Habría que empezar por decir que el título de esta exposición, El sueño americano, difumina un tanto su contenido, su calidad y su interés. Con 63 artistas, 218 obras y un recorrido que abarca desde 1960 (una litografía de Jasper Johns) a 2014 (una mixografía de Ed Ruscha), es un amplio panorama del arte norteamericano y un muy completo muestrario de técnicas de impresión. Esto último la convierte en interesantísima para los aficionados a la obra en papel, para artistas y para quien quiera acercarse al mundo de la gráfica. Quizás un público más generalista no se sienta atraído por una exposición de estas características, pensando que se trata de un género menor, pero que no se equivoque: va a encontrar algunas obras de primera fila muy conocidas y realizará verdaderos descubrimientos.
La muestra lleva por subtítulo Del Pop a la actualidad, señalando así el que fuera el periodo glorioso del arte gráfico norteamericano. Efectivamente, para esos artistas que quisieron romper las fronteras entre el arte que disfrutaban las masas y el que apreciaban los entendidos, la serigrafía y la litografía les ofrecían grandes posibilidades: colores intensos, multiplicación de ejemplares y una desconcertante mezcla de sutileza y vulgaridad.
Un amplio panorama del arte norteamericano y un muy completo muestrario de técnicas de impresión donde encontrar algunas obras de primera fila
Cuando en 1962 Andy Warhol empezó a hacer serigrafías, fue buscando “algo que trasmitiera el efecto de una cadena de montaje”. Un comentario que resume toda la filosofía del arte pop: limpiar la obra de arte de toda trascendencia y emparejarla con la producción de bienes. De esa época data una de las obras mayores (en tamaño y calidad) de la muestra: me refiero a Lanzacohetes, (1967) de Robert Rauschenberg. Utilizando radiografías de su cuerpo, compone una especie de canon anatómico trágico del ser humano moderno. No hay mejor prueba de la importancia de la gráfica en aquel período que el hecho de que el pabellón norteamericano en la Bienal de Venecia de 1970 consistiera en una exposición de arte gráfico, incluso con talleres participativos de distintas técnicas. Pero volviendo a esta exposición: no podían faltar, entre los artistas pop, las viñetas de Lichtenstein y los “desnudos americanos” de Tom Wesselmann. Y, con un sabor muy distinto, aunque también pop, los representantes de la Costa Oeste: las maravillosas palabras flotantes de Ed Ruscha y los dulces (precisamente aguatintas al azúcar) de Wayne Thiebaud.
Sorprende ver cómo los pintores del expresionismo abstracto, defensores de lo espontáneo y lo instantáneo, utilizan el grabado: brochazos de Motherwell y Sam Francis o micro-caligrafías de Twombly, pero también está la sobriedad armoniosa de Josef y Anni Albers. El minimalismo, por su parte, se adecúa perfectamente a los resortes del arte gráfico. Yo destacaría tres obras magistrales: Tres tipos de líneas y todas sus combinaciones (1973) de Sol LeWitt, que cumple exactamente con lo que el título promete; Núcleo (1987) de Richard Serra, con la apariencia de mantequilla de carbón untada sobre el papel y Charcos colgantes (1991) de Al Tyler, una punta seca que produce una fuerte ilusión espacial.
En el apartado de fotorrealismo hay algunos encuentros felices (y este es un mérito del montaje), al lado de la bella y elaboradísima imagen del Yankee Stadium de noche (1983) de Craig McPherson, está otra visión nocturna: Extremo de Manhattan (1987) de Yvonne Jacquette y uno de los firmamentos estrellados de Vija Celmins. También me han parecido emocionantes, en la sección dedicada a la figura, las dos grandes litografías de Robert Longo, donde Cindy y Eric (ambas de 1984) danzan ensimismados y violentos ante el espectador. Más allá encontraremos tres apartados que señalan la irrupción de lo social en el arte, una veta que aparece en los sesenta y se hace cada vez más ancha conforme nos acercamos a la actualidad. Un hilo enlaza las protestas contra la guerra de Vietnam, la lucha a favor de los derechos civiles y contra la amenaza nuclear o contra la estigmatización del sida. Entre las obras seleccionadas hay algunas en que la rotundidad del mensaje va pareja a una notable calidad plástica: pienso en Alfabeto atómico (1980) de Chris Burden y en el impresionante Análisis de sangre (1998) de Eric Avery. En el entorno de las luchas feministas, la reivindicación de la raza y la identidad, destacaría, por las mismas razones, Bandera negra (1989) de Kiki Smith o Contención (2009) de Kara Walker. En este sentido, el arte gráfico cumple a la perfección su misión tradicional de difundir y repetir un mensaje crítico.
Dos notas para terminar: casi todas las obras proceden de la colección de impresos del British Museum. Una riqueza asombrosa, que habla de una política de compras ambiciosa en una institución que solemos creer que está volcada al pasado remoto. Y para apreciar mejor la muestra, echen un vistazo a los tres vídeos, donde podrán ver técnicas diferentes, a cargo de los propios artistas. O indaguen sobre ellas: saber que Helen Frankenthaler tardó 44 días en imprimir una xilografía en color o que el retrato de Chuck Close soportó una presión de 70 kilos por centímetro cuadrado, nos harán mirar con el respeto que merece la obra sobre papel.