Podría parecer que en estos tiempos de géneros desdibujados, Alberto Olmos (Segovia, 1975) ha publicado un libro más de autoficción, pero el columnista y narrador lo niega con energía. Si algo tiene claro, explica a El Cultural, es que su libro “no obedece a las tendencias literarias de nuestros días alrededor del yo”, sino a un evento biográfico que tuvo sus propios tiempos. “Sí, fui padre y me apeteció contar la experiencia. Creo que mi libro es autobiografía clásica, en la medida en la que todo es verdad y testimonio, trigo limpio”. La diferencia entre autoficción y memoria estriba, a su juicio, en que la primera “no asegura esta fidelidad a los hechos, juega con la recepción y, finalmente, sirve de vehículo autopromocional de su autor y sus amigos. Diría que la diferencia ahora mismo entre autoficción y autobiografía es que la autobiografía está reservada para la gente que no trata de darse importancia”.
Pregunta. ¿Se reconoce hoy en el autor que consideraba que los amigos que eran padres se habían “echado a perder”?
Respuesta. ¿He dicho yo eso? Dice uno tantas cosas… Desde luego la paternidad sin servicio doméstico no te deja mucho tiempo para nada más, pero también es verdad que uno se echa a perder de todas formas, y sin hijos esa perdición debe de ser bastante monótona. Se tienen hijos cuando la vida ya está muy vista. De hecho, ahora pienso que todo lo que no es paternidad es adolescencia.
P. En el libro describe dos maneras de afrontar la paternidad, la de ella, con su querer saberlo todo, y la del futuro padre, de querer saber “lo menos posible”… ¿La segunda paternidad se vive de la misma manera?
R. Yo me di cuenta enseguida de que si hacía caso a los expertos, normalmente innumerables y contradictorios, iba a agobiarme más, así que me dejé llevar por la confianza, bastante testada, de que las mujeres saben parir. Dese cuenta de que una gurú del parto es famosa por el lema: “Las mujeres sabemos parir”. Hay que bombardear con mucha insistencia la autoestima femenina durante décadas para acabar teniendo que decirles semejante obviedad. Y encima cobrarles.
El síndrome de las Malas Madres
P. Muchos de sus lectores podrían esperar de este libro un ataque contra la nueva maternidad quejumbrosa… ¿no teme desconcertar a sus odiadores profesionales?
R. La maternidad se está confundiendo estos años con la niñatería. Hay que entender que treintañeras de clase media o media-alta acostumbradas a todo tipo de caprichos y privilegios de pronto se dan cuenta de que en esto de parir y ser madre no se diferencian de las mujeres sin recursos. Y no lo pueden soportar. Hablo, lógicamente, de lo estrictamente corporal. Entonces se quejan, el mundo es horrible, escriben un libro, son Malas Madres, salen en la prensa, hacen un poco el ridículo y vuelven a casa a ver si otro les ha cuidado bien al niño. Por otro lado, yo nunca he escrito pensando en los lectores, sino en qué libro podía hacer mejor.
"En realidad, yo nunca he escrito pensando en los lectores, sino en qué libro podía hacer mejor"
P. En la segunda parte de la obra, “El cuaderno”, narra cómo todo lo que podía ir mal al final del embarazo y en el parto se complica. ¿Fue entonces cuando descubrió que “uno encuentra verosímil cualquier historia, salvo la que necesita contarse a sí mismo”?
R. En la segunda parte hay una superposición de memorias. A los pocos días de ser padres, anotamos en un cuaderno algunos detalles del advenimiento. Pasado el tiempo, los retomé para hacer el libro y me di cuenta de que yo recordaba algunas cosas de manera distinta al cuaderno, que encima estaba escrito con mi propia letra. Quiere decirse que aquí soy consciente de lo lábil que es el concepto de verdad. Yo no he vivido grandes dramas ni grandes épicas, y ver nacer superó toda mi experiencia con los filos de la vida. Realmente quise contarlo porque la aventura me pareció demasiado peliculera como para desperdiciarla, y porque me parecía increíble que nadie hubiera hecho antes un libro así.
P. Sea sincero, ¿en qué medida le alivia y le compromete saber que “ser padre es una espera, ser madre, una vigilancia”?
R. No hay ningún alivio en no ser la persona a través de la cual la vida llega al mundo. Pero tampoco siento envidia de no ser quien engendra o da de mamar. Soy exquisitamente fatalista y acepto lo que me toca.
P. Resulta imposible hablar con usted, y no preguntarle por las polémicas que mantiene tan a menudo: ¿qué precio cree que paga por su audacia o su independencia, no le tienta siquiera un poco ampararse en alguna tribu literaria? ¿Tampoco le molesta que le tachen de ser de derechas, de izquierdas, de marichulo, de provocador, etc…?
R. Vivo esto que relata con bastante inocencia, la verdad. Como no salgo de casa y no leo comentarios y no me busco en Google, no sé qué dice la gente de mí o de mis ideas. Yo me limito a expresar lo que pienso, a tratar de ser gracioso y entretenido y corresponder al privilegio de que me paguen por mis opiniones. Levantarse para no decir nada, abundar en el tópico o usar tu columna como oficina de relaciones públicas me parece vergonzoso. Sobre lo que la gente te diga que eres, hay que recordar siempre esta frase de El guateque: “Vengo de un sitio donde no nos creemos lo que somos, sabemos lo que somos”.
"Sueño con que muchos autores, sin festivales, presentaciones, cócteles, viajes… abandonen la literatura al descubrir lo que realmente es: escribir a solas"
P. ¿Cree que la industria editorial española ha aprendido algo de estos meses de pandemia?
R. No sabría decirle.
P. ¿Y los autores? Porque no me lo imagino con un Diario ni nada parecido…
R. Sueño con que muchos autores, sin festivales, presentaciones, cócteles, fiestas, cancaneos, cabildeos y viajes pagados al otro lado del Atlántico abandonen de inmediato la literatura al descubrir lo que realmente es: escribir a solas.
Jóvenes engañados
P. ¿En algún momento se ha sentido, como autor, como columnista o como lector, víctima de la tiranía de los seguidores y las redes?
R. Durante la pandemia me dediqué a retuitear indistintamente cosas de Antón Losada y cosas de Juan Ramón Rallo, de IU y de VOX, para desconcertar un poco a todo el mundo. No puedo asumir esa visión sectaria de la vida según la cual uno se debe a su bando. Mi bando es que puedo defender mis ideas una a una y respetar una a una las ideas de todos los demás.
P. Hace años fue editor de Caballo de Troya: ¿a qué jóvenes escritores nos recomienda, y de quiénes debemos huir?
R. Este año me ha gustado mucho Adrián Grant, y espero ver pronto publicado lo nuevo de Almudena Sánchez. También he leído el debut de Ana Iris Simón, próximamente en Círculo de Tiza, que me parece fantástico. Por otro lado, mi política personal pasa por no arremeter contra jóvenes debutantes, que bastante tienen ya con que les hayan hecho creer que son escritores.