Acostumbrados a trasgredir convenciones literarias, Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970) y Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) se plantan frente a frente compartiendo una certeza: que las fronteras entre poesía, novela y ensayo se han diluido. Por eso, la ecuatoriana asegura encontrar “la hibridez en absolutamente todos los géneros”, mientras que, según Mora, su cabeza funciona como un tejido “donde unos días hay más fibras narrativas, otros prevalecen las poéticas, otros las reflexivas y otros días la fibra óptica pesa más que la sonora, o viceversa. De ahí que en muchos de mis libros convivan distintos enfoques y géneros”. Y tercia Ojeda: “A mí me gusta dotar de una experiencia poética a la escritura de mis novelas y de un fondo narrativo a mis libros de poesía. Con Las voladoras también he jugado a estirar esos límites y expandirlos. Una de mis autoras favoritas es Anne Carson y muchos de sus libros no están claramente en una orilla u otra, así que quizás de allí me viene esa voluntad de quedarme en los bordes donde los géneros se encuentran y contaminan”.
Pregunta. ¿Alguna vez han intentado depurar sus novelas o sus ensayos, y eliminar los componentes poéticos, filosóficos o narrativos?
Mónica Ojeda. Me interesa poco la pureza. No quiero depurar mi escritura, sino ensuciarla, desbocarla, afiebrarla. Pretendo explorar por el borde de los géneros, mezclar unos con otros, encontrar esos puntos de intersección. Siento que es allí, en esos lugares, donde emerge realmente la fascinación en la palabra. Soy una esteta: lo que me importa es hurgar en el asombro.
Vicente Luis Mora. Yo también creo que no hay nada “puro” en lo que escribo: todo se mezcla y entrevera, y es lógico que así sea, sobre todo en obras de cierta extensión. Sólo aparto las piezas que pueden producir una distorsión innecesaria.
Reinventando mitos
"No quiero depurar mi escritura, sino ensuciarla, desbocarla, afiebrarla. pretendo explorar". Mónica Ojeda
Sobre el origen de Centroeuropa (Galaxia Gutenberg), último Premio Málaga de novela, Mora sonríe al recordar que la idea surgió leyendo Antes de la tormenta, de Fontane. “Sí, se me ocurrió una locura. Me sumergí en esta historia hipnotizado y me dejé llevar. Creo que ese entusiasmo se transmite al lector”. Mónica Ojeda, en cambio, escribió el poemario Historia de la leche (Candaya) al mismo tiempo que Mandíbula (2018) y que un cuento de Las voladoras, “Caninos”, pero son “libros con espíritus distintos. En Historia de la leche quise reinventar el mito bíblico de Caín y Abel a través de dos hermanas: Caína y Mabel. En lugar de un dios castigador, quise imaginar una diosa-madre castigadora y vengativa, una Erinia sedienta de sangre que persigue a Caína para hacerle pagar su crueldad. Es un libro sobre el origen, el amor y la violencia. En cambio, Las voladoras (Páginas de Espuma) lo escribí hace unos pocos meses, y contiene relatos que exploran el gótico andino”.
P. ¿Qué importancia tiene para ustedes la palabra, actúa quizá como un conjuro?
M. O. Sí, para mí la escritura es un conjuro. Son palabras que salen de un cuerpo emocionado y que quedan afuera, en un libro, para que otro cuerpo totalmente distinto las lea y las encarne. Cuando leemos y lo que leemos nos trastoca, nos conmueve, nos apasiona, eso es la fuerza de las palabras entrando en nosotros como si fuera un hechizo. El origen de la literatura son los cantos, los hechizos, los conjuros, los rezos. Todas estas expresiones estaban llenas de poesía y de necesidad. Sigo sintiendo que los buenos libros nos conjuran y nos transforman. Los relatos de Las voladoras, que suceden en esa altura de montañas, páramos y volcanes míticos, tienen brujas, chamanes, conjuros que surgen del más absoluto dolor y de la soledad más extrema.
"Mi cabeza funciona como un tejido donde unos días hay más fibras narrativas y otros, reflexivas". Vicente Luis Mora
V. L. M. Para mí, en Centroeuropa, la palabra también es fundamental. A título de ejemplo, no se utiliza en ella ninguna palabra que no estuviese registrada por escrito en el siglo XIX (lo que me ha dado bastante trabajo). Mi intención ha sido crear un léxico que pertenezca a la vez al siglo XIX y al XXI, que suene natural hoy y que hubiera podido leerse por alguien de aquella época. Tengo que enviársela a Jordi Hurtado, para que me confirme que lo he hecho bien.
P. Centroeuropa ofrece una reconstrucción casi sagrada del pasado de Europa, con su herencia de sangre, violencia y deseo… ¿Tiene ya claro qué es y de qué somos herederos?
V. L. M. Los orígenes de los Estados nacionales suelen parecerse mucho a su destrucción. Es el mismo proceso, pero al final aparece un Estado, en vez de dos o más. De esos inútiles derramamientos de sangre venimos; ojalá Europa signifique no olvidarlo y, sobre todo, no repetirlo. Creo que sí, espero que sí. En la novela, que no es histórica, sino arqueológica, se buscan los rastros de aquella Europa prerrevolucionaria, para ver qué perdura de ella en nosotros.
Maestros y deudas
P. En los poemas, los relatos y en la novela resuenan ecos de muchos grandes de la literatura. ¿En quiénes se reconocen, quiénes son sus maestros?
"Para entender mejor nuestro país hay que caminar más y navegar menos por internet". Vicente Luis Mora
M. O. Mi literatura bebe de muchísimos autores y autoras, pero quizás no ocurre en mí de una forma tan consciente. Me siento en deuda con poetas, cineastas, músicos, dibujantes de cómics. Quiero decir que creo que mis influencias no solo provienen de la literatura. Eso sí, me siento más marcada por poetas que por narradores.
V. L. M. Yo, en cambio, me reconozco en un tipo de fragmento que arranca en Heráclito y que tiene en Novalis, Valéry o Schlegel su cénit pragmático. También me interesa, por supuesto, lo que han hecho autores posteriores, como Virginia Woolf, Joyce, Pynchon, Agota Kristof, Bellatin, D. F. Wallace, Diamela Eltit o Quignard, con sus muy distintas discontinuidades narrativas, símbolos de nuestras limitaciones para entenderlo todo a la vez.
A pesar de las diferencias de generación y trayectorias, ambos comparten la experiencia de vivir y trabajar “lejos de casa”. Mora fue director del Instituto Cervantes de Alburquerque (2007-2010), y Marrakech (2010-2013) antes de regresar, y Mónica Ojeda vive en España desde 2011, primero en Barcelona y ahora en Madrid. Por eso, la ecuatoriana confiesa que la crisis del COVID le ha resultado especialmente dura, “pero, aunque no estuviéramos en pandemia, tampoco podría viajar fácilmente a Ecuador porque, a pesar de que tengo aprobada mi tarjeta de residencia, encontrar cita para que me tomen huellas y me den la tarjeta física es imposible. Los recortes en Extranjería han hecho que todo funcione fatal, básicamente porque somos la población que menos importa. Eso, por ejemplo, es racismo institucional: que un migrante del sur global tenga que pasar por tantas dificultades para regularizarse”.
Y eso, subraya, que su situación es, en sus propias palabras, “privilegiada en comparación con la de otros. Aquí hay cárceles para inmigrantes, y nos parece muy normal. No sé cuántos españoles saben que sacar papeles no es igual para un latinoamericano que para un africano, un asiático o un árabe; que si no tienes papeles y tu hijo nace en España este hereda tu estatus migratorio, etc. Pero también quiero decir que escogí España como sitio para vivir porque aquí tengo muchos de mis afectos: mis editores, mis amigos, mi pareja. Mi geografía emocional es ecuatoriana y española, por eso quiero que sea un sitio mejor para mis compañeros migrantes”.
"Me siento en deuda con poetas, cineastas, músicos, dibujantes de cómics, no solo con escritores". Mónica Ojeda
A Vicente Luis Mora, en cambio, cuando regresó en 2013 lo que le sorprendió fue “una crispación absolutamente inesperada, muy desagradable. La achaqué a la interminable crisis económica, pero tiempo después —y más crisis después— creo que se debe a una serie de factores, donde nuestra poca inteligencia social nos juega malas pasadas. Los medios y los políticos no sólo no ayudan, sino que azuzan el problema. Cuando me angustian las redes, salgo a la calle y me calma pasear entre personas cuyo perceptible deseo es vivir tranquilas. Ese contacto con la España real se pierde al vivir fuera. Para entender nuestro país hay que caminar más y navegar menos por internet”.
A vueltas con el machismo
P. ¿Y el machismo? Porque no hace mucho María Sánchez denunciaba que había más en el mundillo literario que en otros ámbitos que frecuenta.
V. L. M. La opinión de María Sánchez es siempre interesante, porque ella patea la España real a diario y es la prueba perfecta de que se puede ser poeta y pragmática y observadora a la vez. Hay algo evidente: si a las escritoras les parece que hay machismo en las letras, ¿qué más necesitamos para preocuparnos? ¿No se supone que nuestro fuerte como artistas es la sensibilidad y la comprensión? El tema del machismo estaba en Fred Cabeza de Vaca, donde lo traté desde el punto de vista del machista, y también está en Centroeuropa, aunque ahí prefiero que el lector saque sus propias conclusiones. Nos queda mucho por mejorar.
M. O. Creo que estamos ganando más en feminismo que en antirracismo. Yo quiero más feminismos antirracistas, unos que no solo se pregunten por cuántas mujeres hay en un festival literario, sino por cuántas mujeres racializadas. Es decir, si seguimos sin ver como un problema que en encuentros literarios españoles solo haya escritoras blancas y, para dar un toque de supuesta interseccionalidad, una que otra latina mestiza, entonces está claro que nos queda mucho camino por recorrer.