El noruego Jo Nesbø (Oslo, 1960) es un escritor con una extraordinaria capacidad para crear personajes cautivadores, repletos de aristas, ambiguos y complejos, aunque esos personajes sean incómodos para el lector. Y no nos referimos solo a su figura más emblemática, Harry Hole, con la que ha creado una potente saga que ha cautivado a millones de lectores, sino a los asesinos y depredadores que pueblan sus diferentes novelas. De hecho, en Sangre en la nieve, le da un descanso a Hole y nos presenta a Olav, un peculiar sicario que se jacta de matar a los hombres que se lo merecen y que se define así: “soy blando como la mantequilla, soy demasiado enamoradizo, pierdo la cabeza cuando me cabreo y soy un desastre para las matemáticas. He leído alguna que otra cosa, pero sé muy poco y, en cualquier caso, nada que pueda serme útil”.
La ironía, mordacidad e ingenio que exhibe el autor de El muñeco de nieve en esta nueva historia es una suerte de resbaladiza muestra de los deseos humanos. Una búsqueda de la redención que combina la fatalidad y el nihilismo en un juego de plasticidad moral bastante atractivo. Nesbo combina una extraña poética interna desde el delirio y la imaginación de Olav –ese asesino a sueldo que juega con los clichés para saltárselos siempre que puede, un tipo que espía el interior de las casas ajenas, como si fuera James Stewart en La ventana indiscreta– para crear imágenes inesperadas en las que el protagonista confunde la realidad y su representación.
Desde la perspectiva de Olav, esa narración en primera persona resulta de lo más vaga pero también de lo más sugerente. El estudio psicológico del protagonista y las diferentes ramificaciones son acaso una de las virtudes de esta ficción que arranca cuando el jefe de Olav, Daniel Hoffmann, le encarga que mate a su mujer, pero él no lo hace, simplemente, porque se enamora de ella.
Además, la novela está repleta de ecos literarios y audiovisuales que Nesbo hace suyos desde su personalísimo estilo. En Sangre en la nieve encontramos alusiones a Jim Thompson, Dashiell Hammett o Marc Behm (el inicio puede parecer, con una perspectiva diferente, La mirada del observador), entre otros, pero también de películas y series como Fargo, en cuanto al humor negro que despliega y otras características que presenta el personaje de Olav, como su torpeza.
Sin embargo, lo más interesante es el sondeo que hace de la compasión a través de María, la cajera coja, el imposible relato de amor con Corina, la astucia para crear giros inesperados y mantener un tono poroso entre la acción y los pensamientos de Olav, y sobre todo la madurez de un relato sobre la soledad, la inadaptación y el darwinismo que se cuestiona la propia cordura de las decisiones que tomamos los seres humanos.