Desde sus años como estudiante en la Sorbona, el ensayista y pensador Víctor Gómez Pin (Barcelona, 1944), catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, concibió la filosofía como el núcleo central de una experiencia humana radicalmente basada en la búsqueda del conocimiento, ante la cual se supeditan el resto de disciplinas. De esta convicción nacieron los dos grandes proyectos de su vida, la creación en la Universidad del País Vasco de una facultad de Filosofía que aglutinara a profesores e investigadores de muy diferentes intereses teóricos, como matemáticos, actores, físicos y artistas; y el Congreso Internacional de Ontología, una cita bianual con más de un cuarto de siglo —cuyas últimas ediciones se celebran en Chillida-Leku bajo el patrocinio de la UNESCO—, que reúne a importantes representantes del mundo científico, filosófico y artístico.
De vuelta de una cita en Venecia para coordinar aspectos de la XIV edición, que versará sobre determinismo natural y libre albedrío y ha sido pospuesta a 2021 a causa del coronavirus, Gómez Pin charla con El Cultural sobre su último libro, El honor de los filósofos (Acantilado), un enjundioso y erudito volumen que nos embarca en un viaje desde la Grecia Clásica hasta hoy recorriendo la vida de pensadores que sufrieron persecuciones, exilios, anatemas y hasta la muerte, simplemente por defender sus ideas. Hipatia, Plinio el Viejo, Boecio, Miguel Servet, Descartes, Spinoza, Leibniz, Simone Weil o Alan Turing son sólo algunos ejemplos de quienes “por su indomable disposición, por la capacidad de resistencia a la dificultad, y por su entereza ante el fracaso nos brindaron una lección de moral sin necesidad de redactarla”, a decir del filósofo.
Pregunta. Todos los pensadores de los que habla renunciaron de algún modo al prestigio, el bienestar e incluso la vida en defensa de sus ideales, ¿es exclusivo de la filosofía ese grado de compromiso?
Respuesta. No, pero sí es inherente a la filosofía y a toda obra del espíritu, de tal manera que una sociedad que no favorezca las capacidades humanas que nos distinguen en el mundo animal, el conocimiento, es una sociedad ilegítima. Ahora bien, es fácil constatar que algo en todas las sociedades tiende a traicionar aquel aspecto que las haría favorecedoras de la condición humana. Se diría que pensar es lo más duro, porque nos confronta a lo real que efectivamente es quizás lo insoportable.
P. Hoy en día, vencidos los tradicionales escollos de la política y la religión, ¿qué puede temer un pensador para expresarse libremente?
R. Las modalidades de sumisión del pensamiento no han desaparecido del todo, simplemente son más sutiles. Hoy en día, en esta sociedad de lo políticamente correcto, temerá, desde luego, no coincidir con la opinión generalizada, que no equivale en absoluto a la opinión fundada. Doy un ejemplo: nuestra preocupación por la naturaleza y por otras especies animales es precisamente una prueba de nuestra radical singularidad en el reino animal. Y, sin embargo, bajo el anatema de especista la sociedad se alza contra quien considera que la homologación del animal humano a otros animales equivale a un antihumanismo irracional.
Filosofía, causa final
P. Estudió filosofía en la Sorbona junto a grandes maestros como Focault, Lacan o Lévi-Strauss ¿dónde están los grandes filósofos de hoy y por qué ya no tienen eco en la sociedad?
“La democracia debe guiarse por la razón y no por la adaptación, si no nos lleva a Mussolini o a Trump”
R. A este respecto soy estrictamente platónico: la opinión sólo es legítima cuando ha pasado por el filtro de la razón. Y en la actualidad damos demasiado valor a la opinión sin atender a quien la profiere. La democracia es el poder del demos, del pueblo, pero el pueblo ha de ser, como decía Heráclito, la razón expresándose a través de cada uno de nosotros. Homologar las opiniones de un conjunto dispar es una parodia de democracia, porque si los ciudadanos se guían por motivos de adaptación a su condición de esclavitud, a la conveniencia de la seguridad, entonces la democracia lleva a Mussolini o Trump.
P. Desde entonces se ha cuestionado crecientemente la utilidad de la filosofía, ¿para qué sirve?
R. Doy la respuesta aristotélica. La filosofía no sirve para nada porque constituye el fin último de la actividad del espíritu. Ejemplo concreto: la física cuántica sirve a la filosofía en la medida en que las implicaciones ontológicas de la disciplina son de una trascendencia tal, que la filosofía no puede hoy prescindir de la misma. Pero es la física la que sirve a la filosofía, no al revés. De hecho, cabe decir que la filosofía es el destino al que está abocado el físico cuando reflexiona sobre las inexplicables paradojas de su disciplina. La filosofía es causa final de la actividad del espíritu, vale por sí misma, por eso no tiene mucho sentido intentar sacarle provecho para otros fines.
P. Y, sin embargo, cada vez más es orillada e incluso suprimida en la enseñanza en nuestro país ¿cuál es el riesgo de hacer esto?
R. La suerte de la filosofía es un problema que esteriliza la enseñanza general en nuestro país. Pero diré de la filosofía lo que Horacio decía de la naturaleza: “por mucho que la expulses con una lanza, volverá al galope”. Si los planes de estudio envían a la filosofía a los arcenes, ella se las arreglará para volver, ya sea disfrazada, a la pista, porque la filosofía empieza allí donde las convenciones, sociales o naturales, tienen fallos, algo que siempre ocurre tarde o temprano con las convenciones humanas.
P. Siempre ha defendido el diálogo de la filosofía con otras disciplinas y hace poco coqueteaba en un libro con hacerla renacer a través de la física cuántica. ¿Por qué debemos evitar la separación radical entre Humanidades y Ciencias?
"La filosofía no sirve para nada concreto porque constituye el fin último de la actividad del espíritu”
R. La filosofía no es una actividad que se da en toda sociedad humana. No hay pueblo sin música ni sin poesía, pero desde luego ha habido grandes civilizaciones sin filosofía. Esta nació en Jonia como consecuencia de que previamente había nacido la física, la observación de la naturaleza. La filosofía es meta-física, es decir, viene tras la física, como resultado de las propias limitaciones de ésta. Pero si viene tras la física obviamente no puede pasar de la física. Partiendo de interrogaciones sobre la naturaleza los griegos acabaron reflexionando sobre el ser que piensa la naturaleza, el ser humano. Pues bien, en el siglo XX, otra época libre de otros misticismos, los grandes físicos se vieron de nuevo abocados a la filosofía.
P. Además de a la ciencia hay en su obra referencias constantes a la música y al arte, ¿cuál es su conexión con la filosofía?
R. Muchos de los grandes creadores, sin entrar formalmente en la caracterización de filósofos, se sumergen en tales abismos del espíritu humano que la filosofía no puede prescindir de ellos. Al igual que el trabajo de la ciencia, el trabajo del arte nutre las alforjas del filósofo.
Este eclecticismo se deja sentir en las lecturas recientes del filósofo, que reconoce haberse refugiado durante el confinamiento en clásicos españoles como Calderón y Gracián o en la monumental novela El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani. En cuanto al pensamiento, reconoce sin ambages que “tras estar muchos años preocupado por la física cuántica, ahora intento reflexionar sobre el peso filosófico de la relatividad general, a la vez que me preocupo por el determinismo natural y el libre albedrío”. De nuevo, orbita entre los trabajos de filósofos como “David Wallace, que intenta responder a ciertas paradojas cuánticas actualizando la teoría de los múltiples mundos, y Edgar Morin, de quien me interesa la lucidez con la cual a sus casi cien años sigue reflexionando sobre las posibilidades de la libertad y la dignidad”.
Entre la libertad y la esperanza
P. Concluye El honor de los filósofos con un epílogo sobre nuestra percepción de la libertad y de su necesidad. ¿Es un imperativo mantenerla, al menos de pensamiento, a cualquier precio?
R. Aunque luchar por la libertad es una exigencia misma de la filosofía, esperar a ser libre plenamente para pensar puede hacer que el pensamiento se difiera eternamente. La filosofía siempre ha conllevado un riesgo, ya que muchas veces el orden social se sustenta en la estulticia y la filosofía es una guerra contra la misma. Por ello nunca, ni siquiera ahora ha habido un buen tiempo para la filosofía. Así que en ocasiones la fidelidad al pensamiento se da en condiciones oscuras. Spinoza casi no publicó nada en vida, y sin embargo pensaba, aunque las circunstancias no permitieron que aquel pensar se abriera camino en su época.
P. También habla de la esperanza, y de que esta, junto al conocimiento, son los rasgos más humanos que existen. ¿En qué sentido?
R. Con la esperanza tengo una posición digamos muy problemática. El “principio de esperanza”, puede convertirse en una invitación a no asumir el mundo real. De nuevo cabe recordar que algunas de las grandes obras del espíritu fueron concebidas sin que el autor gozara de libertad ni esperanza, como en el caso de Boecio.
“De momento la automatización, lejos de conducir a la liberación del trabajo solo ha aumentado el paro”
P. Siempre ha defendido que la filosofía, el arte y la ciencia son actividades que deberían hacerse extensivas a todos los seres humanos, ¿puede ser la automatización una vía para alcanzar esa utopía?
R. Aristóteles define la condición humana por la condición de racional. En consecuencia, todo aquel que es impedido de actualizar sus facultades de ser racional, de dedicarse a la práctica de actividades cognoscitivas o artísticas, está mutilado en su pertenencia específica a la humanidad. De momento la automatización, de conducir a la liberación del trabajo más embrutecedor está conduciendo al aumento del paro y a la multiplicación de personas que se quedan sin función social. Se dice siempre que eso se debe al mal uso de la tecnología, pero cabría preguntarse si tal mal uso no es algo inherente a la tecnología misma. Ejemplo concreto: ¿concibe alguien un uso sano y racional de las llamadas redes sociales?
P. Hace unos meses decía que el virus y la situación que ha creado le cambiaron en cierto sentido los temas de reflexión, ¿qué le han sugerido estos meses tan extraños?
R. Tuve un momento casi alucinatorio constatando desde el balcón de mi casa que cada persona iba acompañada con un perro, no dirigía la palabra a las demás personas y había total ausencia de niños. Y pensé que, si entre los humanos dejará de haber celebración, en su sentido etimológico de comunidad, si en suma nuestra percepción se redujera a dígitos y a frío individualismo, viviríamos realmente en una modalidad de caverna que ni siquiera Platón fue capaz de imaginar. Todavía estamos perplejos, pero parece que de nuevo desaprovecharemos, a pesar de las buenas intenciones de los últimos tiempos, la oportunidad de asumir nuestra racionalidad plenamente.