“1940 es el año menos tratado por la literatura francesa, que sí se ocupó de ciertas cosas, pero nunca desde el ángulo que yo adopto aquí”, explica Pierre Lemaitre (París, 1951), a quien la pantalla del ordenador muestra con una tupida barba postconfinamiento, desde su casa, situada en un pueblecito cercano a Arlés. “En francés se llamó la Debacle a la derrota militar de Francia, mucho más tratada en novelas y película, pero del éxodo, núcleo de mi novela, sólo encontré tres o cuatro novelas, así que quedaba espacio para alguien como yo”.
Y alguien como él es el autor de, además de un buen puñado de exitosas y premiadas novelas negras, las dos entregas precedentes de la trilogía Los hijos del desastre: Los colores del incendio, en la que narra con crudeza y emotividad los duros años del periodo de entreguerras en una Francia devastada, y Nos vemos allá arriba, su aclamada novela ambientada en la Gran Guerra que le valió el Premio Goncourt. Ahora, Lemaitre pone el broche a este periodo de entreguerras con El espejo de nuestras penas (Salamandra), un vibrante y directo relato coral a caballo entre el género negro y el histórico y ambientada cuando los tanques nazis están a punto de entrar en París en 1940, un año con muchos paralelismos con la actualidad.
Pregunta. Al principio del libro incluye una cita que afirma que en aquella época siempre que ocurría algo el culpable era otro. ¿Resume eso la debacle del Estado francés en 1940?
Respuesta. En esencia sí, porque es curioso ver como entonces había, por parte de todos, una fuga permanente de sus responsabilidades, abandonándose a una gran responsabilidad colectiva. Con la invasión paso algo así, la población, desde el general mayor a un simple tendero, asumió que todo lo había hecho mal el vecino y que ellos eran grandes patriotas. Pero al parecer no hemos cambiado tanto, ya que en el fondo es un poco lo que ha pasado también en Europa con la pandemia que vivimos. Todos pensando que es culpa de los médicos, de los políticos o de los vecinos que no se han puesto la mascarilla. Quizá achacar la culpa al otro sea un rasgo genérico de la humanidad, más allá de lugares y épocas.
P. Además de la derrota, ¿qué significó el desastre de 1940 para la cosmovisión de los franceses? ¿Cómo se solidificó en el imaginario popular?
R. Fue muy importante. De hecho, al escribir el libro me preocupaba la reacción de los lectores frente a su memoria colectiva, pero creo que los hechos han prescrito. Hoy, visto con perspectiva, más que el dolor del recuerdo, la gran clave de 1940 es que a partir de entonces, de esa derrota histórica y humillante, una guerra que se perdió en tres semanas arrojando a la carretera a 10 millones de personas y obligando al gobierno a exiliarse; el pueblo, la gente corriente, empezó a desconfiar de las élites. Supuso la primera ruptura entre gobernadores y gobernados.
"Hoy en día, la gran clave de 1940 es que a partir de esa humillante derrota la gente corriente empezó a desconfiar de las élites"
P. Precisamente, los personajes de sus novelas son siempre gente corriente envuelta en hechos extraordinarios, ¿por qué darles voz a ellos y no a las grandes figuras históricas?
R. Creo que fue Hitchcock quien dijo que sus películas eran historias de gente corriente a quienes les pasaban cosas extraordinarias. Y esa definición de su cine es plenamente aplicable a como yo concibo la literatura, no toda ella, sino la que yo escribo. A mí me interesa la gente normal, en general gente de la misma clase social de la que yo salí, que se ve envuelta en situaciones increíbles y maravillosas. Gente que es víctima de la historia. No es casual que esta trilogía se titule Los hijos del desastre. Con esta expresión quiero decir que aquellas fueron generaciones perdidas, generaciones que fueron sacrificadas por la generación precedente, algo que puede tener ciertos paralelismos en la actualidad con temas como el calentamiento global, pues mi generación está legando a las generaciones venideras un planeta en el que será imposible vivir. Esto es una repetición trágica de la historia.
P. Otro paralelismo muy obvio es el de las columnas de ciudadanos franceses huyendo hacia el sur por las carreteras con los refugiados que en los últimos años han venido y continúan emigrando a Europa. ¿Por qué somos incapaces de vernos reflejados en ellos?
R. Quizá lo que nos falta es un concepto de proximidad geográfica y cultural que nos impide empatizar más, no lo sé. Pero hay otra cosa que todos los lectores podrán ver como algo mucho más común y cercano, que es el trato dado a nuestros vecinos, que pasaron de un día para otro a ser extranjeros. El libro muestra como esto sucedió en 1940 con la gente de Luxemburgo o de Bélgica, gente que cruzaba a menudo la frontera. Tras el inicio de la guerra los franceses decían: “nos están quitando lo nuestro, nuestros trabajos y bienes...cuando aquí estamos en dificultades...”. A todos nos suena, ¿verdad? Que nuestros vecinos vuelvan a ser extranjeros puede pasar mañana mismo incluso en Europa si ocurre una gran crisis, por lo que la lección está ahí.
Además de esta llamada a tomar conciencia de que el pasado, incluso el más duro, puede repetirse con pasmosa facilidad, Lemaitre aprovecha sus novelas para recordarnos que muchas cosas que consideramos novedades, como el populismo o la propaganda, son solo viejos monstruos con nuevos ropajes. “Lo que hoy llamamos fake news tiene siglos de antigüedad. Basta con echar un vistazo a los periódicos del año 40 para ver que hasta escasos días antes de la invasión alemana estos fueron el vehículo de las noticias falsas, siempre con grandes titulares, que pergeñaban el Gobierno y el Estado Mayor”, explica el escritor, que narra en el libro como una semana antes de que las tropas nazis llegaran al centro de París aún había muchos periódicos que con total euforia anunciaban que el ejército francés dominaba perfectamente la situación. “Algo así no solo es ridículo, sino un crimen de estado y es triste ver que todavía hoy en día en Francia la mayoría de los periodistas solo son el altavoz del poder y así humillan a su profesión”.
Un mundo sin memoria
P. Este año se conmemoró el 75 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Todavía persiste el horror en la memoria o el mundo ya empieza a olvidar lo que significó el conflicto?
"Galdós se bate en igualdad con cualquiera de los escritores de su época y es comparable por su importancia y su talento, a todos los grandes genios franceses del XIX"
R. Con preguntas como esta siempre tengo miedo de parecer un viejo tonto. Lo digo porque me avergüenza un poco reconocer que temo que la rapidez con la que la información se traslada actualmente haga que un acontecimiento nuevo sea siempre imprescindible para sustituir al anterior. La circulación es tan rápida y las noticias van sucediéndose de forma tan vertiginosa que la memoria se ha convertido en algo muy corto y fugaz, lo que hace que nos cueste más girar la vista hacia el pasado para intentar comprender lo que está ocurriendo en el presente. Es algo que me molesta, porque me parece que en este contexto nos falta una herramienta esencial para entender el mundo. Sin memoria no puede haber una comprensión plena. Pero solo es la respuesta de un viejo tonto. Entiendo perfectamente que cualquier lector de 18 años hoy en día vea las cosas de otra manera, claro.
P. Pone punto final a esta trilogía, pero en los agradecimientos del final escribe “espero con impaciencia que la digitalización continúe en los años de posguerra...”. ¿Se plantea continuar con la historia del siglo XX francés, hacer una especie de Episodios Nacionales como los de Galdós o de Comedia humana balzaquiana?
R. Sería arrogante afirmar tal cosa, pero sí es cierto que voy a seguir con esa especie de fotografía del siglo XX. Ya he cubierto los años 20, 30 y 40. Así que ahora tocan los 50 y 60. Y mi intención es entrar en ellos de una forma novelesca distinta. Esta trilogía ha sido como una especie de puzle con tres piezas en el que las tres se imbricaban unas con otras, pero en mi próximo proyecto novelesco voy a crear una saga familiar que abarcará 30 años, tres libros. Habrá unos personajes fijos, al contrario que en esta donde cada libro contaba con protagonistas nuevos. La dificultad estriba en que a pesar de contar con los mismos personajes me gustaría hacer que cada libro fuera autónomo y eso es bastante complicado desde el punto de vista literario, no es fácil ese equilibrio. No sé si lo lograré, pero es muy divertido intentar conseguirlo.
P. También incluye al comienzo una cita de Galdós, que este año está de centenario. Usted, gran admirador de la narrativa decimonónica, de la que hemos hablado en otras ocasiones, ¿qué opina del escritor español?
R. La literatura francesa tiene la reputación de ser la mejor del siglo XIX europeo, ya que posee, al lado de la española, la italiana, la inglesa o la rusa, una densidad de ingenio y riqueza una cantidad de grandes figuras que no tienen equivalente. No obstante, Inglaterra tenía a Dickens, Italia a Manzoni, Rusia a Tolstói y Dostoyevski... y España a Galdós, comparable, por su importancia y su talento, a todos los grandes franceses. Galdós se bate en igualdad con cualquiera de los escritores de su época y aportó algo de peso por su talento psicológico, por sus complejos personajes y por la gracia del idioma. Es un legado más que considerable y espero que las nuevas generaciones españolas redescubran a Galdós y que ese movimiento impulse a los editores franceses a traducirlo de nuevo y a devolverle el lugar que le corresponde en la primera fila de la literatura europea.
Entre el folletín y las series
P. ¿Entonces ha aparcado definitivamente la novela negra?
"Las series de televisión, el gran acontecimiento de la ficción del siglo XXI, han hecho que los lectores, y los escritores, tengamos más prisa"
R. Podría decirse que sí, que como género puro no volveré a escribir novela negra. Pero con matices, porque en realidad lo que me interesa es ver cómo las herramientas narrativas forjadas para que sean útiles a un género literario, como la novela negra, pueden ser asimismo útiles para contar otras historias. Es decir, he intentado, y creo que lo he logrado particularmente en esta novela, escribir novela histórica con las herramientas diseñadas por los folletinistas del siglo XIX, que siguen funcionando plenamente en la literatura moderna porque el folletín del siglo XIX casa bien con las expectativas del lector actual.
P. ¿Dónde cree que radica el éxito de este estilo? ¿Qué es lo más parecido hoy al folletín?
R. Sin duda alguna las series de televisión, que son la gran novedad de estos últimos años en el mundo de la ficción, el gran acontecimiento del XXI, equiparable a lo que fue en el siglo XX el cine. Nosotros, como lectores de novelas, estamos influidos por el estilo narrativo de las series. Yo mismo, como lector, veo que no soy igual que hace 20 años, ahora soy más impaciente, quiero más acción y que pasen más cosas con los personajes. En aquel entonces, cuando empezaba una novela tenía mucha más paciencia, podía esperar 60 u 80 páginas antes de saber si una novela me gustaba o no. Pero ahora se acabó, ya no tengo esa paciencia. Hoy, si al cabo de 20 o 25 páginas el novelista no ha conseguido engancharme ya empieza a molestarme la cosa y me aburro. Hay tantos libros que por qué seguir con ese, lo dejo tirado y a por otro. Y como novelista incluso yo mismo sufro mi impaciencia al escribir, pues al cabo de 20 páginas me he aburrido si no ha pasado nada. La cultura de hoy hace que me haya convertido también en un novelista con más prisa.
P. Aunque continúe embarcado en la escritura histórica, cierra con este libro un capítulo iniciado hace casi una década, ¿qué siente al mirar hacia atrás, qué cree haberle dado al lector?
"La historia me parece cada vez más una excelente vía para descifrar nuestro mundo actual y la literatura es una forma de hacerla amena y masiva"
R. Ahora voy a ser pretencioso, aviso. Mi sensación es la de haber hecho un buen trabajo. Yo no soy un escritor genial, un Balzac o un Dumas, sin embargo, modestamente, escribo novelas e intento hacerlas bien, y si tomo una cierta distancia y miro este corpus literario que dejo, que abarca tres libros y unas 1.500 o 1.600 páginas, 30 años de historia de mi país... me digo que un lector que abra la primera página de Nos vemos allá arriba sabiendo que hay tres libros tiene una promesa muy apetecible por delante. Creo que vale la pena dedicarle tiempo a leerlas porque será recompensado.
P. Y más allá del lector, ¿cómo le ha cambiado a usted esta década buceando en esa época determinante del pasado, de cara a, si no asumir, por lo menos entender mejor la actualidad?
R. A nivel personal, una de las grandes virtudes de estas novelas ha sido obligarme a mirar la historia con todo lujo de detalles, no a grandes rasgos como hasta entonces. La necesidad de bajar hasta el detalle, de conocer con absoluta precisión sus engranajes más sutiles me ha obligado a observar la historia en su conjunto y a aprender mucho de hoy. La historia me parece, igual que la sociología, cada vez más una excelente vía para descifrar nuestro mundo actual y la literatura nos puede permitir dar a conocer y divulgar de forma masiva y amena todo esto.