La relación entre poesía y viaje es tan antigua como la propia literatura y se puede rastrear hasta las raíces mismas de nuestra cultura occidental, tanto en su vertiente judeocristiana, con el antiquísimo Cántico de Moisés presente en el Éxodo desde sus primeras versiones, como en la herencia grecolatina una de cuyas cunas es la Odisea homérica. Al espíritu de esa época primigenia, en la que el viaje se entendía como metáfora de la vida y el recorrido resultaba ser más importante que la meta –como condensó excelsamente Cavafis precisamente en su conocido poema “Ítaca”– nos traslada la poeta y pensadora Virginia Moratiel (Buenos Aires, 1954) en esta particular cartografía que recorre 2.600 años de poesía –de la griega Safo a Alejandra Pizarnik– apoyándose en los conceptos de itinerante extranjería y perpetua búsqueda de uno mismo que la lírica ha moldeado como ningún otro arte salvo, quizás, la música.
En un acertado y completo prólogo en el que recorre las virtudes y aptitudes de la poesía y sus visiones y funciones a lo largo de la historia, desde su papel místico y sacerdotal hasta sus más modernas capacidades de introspección y empatía, Moratiel abona el terreno para su tesis de que en nuestra singladura vital, los poetas son, como reza su título, los perfectos compañeros de viaje: “sea por el enorme deleite interior que nos ofrecen sus poemas, sea por la peculiar manera como abordan los grandes temas universales o el sentimiento que destilan ante las encrucijadas del camino”.
A través de 2.600 años de poesía Moratiel defiende que en el viaje de la vida los versos son la mejor compañía y los poetas los perfectos compañeros
Así, los treinta y siete ensayos que componen este volumen suponen un variado catálogo de la lírica global, pues, aunque muy deudora de Grecia -como por lo demás toda nuestra cultura- la selección añade ejemplos extraoccidentales, como el cordobés Ibn Hazm, el rey chichimeca Nezahualcóyotl, el maestro del haiku Matsuo Basho o el indio Rabindranath Tagore, que condensó para Occidente la milenaria y espiritual cadencia de los Vedas. Entre los de nuestra tradición, combina nombres canónicos, y por ello ineludibles, como San Juan de la Cruz, Milton, Hölderlin, Keats, Baudelaire, Whitman, Dickinson, Rilke, Pessoa o Lorca, con otros más arriesgados e imprevistos, como las cada vez más reivindicadas Anna Ajmátova y Delmira Agustini, Rosalía de Castro, una de las poetas que mejores versos compuso, como buena gallega, a la emigración; o James Macpherson, poeta del cementerio capaz de resucitar el sólo la voz de la moribunda cultura celta.
Y aún deja espacio la autora para, huyendo de personalismos, abordar mediante otros textos más conceptuales asuntos como el amor en la poesía tardomedieval, de mano de los italianos Guinizelli, Cavalcanti y Dante; la relación entre poesía y filosofía adentrándose en el Eleusis de Hegel; la poesía mística y cabalística, a través del ejemplo de José Gorostiza, o el humor condensado en los “poemínimos” de Efraín Huerta.
Un repaso, en definitiva, a mucho de lo más granado de la lírica universal que nos remite a esa eterna pregunta de qué tiene la poesía para seguir emocionando a través de milenios a gentes completamente diferentes. Una pregunta a la que, como al viaje de la vida, cada uno debe sar su propia respuesta.