Año a año, libro a libro, Sara Mesa (Madrid, 1976) se consolida en el panorama narrativo español como una escritora versátil y sorprendente, que en cada nuevo escrito es capaz de, sin perder su estilo, explorar y añadir elementos muy diferentes a los habituales. Tras el unánime reconocimiento de su anterior novela, Cara de pan (Anagrama, 2018), la escritora regresa ahora con una historia totalmente diferente, la de Nat, una joven que deja su vida en la ciudad por motivos misteriosos para irse a vivir a una pedanía alejada de todo donde comenzará a integrarse (o a intentarlo) en el complejo microcosmos humano que la puebla.
Reconoce Mesa que Un amor (Anagrama), nació antes que la obra anterior, pero que tuvo que apartarse de la historia para pulir “algo que no cerraba bien, pequeñas obsesiones, un dar vueltas tontamente... vete a saber. De lo que no me cabe duda es de Un amor es una novela mucho más compleja y ambigua que Cara de pan, que era una historia más transparente y cerrada, con algo casi de cuento infantil. Lo mismo por ahí decepciona a algunos lectores”.
Pregunta. Ha dicho muchas veces que en toda literatura reside algo autobiográfico, cosa más evidente en algunos otros de tus libros, pero ¿qué hay camuflado de usted en Un amor?
Respuesta. Resumiéndolo mucho diría que la novela es una mezcla de sueños míos, o un gran sueño que los engloba a todos. Durante un tiempo tuve pesadillas recurrentes (todavía a veces vuelven, pero entonces eran diarias) en las que alguien entraba en mi casa inadvertidamente o mediante alguna argucia para hacerme daño, aunque ese daño jamás se concretaba. Otra variante era que el techo de la casa se desmoronaba, las paredes se derretían o empezaba a salir agua del suelo… Ya sabes que, según el psicoanálisis, en los sueños las casas nos representan; de hecho, estos son sueños muy corpóreos, representan nuestro cuerpo y miedo por la amenaza física. Por otro lado, la semilla narrativa de la relación entre el casero y la inquilina la tomé de una amiga a la que le pasó algo similar. Metes todo eso en una coctelera, mi interés por las relaciones de poder en los pequeños grupos, el asunto de los animales y… ahí está Un amor.
P. ¿Qué es lo que motiva a Nat a viajar a La Escapa y a permanecer allí a pesar de todo lo que le sucede?
R. Ella misma lo cuenta, aunque nadie la entiende y ni siquiera ella lo entiende plenamente: renuncia a su trabajo en la ciudad a raíz de un pequeño hurto y, para organizarse una nueva vida, se marcha a un lugar barato donde subsistir varios meses con los ahorros que tiene. No quiero dar más detalles ahora porque la historia está contada en un momento concreto y no puede sacarse de su contexto, pero el asunto del hurto es importante como reflejo de una inadaptación vital.
P. Los habitantes de la pedanía y de los hechos de la novela aparecen únicamente vistos por ella, ¿por qué limita la historia a su punto de vista?
R. Es una elección narrativa que tomé casi naturalmente, porque permite asomarse no a lo que ocurre, sino a lo que la protagonista cree que ocurre. Como la primera persona, pero con más distancia, porque uso la tercera. Esto debería hacer que los lectores cuestionen lo que leen. Por ejemplo, si los vecinos son retratados bajo una luz oscura… ¿de dónde viene esa negatividad? ¿De ellos mismos o de los ojos que los miran?
Una experiencia inexplicable
P. En este sentido, obliga al lector a tomar partido, a decantarse a la vez que a implicarse mucho en la lectura. ¿Por qué esta exigencia y esta fe en el lector?
"Mi lector no sacará de la lectura conocimientos o ideas, no alcanzará explicaciones ni juicios. La literatura no se explica, se siente"
R. Pues yo creo que mis libros no son nada exigentes. Cualquier lector medio puede acceder a ellos, a veces casi mejor que yo misma. Lo que ocurre es que no sacará de la lectura conocimientos o ideas, no alcanzará explicaciones ni juicios. No hay por qué tomar partido ni llegar a una conclusión. Como mi admirada Flannery O’Connor, yo creo que la lectura es una experiencia, como lo es ver una puesta de sol o escuchar una canción. No se explica, se siente. Por supuesto, un análisis crítico profundo puede explicar ciertas cuestiones, pero eso no tiene mucho que ver con la lectura. Si la escritura es reductible a una explicación, entonces es errónea.
P. Precisamente defiende que es de esa clase de escritores que escribe para entender. ¿Un escritor debe simplemente plantear preguntas?
R. No se trata solo de plantear preguntas, sino de caminar de la mano con los lectores para que experimenten un proceso similar al de la escritura. Cuando yo escribo estoy indagando, estoy experimentando y buscando. Es una sensación inquietante y placentera a partes iguales. Escribo para compartir eso, para comunicarlo.
Esta visión personal de la escritura no se hace extensiva a la lectura, donde la escritora sí reconoce desmarcarse más de su terreno. “Leo a muchos contemporáneos, por supuesto también en español, entre los que admiro a Mariana Enriquez, Mariano Peyrou, Pablo Gisbert, Giuseppe Caputo, Esther García Llovet, Miguel Serrano Larraz… Fuera de nuestra lengua, leeré todo lo que escriban Fleur Jaeggy, Herta Müller, Lionel Shriver, J. M. Coetzee, Lydia Davis, Michel Houellebecq, George Saunders... Todos ellos tienen algo que ya me gustaría a mí tener”. No obstante, en cuanto a influencias literarias asegura que “no siento que nadie se parezca a mí ni que yo me parezca a nadie, pero esa sensación de singularidad sé que es falsa, estoy convencida de que hay puntos en común con otros que no soy capaz de ver. Son preguntas que tiene que responder la crítica literaria, no los propios escritores”.
Una sociedad hipócrita
P. Muchos de sus protagonistas siempre tienen relación con la literatura, en este caso Nat es traductora. ¿Es algo consciente o le sale así?
R. Yo creo que la relación no es con la literatura, sino con la escritura, un intento de expresión verbal aproximativo, nada profesional, no siempre acertado ni exitoso. Es verdad que muchos de mis personajes escriben diarios o cartas o, como en el caso de Nat, tratan de llegar más allá con la literatura. Pero Nat es una traductora comercial que, por primera vez en su vida, intenta traducir un libro literario… y fracasa. De momento no me interesa la literatura como tema, pero sí la escritura, el lenguaje y su inadecuación, las dificultades expresivas y los modos tan diversos en que se interpretan los textos.
P. Cuestiona, como en otros libros, zonas grises de la moral donde anida la intolerancia de la sociedad. ¿caminamos hacia una sociedad cada vez más intolerante o simplemente cambian las formas y los modos de serlo?
"La sociedad actual enmascara todo bajo el disfraz de la tolerancia. No somos más intolerantes que antes, pero sí más hipócritas"
R. Es complicado saberlo, pero tiendo a creer que lo segundo. De hecho, lo más decepcionante es comprobar cómo la sociedad actual se coloca el disfraz de la tolerancia y las buenas palabras para enmascarar acciones en esencia profundamente intolerantes. Quizá no somos más intolerantes que antes, pero sí más hipócritas.
P. La culpa es un tema siempre presente en sus novelas. Ésta muestra cómo las comunidades siempre necesitan un culpable, alguien a quien criticar y convertir en chivo expiatorio de los más peregrinos impulsos y prejuicios, ¿es algo inherente al ser humano?
R. Según René Girard sí, y de hecho es lo que explica la aparición de la violencia tanto en las sociedades primitivas como en las contemporáneas. Pero también dice Girard que el chivo expiatorio no se crea por las diferencias, sino por las similitudes, es decir, en el ámbito de la competición. A mí este mecanismo siempre me ha resultado interesantísimo y aterrador, aunque claro, mi aproximación es únicamente literaria. En esta historia lo interesante era describir una comunidad cerrada, la sensación de pertenencia o de exclusión, el desconocimiento de las reglas por parte del intruso, el poder del grupo y, finalmente, la creación del chivo expiatorio.
La vacuna de la lectura
P. Desde hace años sus novelas y cuentos han recibido elogios ininterrumpidamente, ¿cómo se vacuna uno contra la soberbia?
R. ¡No creyéndome nada! No, en serio, siempre he hablado del factor suerte, y también soy consciente de que los elogios, por sí mismos, no son nada ni son para siempre e incluso pueden ser obstáculos en tanto que generan expectativas demasiado altas en los lectores o pueden llevar al acomodamiento creativo. He sido muy afortunada con la crítica y también con los lectores, así que estoy muy agradecida, pero soy también tremendamente insegura y cada vez que publico siento una especie de culpa por no haberlo hecho mejor. La mejor vacuna es leer mucho y bueno, lo que te devuelve a tu verdadera dimensión. Ah, y una última cosa: cuando escucho elogios muy entusiastas de libros que a mí no me gustaron nada o que incluso me parecieron malísimos, pienso: eso también puede pasar conmigo y no me estoy dando cuenta.
"La mejor vacuna para un escritor contra la soberbia es leer mucho y bueno, lo que te devuelve a tu verdadera dimensión"
P. En mayo nos contaba que había planeado en un gran cambio para 2020, centrarse plenamente en la literatura. Más allá de esta terrible interferencia que vivimos, ¿por qué sentiste que era el momento? ¿Un escritor literario puede vivir de los libros en España?
R. Dependerá de lo que necesite, de las personas que deba mantener, de su capacidad de adaptarse a otras tareas paralelas a la escritura (en las que yo soy, por cierto, bastante torpe), del lugar económico de partida... Yo no tomo nada como definitivo. Decidí que en esta época lo haría así y fíjate qué época más dura y extraña nos está tocando. El tiempo me irá diciendo si me lo puedo permitir o no… Pero quiero pensar que una dedicación más exclusiva a la escritura hará que escriba mejores libros.
P. También nos decía que nunca escribe de la actualidad y que no planeaba usar nada de estos últimos meses en su escritura, pero ¿está ya trabajando en algo nuevo? ¿Ha sentido la influencia de todo lo que ha pasado de alguna forma?
R. He escrito mucho, pero aislándome del exterior, de momento solo borradores que precisan todavía mucho trabajo. Pero estoy convencida de que todo lo terrible e inesperado que está pasando terminará colándose de una manera u otra en mi percepción del mundo, aunque no mencione expresamente la pandemia. Soy una escritora de digestión lenta y, como la protagonista de Un amor, tengo que subirme a lo alto del monte para poder ver bien lo que no se distingue de cerca.