviso, iba poniéndoselas en suerte para que las comentara. “Así el resultado es más fresco, más espontáneo”, apunta.

P. ¿Cuáles han sido las que más han marcado su vida?

R. La pasión por el viaje, por la amistad, la amorosa, la de los libros… Una no tan positiva que me ha afectado mucho es el orgullo, que algunos han visto como soberbia y arrogancia. Otra pasión negativa para la que soy poco apto es el odio, y no sé si esto es del todo bueno, porque eso supone que no tengo la constancia que requiere. Para un ataque de cólera sí soy muy válido. Esto de las pasiones se las trae, porque limitan con las obsesiones, por eso a Platón le daban tanto miedo. España está llena personas muy odiadoras, el guerracivilismo está siempre en la superficie, y me sorprende, porque sostener el odio es un trabajazo agotador. Otra que es agotadora y horrible es la envidia, una pasión negra que te hace pasarlo fatal y no produce nada.

P. De todas formas, usted dice que el ser humano, en esencia, es una combinación de miedo y esperanza. Cuesta encontrar una definición más certera para retratar lo que hemos sido (y somos) en este tiempo.

R. Sí, las crisis, cuanto más apocalípticas, mejor muestran nuestra quintaesencia, por eso se ve muy bien esa mezcla en estas semanas. Hay días que te levantas con el pie del miedo y otros con el de la esperanza. Aunque eso puede cambiar pasada una hora, o incluso un minuto. Y en eso estamos: enfrentándonos a nuestra quintaesencia, mirándonos en el espejo.

@albertoojeda77