En el verano de 2018, Antonio Lucas (Madrid, 1974) estuvo 22 días embarcado en uno de los pesqueros que fondean en el epicentro de leyendas marineras que es el caladero del Gran Sol. Amante desde siempre del mar reconoce que fue empujado a ese “inconsciente viaje por un accidente. Un día, mi amigo Manuel Villanueva de Castro me contó, hijo de marinero, me confió que su hermano había fallecido en el Gran Sol en su primera marea a finales de los 80. Tres copas después, envalentonado, le dije que, si me ayudaba a embarcarme, lo hacía” reconoce.
El resultado de esa ardua travesía es Buena mar (Alfaguara) una novela empapada de lirismo y de poso de reportaje, donde el escritor narra la cara más personal de su experiencia. “Tras concluir los reportajes advertí que faltaba algo muy importante, contar la emocionalidad de un sujeto que se mete allí, esa bastardía de emociones tan fuertes que siente alguien ajeno al ámbito del mar, que desconocía a lo que iba. Así que empecé a escribir la historia intentando contar esas sensaciones que siente un neófito en uno de los mares más terribles del mundo”.
Pregunta. Esta novela surge, como dice, de una serie de reportajes, ¿cuánta ficción resiste una historia sin dejar de ser verdad, ese mantra de nuestro oficio?
Respuesta. Sucede como con la poesía. Uno a un poema no le pide que sea verdad o mentira, le pide que sea auténtico. Y aquí hay mucho de eso. El libro existe porque yo lo he vivido, si no, no habría escrito esta historia, eso seguro. Pero luego, dentro de lo que uno ha vivido, más que hacer la minuta del testamento, que no era mi intención, pretendía contar la experiencia, ficcionar esa experiencia de algo de lo que cuando estás viviendo no eres consciente. Si tú no eres un marinero como ellos, no tienes la costumbre de ese mar terrible, feroz, tan áspero, tan agrio, tan negro, muchas veces no sabes qué es lo que estás viviendo. Ese desconcierto solo te lo dan ciertas situaciones y ciertos espacios en la vida, y contar eso es el núcleo del libro.
P. El mar es un paisaje inherente al ser humano, presente en la cultura desde tiempo inmemorial, ¿qué le empujo a adentrarse en él de este modo? ¿Qué esperaba de él y cómo cambió su visión?
R. Me empujó probablemente la inconsciencia. Si llego a saber cómo era realmente el territorio del Gran Sol me hubiera costado mucho ir, porque su dureza y exigencia supera mis limitaciones. El mar que yo conocía es el de la orilla y la comparación es como decir que me gusta mucho la jungla porque cuando voy al Jardín Botánico me encantan las plantas carnívoras. Es un tránsito de lo doméstico a lo salvaje. Desde niño me ha gustado ir al puerto, lo hice este verano en la Costa da Morte, a ver los pesqueros. Hay una estética, una atmósfera… quizá sea un fetiche, una superstición, pero para mí ese mar es una de las ramas de la autenticidad.
"Si llego a saber cómo es el Gran Sol, tan terrible, tan feroz, tan áspero, tan agrio, tan negro... me hubiese costado mucho ir"
P. Más allá de los muchos versos famosos que incluye, la novela tiene un hálito poético constante que, sin embargo, logra acoplarse a la narración, que muchas veces es de pulso periodístico. ¿Cómo logró equilibrar todos esos elementos?
R. Hubo más intención de quitar que de mezclar. Este es el cuarto borrador, y el trabajo ha sido de desgrase, de limpiar justamente esa poesía, porque la poesía siempre está llena de impurezas y, cuando se traslada mal del poema a la prosa el amante de poesía lo detecta rápidamente. A mí me pasa mucho en los artículos, por ejemplo. La poesía se ha infiltrado porque forma parte de mi vida de una manera tan rotunda y natural que no sé entender muchas cosas si no me las traduzco en un lenguaje que tenga que ver con la metáfora, con la imagen. Sencillamente, no he podido evitarlo, mi escritura es así, no sé hacerlo de otro modo.
Seres invisibles
P. Mauro, el protagonista, se embarca huyendo de un naufragio vital, de un vuelco en su mundo, pero una vez en el barco comprende que, aunque sus problemas estén en tierra no puede escapar de ellos. ¿Ni siquiera en lo más recóndito del mar podemos escapar?
R. Eso se lo enseñan los marineros, que por más distancia que cojas de los problemas de la vida, si no los resuelves seguirán siendo siempre problemas. Huir es disimularlos, pero no evitarlos. Los marineros saben que cuando uno se embarca en el mar hay que ir con la cabeza limpia, que el mar no acepta puntos de fuga ni que embarques con la mente llena de vientos, que el mar ya tiene los suyos. Este hombre va allí intentando hacer un viaje casi de expiación, y al final descubre que sólo puede o romper con todo o aceptarlo todo, no hay más.
P. De hecho, los propios marineros recalcan que su vida está en tierra, que el barco es simplemente un trabajo, pero que su afán es volver y su mente está en puerto.
R. Exacto, es que es así. La vida del marinero está en tierra, pero es una vida psíquica, no física. Ellos fuera del barco están muy pocos días al año, pero su cabeza siempre está en tierra, en las familias. Su memoria está absolutamente enraizada en la tierra, pero para ganarse la vida están inevitablemente en el mar. Por eso tienen un concepto de la familia muy simbólico y un concepto de la tierra muy arcádico. Eso potencia mucho los pequeños mitos humanos: el clan, la prosperidad, la tranquilidad…. Y sin embargo viven lejos de su gente en un lugar donde la prosperidad es más que improbable y donde todo puede ser el fin en dos minutos que el mar se gire.
"Los marineros no se sienten ni tan míticos ni tan heroicos como se piensa. Lo que sí se sienten es invisibles"
P. Además de sus vivencias emocionales, otro afán de la novela es justamente retratarlos a ellos, a esos marineros cuajados de tópicos como la rudeza, la reserva, la simplicidad…
R. Desde luego, sí. Ellos son el descubrimiento de esta experiencia. Constaté que, por descontado, ellos no se sienten ni tan míticos ni tan heroicos como se piensa. Lo que sí se sienten es invisibles. Ahora mismo, mientras hablamos hay marineros faenando en el Gran Sol, puede que con un mar terrible o con una pesca estupenda, y hay una invisibilidad absoluta. Ellos sí que saben eso. Son seres que tienen sus propias manías, sus vicios, sus gozos, sus júbilos, sus miedos… En tierra no pueden ser amigos, pero en esa condición tan extrema del mar son una formación tortuga. Puede que no hablen entre ellos perfectamente en días, pero sucede algo que puede ser un peligro para el conjunto y reman a una. Hay un sentido de la lealtad, de la convivencia, de la autenticidad que es tremendamente natural. A veces forzamos muchas cosas en las relaciones personales que allí se simplifican porque hay una figura que te lo exige, que es el mar.
Alguien esperando en puerto
P. En este sentido, es muy curioso ver que muy pocos dicen amar el mar, incluso manifiestan odiarlo. ¿Quizá todo lo que se vuelve alimenticio, trabajo, se termina aborreciendo?
R. Para ellos salir al mar es como para nosotros salir a la redacción, no tiene más. Pero sí hay una cosa muy curiosa, ellos no pueden vivir sin el mar. La relación es muy enviciada. Muchos han probado trabajos en tierra, pero no lo soportan. Viven en un espacio increíblemente libre como el mar, pero a la vez muy aprisionado, porque el barco es a veces claustrofóbico. Del mar no se puede escapar, sólo al volver a tierra, pero no cuando estás en mitad de una marea. Viven en esa condición de un territorio que para ellos es muy agresivo y, sin embargo, no saben estar sin él. La relación que se establece entre el mar y el marinero no es de miedo, de amor, de odio… es de respeto, y ese respeto marca probablemente la supervivencia. El mar no va a exigir de ti ni poemas ni comprensión, porque no la tiene, sino que te pide respeto, que entiendas que es él quien dicta las normas. Que el mar dentro del mar sólo es el mar. Un marinero sólo tiene dos salidas: no volver porque se ha jubilado o naufragar. No hay más. Y eso esta gente lo sabe y vive con esta condición
P. ¿Quizá por eso, como cuenta, su relación con la muerte es tan singular, un rumor que llevan constantemente presente?
"Su relación con el mar es muy viciosa. Un marinero sólo tiene dos salidas, jubilarse o naufragar. Ellos lo saben y viven con ello"
R. El patrón del barco me decía: “he visto a hombres duros como el pedernal hincarse de rodillas y rezar. Es no es que crean, es que no quieren morir”. En el libro se narran dos experiencias de muerte muy fuertes que me contaron, pero los marineros siempre hablan de la muerte a través de la experiencia de otros. Igual que sí reflexionan de la familia, del tiempo, del mar… nunca hacen una reflexión propia sobre la muerte. Y es probablemente por lo que dices, cuando uno vive con la muerte siempre al alcance de la mano, cuanto menos lo evoques mejor.
P. Apunta mucho el tema de la familia, y es muy curioso ver cómo cada uno de los personajes del libro pregunta al protagonista por la familia, por su mujer, sus hijos… ¿quizás porque es su motivo para estar allí, si no fuera por esa familia nadie se plantearía embarcarse al Gran Sol?
R. Es cierto, sí. La inmensa mayoría están ahí para llevar dinero a casa. Y no son unos pacatos atrasados, muchos están en su segundo matrimonio, tienen hijos de varias mujeres… Pero sí tienen la certeza de que debe existir un vínculo con alguien que los espere en tierra. Y se sorprendían mucho de que yo apenas hablara de mi familia, que no echase de menos, porque ellos sí lo hacen. Veían en mí incluso la frivolidad de no apreciar lo que tengo. Esa distancia en la que viven amplifica mucho las emociones y tratan de hacerte ver la importancia que en ese espacio cobra la familia, una persona que espere el regreso.
El fin de un modo de vida
P. Otro tema que desliza en el libro es el del mar como vertedero. En un momento, las redes sacan un microondas y todos los marineros se sulfuran mucho. ¿Cómo ven el estado del mar?
R. Se quejaban mucho de que luego dicen que son los pesqueros los que estropean los mares. Son muy impetuosos y vehementes con el tema. Por ejemplo, decían: “piensa cuántos barcos de militares, mercantes, cruceros, yates, petroleros… hay en los océanos, ya sin contar a piratas y traficantes. Y cuántos pesqueros. Nuestro trabajo es pescar, no tirar mierda al mar”. Ellos no lo consideran sostenibilidad ni ecología, claro, es simplemente esa condición atávica de preservar un espacio natural al que le exiges cosas, en este caso pescado. Son tremendamente escrupulosos con eso, no tiran ni una simple colilla al mar.
P. Una reivindicación también muy presente es la de lo precario de su oficio, de la dureza de ser hoy en día pescador de altura. ¿Cómo es ese trabajo?
R. Es una vida muy penosa, muy infame. El libro también encierra un intento por llamar la atención de que la gente que faena en estos caladeros está trabajando, a veces 24 horas seguidas, por menos de 2.000 euros, dependiendo de cómo vaya la venta de la mercancía, y eso es inaceptable, una explotación salvaje. Ellos saben que desde el mar a una ciudad el pescado incrementa su precio al doble y que ellos, que se dejan los cojones en el océano, no ven ese aumento. Es un trabajo, aunque necesario, alienante y arcaico, y a día de hoy está sometido a la explotación.
"Hoy en día los propios marineros reniegan de legar su oficio a sus hijos. Ya no hay nadie en Galicia que tenga intención de meterse en el Gran Sol"
Y también, como decía antes el autor, a la invisibilidad. Durante estos años Lucas ha mantenido el contacto con los pescadores, y relata, como ejemplo, qué ocurrió durante la pandemia. “En marzo pasado salieron a faenar sin PCRs, con la suerte de que nadie estaba infectado. El problema es que, al llegar a puerto en Irlanda para desembarcar, no les dejaron bajar. Tuvieron que estar fondeados con el pescado en bodega varios días”, se queja. “Esa sensación de desamparo, desconcierto y abandono fue brutal. Al final, los irlandeses resolvieron aislar una parte del puerto para que pudieran bajar. Pero desde España nadie movió un dedo por ellos. Nadie tiene menos recompensa que los marineros de altura”.
P. Supongo que tendrán noticia del libro, ¿cómo se han visto? ¿Qué opinan de su relato?
R. Cuando salieron los reportajes sí les gustó mucho, porque en sus pueblos de Rías Baixas se les reconoció, pero el libro aún no les ha llegado. Eso sí, uno me preguntó que cuántas fotos había en el libro y al decirle que ninguna, me dijo: “Entonces para qué lo has escrito?”.
P. Tras conocer ese mundo, es curioso advertir como los propios marineros de hoy, que son muchas veces hijos, nietos y bisnietos de marineros, no quieren ese futuro para sus hijos. ¿Es un trabajo que desaparecerá en Galicia, este del pescador de altura?
R. El Gran Sol no se acabará, pero lo que sí será muy improbable es la continuidad de esas sagas gallegas de hace más de un siglo. Son, como dices, los propios marineros los que reniegan de legar su oficio a sus hijos. Ellos llegaron por necesidad, pero no quieren que el chollo de sus hijos sea ese porque saben que es una condena. Por eso, muchos marineros hoy son africanos, portugueses, lituanos. Ya no hay nadie en Galicia que tenga intención de meterse ahí. Y eso alterará el poderoso mito del Gran Sol, ligado desde siempre a los gallegos, que llegaron a tener flotas de más de 300 barcos y fueron los mejores narradores de leyendas de ese mar, que ha ganado un prestigio mundial a costa también de mucha sangre.