“El término autoficción no me gusta demasiado. Yo hago escritos autobiográficos, un género que existe desde hace muchísimo tiempo. Simplemente, en mis historias, me presento como narrador”, explica un Emmanuel Carrère (París, 1957) exultante que ha participado hace escasos minutos en una charla con la prensa española tras saberse ganador de la edición de este año del Princesa de Asturias de las Letras. “Ayer por la noche el secretario me envió un mensaje diciéndome que si, en la hipótesis de que fuera galardonado, estaría dispuesto a recibirlo. Pero ha sido este mediodía cuando me ha llamado, y agradezco la delicadeza de no alargar la espera durante meses, como con otros premios”, confesaba bromeando.
El debate sobre la autoficción o qué es una novela y qué no, es algo con lo que el escritor lleva batallando años. “Hay gente que no está dispuesta a entender que se puede escribir algo que sea verdad, que hace una conexión directa entre literatura y novela, que considera que la literatura solo puede ser ficción”, aseguraba quien se vio privado de la carrera por el último Premio Goncourt por considerar el jurado que Yoga, su polémica última novela, no era ficción y por tanto no podía optar al galardón. Aunque, asegura, “este premio lo compensa con creces”.
Además de este debate, el último trabajo del escritor, un afilado autorretrato que narra el divorcio, profunda depresión e internamiento en un hospital psiquiátrico que sufrió en los últimos años, también estuvo envuelto en un contencioso judicial con su exmujer, la periodista Hélène Devynck, que desembocó en la supresión de la parte del libro en la que aparecían ella y el tormentoso final de su relación. Sin embargo, el autor no cree que esta experiencia le haya hecho ser más precavido a la hora de narrar. “Fue una situación muy excepcional. Había asumido un compromiso que nunca tengo por qué volver a asumir. La prudencia estaría en no asumir pactos de este tipo, así que no tiene por qué repetirse”.
"Sacrifico mi intimidad, pero no me molesta. Todo lo que cuento sobre mí adquiere una forma distinta en cada lector y le reconforta"
En este sentido, el autor dice ser consciente de que lo explícito de sus libros atenta contra su intimidad, pero asegura que “es una elección, un sacrificio, que he hecho de forma consciente. En el fondo tengo la impresión de que todo lo que pueda contar sobre mí adquiere una forma distinta en cada lector. Está bien poder decir cosas no muy honorables sobre uno mismo, porque el lector, que tiene sus propias miserias, piensa '¡Él también!' y se siente reconfortado. Sacrifico mi intimidad, sí, pero no me molesta, no pasa nada".
Un retratista de la literatura
Carrère, de quien el jurado del Princesa ha destacado “un fuerte compromiso con la escritura como vocación inseparable de la propia vida”, apunta que, aunque pueda sonar enfático, “escribir es el centro de mi vida, y creo que todos los escritores podrían decir lo mismo. Lo que pasa es que como no escribo ficción, la realidad de mi vida está muy estrechamente vinculada a todo lo que pueda contar”. Quizá por eso, añade el francés, “el compromiso es más visible, más manifiesto, que en otros casos. Pero cualquier buen escritor, aunque escriba ficción, siempre está íntimamente comprometido con su trabajo. Es uno de los criterios para ser un buen escritor”.
En cuanto a su literatura en concreto, a esa amalgama casi alquímica en la que hibrida reportaje, crónica y biografía, el escritor asegura que los personajes atractivos son en buena parte el eje de sus libros, “un imán para escribir. Tienen para mí una dimensión inmensa. Pero esto produce una situación paradójica, pues para poder representar a alguien, también hay que encontrar algo dentro de uno mismo”, reflexiona. “Por ejemplo, lo que más me atrae de los museos, sin ser un entendido de arte, son los retratos. Y en el fondo tengo la impresión de que como escritor soy un retratista, ante todo me atraen los personajes”.
"Como escritor soy un retratista, me atraen los personajes. Pero para poder representar a otro, también hay que encontrar algo dentro de uno mismo"
Al hilo de esto, Carrère ha ahondado en su relación con dos de sus protagonistas más emblemáticos, el asesino Jean-Claude Romand, de El adversario y el incalificable Eduard Limónov, del libro homónimo. Sí que hubo relación después de que saliesen sus libros, pero nunca llegó a haber intimidad”, matiza. “Con Romand tuve un intercambio epistolar que se fue haciendo más disperso hasta que desapareció. Y con Limónov, ocurrió que él fue muy escéptico y desconfiado cuando le dije que iba a escribir sobre su vida. Luego, el libro tuvo éxito y eso le encantó. Me trataba con una especie de camaradería y llegó a decirme: 'Si estuviese en el poder te mandaría fusilar, pero como no lo estoy, pues nada'. Me entristeció mucho su muerte".
Lograr salir de la caja
Repasando su dilatada y copiosa trayectoria literaria, Carrère reflexiona sobre que todos sus libros están unidos por “un hilo que no se sabe a dónde nos lleva, como la vida misma. Uno avanza un poco a oscuras, a trancas y barrancas, pero pasado el tiempo tiene la sensación de que se ha dibujado un camino”. En este sentido, el escritor ha aludido al dicho inglés thinking out of the box, pues opina que “todos vivimos dentro de la caja del determinismo social, pero diría que mis libros han consistido en eso, en intentar salir de la caja y mirar más allá. No sé si lo consigo, pero ése ha sido mi objetivo, ser un poco más libre, más inteligente, comprender mejor las cosas y entenderme mejor a mí mismo. Y escribir libros ha sido mi vehículo para lograrlo".
Una búsqueda en la que el escritor reniega de ciertas cosas que le han achacado, como su fascinación por el lado oscuro del ser humano representado en esos personajes conflictivos y contradictorios y en la propia representación de sí mismo. “En última instancia mis libros no hablan del mal, sino del bien, de la capacidad del ser humano de hacer el bien, que a mi juicio es mucho más misteriosa que la de hacer el mal”, comparte. “Siempre escuchamos decir que el bien o el mal son cosas ambiguas, que la realidad lo es, pero eso no es cierto. La mayor parte del tiempo todos sabemos dónde están uno y otro, y si somos desgraciados es porque solemos elegir, erróneamente, obrar mal”.
"Escribo sencillamente para ser un poco más libre, más inteligente, comprender mejor las cosas y entenderme mejor a mí mismo"
Sobre el poder de la literatura, ha reiterado que “está claro que uno intenta decir algo preciso de la realidad, que podamos entender mejor y ver más allá de las apariencias”, aunque ha reconocido que “desde hace un año y medio vivimos en una distopía delirante, en un episodio de Black Mirror. La realidad está demostrando una imaginación desbordante, y no precisamente en sentido positivo”. Sin embargo, no considera que “escribir relatos de una sociedad feliz y mejor vaya a tener impacto alguno sobre nuestras vidas. Además, tengo la impresión de que lo que podemos conocer como positivo, la felicidad, siempre es individual, nunca algo colectivo".
Un poco más amables
Aunque ha eludido dar detalles sobre qué está escribiendo, “me he lanzado a un proyecto bastante complejo, un libro que no es autobiográfico, pero no os voy a molestar hablando de mí más ahora”, ha regateado, sí ha opinado de otras cuestiones. Por ejemplo, se ha pronunciado sobre la bofetada recibida ayer por el presidente francés, su tocayo Macron, de la que ha dicho que “incluso las personas más hostiles al presidente han criticado el hecho, porque si la política se transforma en bofetones sería siniestro y lamentable. Yo mismo formo parte de la gente que no está encantada con Macron, me gustaría pensar que esto no refleja el sentir del país y espero que las cosas no lleguen a ser como nos anuncian y no tengamos al Frente Nacional en el poder, porque eso sería terrible”, apunta.
También, tras reconocer que nunca ha visitado Asturias y que le apena mucho no hablar nuestro idioma, ha disertado sobre literatura contemporánea en español con la que ha dicho tener una relación sistemática y placentera. “Como para toda mi generación, Bolaño fue un choque, y es como si fuera un amigo que te hace reír y llorar. Los detectives salvajes es toda una epopeya contemporánea”, opina. “También tengo gran intimidad con Vila-Matas, leo todos sus libros y es como escuchar a un amigo del que conoces todas sus obsesiones. Y soy amigo del colombiano Juan Gabriel Vásquez, es genial cuando la admiración y la amistad se juntan”, reconoce. “Y luego está Rosa Montero, de la que me encantó La ridícula idea de no volver a verte. Sentí mucha complicidad, porque a partir de las emociones mezclaba todo con una fluidez y una humanidad que es lo que yo busco en mis libros”.
"Formo parte de la gente que no está encantada con Macron, pero sería siniestro y lamentable que la política se transforma en bofetones"
Hacia el final de la charla, Carrère ha compartido la experiencia más intensa que ha tenido con la literatura, que no es otra que la lectura del clásico de ciencia ficción de los 50 Flores para Algernon, del estadounidense Daniel Keyes. “Se lo acabo de regalar a mi hija por sus 15 años, yo lo leí a esa edad y me deslumbró. Es una obra maestra, una representación extrema de la experiencia humana. Si hubiera podido escribir un libro así dormiría muy tranquilo”, remacha el autor, que ha terminado con una anécdota sobre Aldous Huxley, como él, un gran buceador en las profundidades del ser humano. “Poco antes de morir, dijo que tras haber pasado toda su vida estudiando a los sabios de todas las religiones y tradiciones, el único consejo que podía darle al ser humano era: ‘intenta ser un poco más amable’”, ha contado sonriente.