“Hubo una primera fase de trabajo con continuas interrupciones por causa de los viajes y de los compromisos que lo alejan a uno del escritorio. Más tarde, la pandemia me encerró en casa, donde me puse a trabajar en la novela sin distracciones de ningún género, con una dedicación y una intensidad como pocas veces he conocido”, recuerda un Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) que dejó posarse la increíble polvareda mediática de Patria —que acumula ya más de 1,2 millones ejemplares vendidos solo en España y una serie de televisión— antes de verse libre para otro proyecto. No obstante, afirma que “en materia de asuntos literarios, no renuncio a nada, y aun pudiera ser que en mi despensa hubiera alguna pieza inédita en torno al tiempo y el lugar tratados en esa novela.
Su nueva epopeya, Los vencejos (Tusquets), un ambicioso recorrido —de más de 700 páginas— por la vida privada de un profesor de cincuenta y tantos años que decide suicidarse sintiéndose fracasado en la tarea de vivir, surgió, cuenta de “dos interrogantes. Uno está relacionado con la situación en que quedan los varones en tiempos de postpatriarcado, cuando se supone que deben, no sólo aceptar, sino también aprender nuevos roles tanto en el ámbito familiar o privado como en el social”. La otra cuestión, acaso más importante a la hora de desencadenar la novela”, abunda el escritor, “me indujo a preguntarme cómo alteraría la vida cotidiana de un hombre la circunstancia de saber con antelación la hora exacta de su muerte. A vueltas con ambas cuestiones, Aramburu afirma que “noté que la cabeza se me colmaba de personajes, sitios, peripecias, imágenes y, en fin, de los materiales con que habitualmente se confeccionan las novelas”.
Pregunta. El autorrelato de la vida de Toni se presenta de forma descarnada y abiertamente sincera. ¿Tiene que estar uno a las puertas de la muerte para alcanzar ese grado de libertad ante el papel?
Respuesta. Me guardaría mucho de generalizar en este punto. Lo que sí sé decir de la sinceridad descarnada del personaje es que se puede atribuir al menos a dos causas. La primera es que el buen hombre escribe una confesión a solas, no pensada para que la lea nadie, razón por la cual él se considera exonerado de comedirse. La segunda es que lo empuja a expresar la verdad desnuda, por incómoda o innoble que sea, el hallarse cada vez más cerca de la tumba, sin tiempo para que le pidan cuentas de sus actos y sin posibilidad de recibir castigo.
P. Desengañado de todo y todos, desafecto con la vida, taciturno, amargado, fracasado… y, sin embargo, el personaje no tiene al principio conciencia clara de por qué toma la decisión de suicidarse. ¿Puede ser el impulso de morir tan irracional como el de vivir?
R. Barrunto que esto depende de la idiosincrasia de quien tome la determinación de quitarse la vida, cosa que, como es público y notorio, puede llevarse a cabo por muy distintas razones y de muy distintas maneras. La manera de mi personaje no responde, desde luego, a un impulso ciego. Lo suyo no es un arrebato más o menos romántico ni un ataque de angustia. A lo largo de la novela, el protagonista pone mucho empeño en racionalizar su decisión, así como los motivos que lo han llevado a ella. Como hombre propenso al discurso lógico, se reserva en todo momento la carta de la lucidez. Le gustaría entender, eso es todo.
"Al contrario que cierto personaje de Dostoyevski, yo sí creo compatible la conducta moral con la certeza del fin seguro"
P. Muchas reflexiones del protagonista se centran en la tendencia del ser humano a abstraerse de su naturaleza perecedera. ¿Vivimos en el rechazo a la muerte, que desde hace año y medio ha vuelto a estar muy presente?
R. Mi impresión es que sí y que menos mal que disponemos de antídotos (la risa, el baile, la comida, el sexo, el juego, la religión, las utopías, etc.) contra la conciencia inquietante de nuestra condición perecedera. No le falta al ser humano habilidad y cuquería para negar evidencias. Con eso y todo, y en contra de cierto personaje de Dostoyevski, yo sí creo compatible la conducta moral con la certeza del fin seguro. A veces me da por visitar cementerios, no por nada, sino porque me transmiten serenidad y me persuaden a amar y agradecer la vida.
En busca de una tragedia
P. Transita toda la novela una suerte de violencia que toma diversas formas, no sólo física, e impregna la vida de Toni de muchas formas. ¿Es utópica pensar que las relaciones humanas se puedan desarrollar si ella?
R. La violencia es una opción prevista por la Naturaleza, que el ser humano comparte, por supuesto, con los animales. Desterrarla de nuestras vidas implica, pues, la obligación de combatir ciertos instintos con ayuda, no sé, de las leyes democráticas, de la educación, de la cultura, sin que tengamos nunca garantías plenas de que los espacios de convivencia que creamos sean fiables y duraderos. A esto, tradicionalmente, se le ha llamado civilización. Un poquillo puede contribuir cada uno de nosotros a la armonía universal practicando el respeto dentro y fuera de casa.
P. A lo largo de la novela, se deslizan subrepticiamente multitud de comentarios sobre la política y la realidad española de cada época, ¿le sigue doliendo España desde Hannover? Visto desde fuera, ¿qué es lo más incomprensible y ominoso de nuestro día a día?
R. A mí, por regla general, me duelen partes del cuerpo. Me duele la cabeza o una rodilla, no España. Tampoco Austria ni Burkina Faso. Mi impresión meramente personal es que España mejora vista de lejos y que hay en el planeta un porrón de países notablemente menos propicios para el bienestar de los ciudadanos.
"Desterrar la violencia de nuestras vidas implica la obligación de combatir ciertos instintos. Es lo que llamamos civilización"
P. Destaca en el libro la incapacidad del protagonista para mantener los valores políticos y religiosos de la generación de sus padres y suegros, pero tampoco es capaz de entender el mundo de su hijo y los jóvenes. ¿Esta sensación de estar en tierra de nadie, contribuye a su extrañamiento, a sus ganas de poner fin?
R. Para responder a esto debo aceptar el enunciado y le aseguro que no las tengo todas conmigo. Yo lo veo de otro modo. Toni, el protagonista, acaso sin darse cuenta, desearía experimentar de una maldita vez algo grande en la vida. Pongamos por caso, una tragedia. Eso es. De pronto se abre ante él la perspectiva de emular a figuras clásicas como el Werther de Goethe o al Meursault de Camus, y despedirse de la vida convertido en una figura trágica, como mandan los cánones. Delego en los lectores el cometido de averiguar si Toni consuma su propósito.
Del humor a la crueldad
P. Otro elemento que destaca es la crítica tenaz de la juventud, representada en la novela por su hijo y sus alumnos del instituto, ¿realmente cada generación hace mejor a la anterior o en esto, como en muchas cosas, hay un punto de nostalgia?
R. No hay escapatoria. Cada cual es hijo de su tiempo. Tuve la fortuna de trabajar durante más de dos décadas con niños y adolescentes, lo que retrasó mi incapacidad de entenderlos. Los hábitos juveniles de mi generación y los de los chavales de hoy día no se parecen nada; pero yo me resisto como gato panza arriba a condenar el mundo que me rodea por el simple hecho de que ahora la música la bailan otros.
P. Entre el tono tremendo y las miserias vitales que impregnan cualquier vida, se cuela mucho humor, a veces sarcástico y cáustico, a veces más compasivo, algo habitual en su novela. ¿Cómo entiende el humor, cómo lo utiliza y donde cifra sus límites?
R. Ni me lo planteo. A mí el humor me sale porque lo llevo en el carácter. Ignoro cuáles son sus límites, aunque entiendo que si los rebaso no tardará la policía en llamar a mi puerta, particularmente en nuestros días en que anda tanta gente dándose el gusto de sentirse atacada y ofendida. Confieso, no obstante, que evito mofarme de las personas que hayan sido víctimas de otras personas o que porten algún tipo de lacra o defecto físico. Y no es que me imponga ese límite. Es que no creo en las posibilidades humorísticas de la crueldad.
"El humor me sale solo porque lo llevo en el carácter. Ignoro sus límites, pero sí reconozco que no creo en las posibilidades humorísticas de la crueldad"
P. Madrid es un personaje más del libro, ¿por qué decidió ambientar la historia en la ciudad y cómo fue la, seguro que exhaustiva, documentación para encajar tantas piezas?
R. En Madrid suceden de continuo hechos relevantes de la política española, lo que convierte a la ciudad en un escenario pintiparado para el novelista que se proponga trazar un dibujo social de la España de nuestros días. Madrid no es toda España, pero sí una acumulación de edificios entre los cuales hay batiburrillo y una interesante fauna humana. Un chollo para novelistas. A Madrid lo tengo muy visitado. Dispongo en consecuencia de una despensa copiosa de experiencia personal, de historias, de anécdotas, de dimes y diretes, que me daban de sobra para un libro. Estoy, además, un tanto saturado de la bruma vasca y deseaba probarme en otros mundos humanos. Intervinieron asimismo en la elección razones prácticas. En Madrid viven parientes y amigos míos que me han echado un cable y más de un cable durante el proceso de escritura y de revisión del texto, cosa de agradecer, sobre todo en épocas de pandemia con sus medidas de confinamiento y las consiguientes dificultades para desplazarse.
Una verdad humana
P. Al mismo tiempo que deshoja sus recuerdos, Toni dedica su último año a deshacerse de su biblioteca, ¿hasta qué punto esta puede ser una especie de vida paralela para un lector?
R. Hablaré por mí. Yo no heredé de joven biblioteca alguna. La mía me la fui construyendo libro a libro desde aquel primero de la Colección Austral que tuve que leer por obligación a edad temprana en el colegio. Recorro ahora con la vista las baldas abarrotadas y tengo la impresión de ver representada en los lomos de los volúmenes una sucesión de momentos de mi vida. Este libro lo leí en tal lugar, este otro me lo regaló tal persona, con aquel empecé a estudiar la lengua alemana, aquel otro me sirvió para aprobar una asignatura de Filología. Acepto, pues, con gusto la idea de la biblioteca como vida paralela o álbum de recuerdos.
P. La biblioteca de Toni rezuma libros de filosofía, pero ¿qué ejemplares abandonaría usted a su suerte en un caso análogo?
"Esta novela trata, espero, cuestiones de las que ningún ser humano, del pasado y de nuestros días, lea o no lea, está exento"
R. Antes me dejaré arrancar sin anestesia una costilla que desprenderme de un libro, ya sea de filosofía o de cualquier otra materia. Se me ponen los pelos de punta (los pocos que me quedan) cada vez que releo en el Quijote el episodio del escrutinio de libros y no pocos de ellos van a parar al fuego.
P. Sin desvelar, por supuesto, el desenlace final de la decisión de Toni, ¿qué cree que puede suscitar en el lector este repaso de una vida común, la vida de cualquiera de nosotros, desde esta óptica de valorar ponerle fin o no? ¿Puede el lector comprenderle decida lo que decida al final?
R. Esto ha de resolverlo cada lector y yo me daré por fracasado si una sola respuesta bastara para explicar lo que pide la pregunta. Me gustaría mucho presenciar por un agujerito la reacción de los distintos lectores a ciertos momentos o pasajes de la novela. No obstante, esta trata con cierta profundidad y espero que con verdad humana (yo, al menos, así lo pretendí) cuestiones de las que ningún ser humano, del pasado y de nuestros días, lea o no lea, está exento.