España no ha dejado de ofrecer estadísticas poco ejemplarizantes desde el comienzo de la pandemia. La imagen del país ha sido puesta frecuentemente en la picota internacional. En ese contexto desolador, la reapertura del Teatro Real fue un movimiento a contracorriente que nos devolvió cierto orgullo. Mientras que el resto de coliseos operísticos del continente habían dado por canceladas sus temporadas, Joan Matabosch (Barcelona, 1961), cual galo obstinado, se resistía a anunciar el fin del espectáculo. Y cuando atisbó una mínima oportunidad de volver a alzar el telón la aprovechó. El verso virgiliano de fortuna audentes iuvat (la suerte sonríe a los audaces) se confirmó de nuevo, sembrando un precedente inspirador: si se puede estrenar una ópera —La traviata— con total seguridad, entonces son muchas las cosas que se pueden hacer en medio de esta distopía vírica. Más de las que creíamos. Por ejemplo, se puede apostar por una temporada entera, ambiciosa y homologable a la de un curso ordinario. El director artístico del Real lo tuvo muy claro cuando al presentarla acuñó aquel lema de ‘la normalidad se conquista’. Y según iba cantando los títulos y sus artífices, sacaba pecho: la Rusalka salida del magín de Christof Loy, el Peter Grimes de Deborah Warner, que ya nos dejó boquiabiertos con su premiado Billy Budd, una Elektra con Salonen en el foso, la versión de Orlando furioso de Vivaldi... Desde luego, le sobraban los motivos.
Pregunta. ¿No teme haberse puesto el listón muy alto en una temporada tan compleja?
Respuesta. Las temporadas se conciben cuatro años antes, y luego tenemos que llevarlas a cabo en circunstancias que no siempre son las previstas. Por eso hace falta visión de futuro para desarrollar un proyecto artístico ambicioso, pero también cintura, capacidad de reacción ante imprevistos, una buena agenda y tener un equipo cohesionado y capaz de adaptarse. Eso es así siempre, y en tiempos de pandemia todavía más. Por lo demás, desde luego que nos ponemos el listón muy alto. Si no nos exigimos nosotros, ¿quién lo va hacer? Este es un teatro que se ha convertido en una referencia, pero esto hay que demostrarlo día a día, con los listones siempre bien altos.
“Hemos estado trabajando estos últimos meses y tenemos la solución para cada uno de los problemas que puedan surgir”
P. La nueva producción de Rusalka ideada por Christof Loy se estrenará en circunstancias seguramente muy adversas. ¿Confía en que pueda presentarse tal y como se concibió?
R. Cierto que la producción se ideó antes de la pandemia, y que se va a llevar a cabo en un momento en el que se tienen que tomar precauciones que en otras épocas no eran necesarias. Esto lo sabe el teatro, lo sabe Ivor Bolton, lo sabe Christof Loy, lo hemos estado trabajando estos últimos meses y ya tenemos la solución para cada uno de los problemas, que son unos cuantos. Esta va a ser una producción excepcional, solo que ha costado más de gestar porque en esta situación todo es más complicado. Pero que sea más complicado no quiere decir que sea imposible. Y si no es imposible, lo haremos.
P. Los registas, ya sabemos, son muy suyos. ¿Entonces tiene convencido a Loy para que acepte ‘rebajas’ en su idea original llegado el caso?
R. No hay ninguna ‘rebaja’. Hay un cambio parcial en la manera de trabajar y una solución creativa para llegar a desarrollar plenamente, y con toda la seguridad, la dramaturgia que Loy nos presentó en su momento. Es posible que Loy sea “muy suyo”, como dice usted, pero antes que nada es un artista extraordinariamente inteligente que comprende las cosas, y que adora al Real precisamente porque hay un equipo artístico y técnico mentalizado al máximo en conseguir llevar a cabo su idea. Lo que provoca esa implicación es más admiración y más respeto hacia el teatro por parte de los artistas. Aquí no se aceptan ‘rebajas’, pero eso sí: llegamos al objetivo por un camino que garantice la salud de todos, que es lo prioritario e innegociable.
Esa premisa sanitaria, de hecho, fue la que marcó la reapertura. Dice Matabosch que la decisión de volver a la carga (mancomunada con Gregorio Marañón, presidente del Patronato, e Ignacio García-Belenguer, director general, aparte de con los responsables de todos los departamentos) no fue ni mucho menos la más acertada de su larga carrera como responsable artístico de templos líricos. Se limita a advertir que sólo cumplió con su obligación. Pero seguramente ninguna anterior tuvo tanta repercusión mediática internacional. Le Monde, The Times, Corriere della Sera y The Guardian son algunas de las grandes cabeceras europeas que se hicieron eco. “Sí, el impacto fue fulminante y, la verdad, bastante inesperado. Pero así, entre nosotros, le digo que me parece delirante que fuera noticia —incluso portada de periódicos— que un teatro haga lo que tiene que hacer. Como si lo normal fuera no luchar para intentar abrir las puertas, recuperar la temporada y respetar los compromisos con el público, los patrocinadores y los artistas. Sinceramente, no creo que hayamos hecho nada más allá de lo que debíamos”.
Un bis para la historia
P. ¿Interpretó el triunfante bis de Lisette Oropesa (primero de soprano solista en la historia del Real) como la recompensa al riesgo que asumieron?
R. Lo fabuloso fue cómo interpretó el rol de Violetta Valery. Merecía bises y todo el entusiasmo del que fue objeto. ¿Que si fue también una recompensa para el teatro? Es posible que incluso en España, donde nos cuesta tanto reconocer lo nuestro, en este caso hubiera detrás de aquel entusiasmo algo de orgullo del público por su teatro, que había logrado el hito de no dejarse vencer, ni siquiera intimidar, por una situación que estaba devastando instituciones internacionales de referencia. Aquellas funciones acabaron siendo un desafío al pesimismo y una inyección de autoestima, en Madrid y fuera. A muchos teatros de ópera les produjo un subidón de optimismo ver que había una salida y que, en el fondo, no era tan rocambolesca.
P. Por suerte, con La traviata no se dio pero ¿cuál es el plan si en los PCRs semanales que van a hacer algún integrante del coro o del elenco da positivo? ¿Cómo puede manejarse esa situación sin que se arruinen las funciones?
R. Desde luego que esta situación está prevista en el protocolo. Cualquier caso que se pueda producir será aislado, y también las personas que han estado en contacto. Por eso el elenco es sometido a pruebas regularmente, y también el personal del teatro. Si hubiera algún caso positivo en el reparto artístico se harían pruebas PCR inmediatas a todos y a quienes han estado con ellos en los últimos diez días. Hay que reaccionar con contundencia cuando se produce una emergencia, pero de ahí a cancelarlo todo hay un abismo.
Matabosch repite como un mantra que la normalidad, después del trauma, hay que conquistarla. Es decir, que no va a caer del cielo de nuevo. Requiere voluntad. Hay que ir sumando pequeñas decisiones para construirla de nuevo. Por ejemplo, en el caso de los aficionados líricos, comprando una entrada o un abono. Para los dubitativos, saca a colación una significativa anécdota: “Uno de los médicos que asistió a La traviata en julio comentó al grupo de amigos que lo acompañaba: ‘Si queréis sentiros seguros en Madrid, lo mejor que podéis hacer es ir al Teatro Real’. Que nadie dude en sacar su entrada para este Ballo in maschera que quiere ser un paso más en esa conquista y que cuenta con Nicola Luisotti y con un reparto colosal, ni para la inminente Rusalka de Loy, que probablemente será uno de los mejores espectáculos que se habrán estrenado a lo largo del año a nivel internacional”.
“En un teatro de ópera tienes un ojo en las producciones de dentro de cuatro años y otro en los incidentes del día”
P. Como decía, un director artístico de un teatro de ópera debe vislumbrar producciones con tres, cuatro, cinco años de antelación. ¿Le agobia mucho tener que improvisar semana a semana? ¿Cómo lo lleva?
R. Mi trabajo, el de mi adjunto, Konstantin Petrowsky, y el del departamento de producción que lidera Justin Way, consiste en tener un ojo en la coordinación artística y en las negociaciones de la temporada de dentro de cuatro años, y el otro ojo en los imprevistos e incidentes de esa misma tarde. La situación de la pandemia nos obliga a improvisar más de lo que nos gustaría teniendo los proyectos tan impecablemente articulados, pero en un teatro siempre se tiene que saber reaccionar ante el sobresalto de cada día porque al final se trata de seres humanos enfrentados al reto casi sobrehumano de interpretar ciertos roles, en vivo y encima en una coyuntura que no ayuda nada. Siempre hay incidentes y hay que resolverlos. Solo que con la pandemia esos imprevistos se multiplican y a veces uno querría que no fueran tantos ni, sobre todo, en asuntos que, en circunstancias normales, consideraríamos irrelevantes.
Éxitos inesperados
P. La verdad es que la historia de la ópera también se ha escrito a base de improvisaciones. Muchos cantantes iniciaron carreras exitosas colándose in extremis en el reparto por la baja del cantante titular.
R. Desde luego que un incidente puede convertirse en una oportunidad para un artista que lo sepa aprovechar. Siempre ha habido casos, y en estos momentos todavía hay más porque surgen más contratiempos.
P. El virus es nefasto para la ópera, por la cantidad de gente que debe agregarse para alumbrarla. No hay duda de eso. Pero ¿qué puede traer de bueno al género, al sector, el hecho de tener que confrontar este descomunal trastorno?
R. La cantidad de profesionales que hacen falta para estrenar una ópera es una complicación en la coyuntura actual, sí, pero también puede ser una inspiración para otras instituciones. Si has logrado montar Traviata, Ballo in maschera y Rusalka, lo que está claro es que, con responsabilidad y una buena estrategia, se pueden hacer muchas cosas a pesar de la pandemia. Al final todos vamos a acabar valorando mucho más lo que tenemos, y a darnos cuenta de nuestra propia fragilidad. Quizás eso sea, a pesar de todo, una buena noticia.