Amable y zumbón, Darío Jaramillo (Santa Rosa de Osos, Antioquía, 1947) adelanta a El Cultural que en su conferencia inaugural piensa hablar de la presencia de Colombia en el mundo del libro en España, “desde cuando se editó acá la novela María de Jorge Isaacs hasta nuestros días. Destacando, por supuesto, la figura central, García Márquez, que sigue estando presente. No me refiero sólo a autores sino a editores tan destacados como Pilar Reyes y Santiago Tobón y a libreros como Antonio Ramírez”.
Habitual de la Feria del Libro, el Premio de Poesía Federico García Lorca, si de hacer memoria se trata prefiere no destacar sólo uno “entre tantos momentos gratos vividos en El Retiro”, sino “ese estado de euforia permanente en que entro siempre que estoy en ella, tanto por el escenario, ese tan hermoso parque, como por la abundancia de oferta bibliográfica.”
Pregunta. ¿Qué significa para la literatura colombiana, que, tras este año tan duro, Colombia sea la protagonista de la Feria?
Respuesta. El “año tan duro” lo que hace es resaltar el contraste de asuntos mucho más duros, que vienen desde antes, en ciertos casos acumulativamente. Pongo un caso: cuando uno dice, por ejemplo, “desigualdad”, sus once letras dan para once o más interpretaciones grises, tan agridulces hasta que el posible significado se disuelve con cualquier otra palabra lenitiva. Pero cuando cuento que la desigualdad dentro de la sociedad colombiana tiene cifras escalofriantes, de algún modo puede dimensionarse la profundidad y la gravedad del problema.
Creación y deuda social
Embalado, Jaramillo denuncia cómo, según un reciente estudio, el 0,25 por ciento de las fincas de Colombia tienen el 74 por ciento del total de la tierra del país, unas 3.000 personas concentran el 44 por ciento del ingreso bruto nacional, las 500 empresas más grandes concentran el 81 por ciento de los patrimonios declarados y el 1 por ciento de las personas jurídicas aportan cerca del 70 por ciento del valor total de impuestos. Y subraya: “Toda esta maraña de escalofríos en forma de cifras me sirve para decir que esa misma situación límite es elemento constitutivo de una creatividad más despierta mientras está en momentos difíciles. Ese país de Fernando Botero y de Doris Salcedo y de Mateo López —por hablar de artistas plásticos—, ese país de García Márquez es el mismo que necesita aplicar a su sociedad una justicia social que está todavía lejos de encontrar. Acaso ocasiones como esta sirven para contrastar las dos caras de la moneda, la efervescencia de los creadores y la deuda social.
“Lo mejor de la feria es ese estado de euforia permanente en que entro siempre que estoy en ella, por el escenario y por la abundancia de libros”
P. Durante décadas, la sombra de García Márquez parecía cubrirlo todo, pero ¿a qué poetas y narradores colombianos actuales lee?
R. La de don Gabriel es una sombra que ilumina. Y sigue presente. En esta Feria está el libro de su hijo, una hermosa memoria de la familia García Barcha. García Márquez sigue presente porque es un tipo que nos pertenece todos, porque es un clásico. Y porque ha propiciado un clima en donde aparecen con frecuencia escritores muy interesantes. Hace pocos años murió Rafael Baena, un novelista que estaba en la cumbre de su producción y que los mismos colombianos no hemos acertado a dimensionar.
P. ¿Y entre los que siguen en activo?
R. Entre ellos puede hacerse una lista que sobrepasa mi memoria. Está Pilar Quintana, la ganadora del último Premio Alfaguara con Los abismos, donde se atreve con uno de los temas capitales de la novela desde el siglo XIX, como es el adulterio. Lo original, y conmovedor, es que la voz narradora es una niña, que no entiende lo que está pasando y sin embargo es capaz de trasmitir la intensidad y la contradicción íntima de las emociones que viven los protagonistas mientras ocurren los hechos.
Torrencial, el poeta, ensayista y narrador colombiano menciona también a Jorge Franco, a Ricardo Silva, a Eduardo Peláez y a Julio César Londoño, “que además de narrador muy bueno es un excelente ensayista, igual que Juan Esteban Constaín, también novelista y autor de formidables ensayos, como los que contiene Calamares en su tinta. Y no me quedaría tranquilo si no mencionara a nuestro gran cronista actual, Alberto Salcedo Ramos, de quien Pepitas de Calabaza publicó en España Viaje al Macondo real y otras crónicas”. Y a Yolanda Reyes, “nombre central en la escritura de materiales para gente joven —ya clásico en Colombia es El terror de sexto B—, autora de ensayos lúcidos y dictados por la experiencia y la sensatez, sobre temas educativos y formación de lectores, recogidos en La poética de la infancia.
P. ¿Y en cuanto a la poesía?
R. Nuestro nombre mayor, entre los poetas vivos, es Jaime Jaramillo Escobar, autor de unos poemas versiculares, llenos de ironía —sin renunciar nunca a una honda ternura—, que se han publicado en España por Pre-Textos y por Fulgencio Pimentel. Destaco también a Juan Manuel Roca, poeta pleno de imágenes, pleno de fuerza, que en España ha sido editado por Visor (Biblia de pobres, Temporada de estatuas) y también por Pre-Textos, Pasaporte del apátrida. Podría enumerar todavía otros poetas dignos de mención, pero no me detengo sin nombrar a Rómulo Bustos, capaz de combinar con sensibilidad y tino, una honda reflexión casi religiosa y un sensualismo que sus versos hace también una forma de panteísmo.
Poesía: la hora del relevo
P. De los más jóvenes, ¿a quiénes nos recomienda?
R. Acaso el nombre más destacado es María Gómez Lara, ganadora del Premio Loewe a la Creación Joven, quien recientemente ha publicado un sobrecogedor libro, El lugar de las palabras (Pre-Textos), con poemas alrededor de una seria crisis de salud con una cirugía cerebral de por medio. También ganadora de un premio, el Arcipreste de Hita con Tal vez hoy sobre mañana, Amalia Moreno Restrepo se arriesga con una poesía social sin concesiones, sin falsos pudores denuncia hambre y violencia sin caer ni en la demagogia ni en la sensiblería. En las antípodas, excepto porque es también un libro de gran calidad, está El libro de la mirada de Wilson Pérez Uribe, un texto fino y delicado, supremamente sensible. Entre muchos de los poetas más jóvenes, me interesa destacar también a David Marín Hincapié, quien en La luna cambia de jardín nos muestra una poesía nocturna, pletórica de símbolos y hondamente sensual.
“Nunca dejaré de ser un aprendiz de poeta. Si la experiencia sirviera, uno iría mejorando con cada poema. Pero a veces los versos no salen”
P. Hace años uno de sus poemas fue considerado el mejor de amor de la historia, ¿cómo recuerda ahora todo aquello?
R. Pienso que por entre mi pellejo han desfilado muchos Daríos a lo largo de la vida. A veces alguno regresa, a veces se me aparece alguno nuevo. Lo que quiero decir es que el Darío que escribió esos versos no soy yo. Es, pues, un recuerdo remoto. Lo que aprendí es que la votación popular nunca ha sido un método confiable para escoger poemas. En aquella elección saqué muchos votos, pero eso no significa nada. Eso sí, me gusta creer que el poema ha sido útil para enamorados con dificultades para expresar su sentimiento.
P. Pero ¿sigue considerándose un “aprendiz de poeta”?
R. Sí, nunca dejaré de ser un aprendiz. Esto quiere decir que, cuando trabajo en un poema, no puedo usar mi experiencia anterior en la escritura de poemas. Cada uno es el primero. Y los problemas que encuentro son siempre nuevos. Creo, además que no soy un caso aislado. Si la experiencia sirviera, uno iría mejorando con cada poema. Pero no es así. A veces el poema sale, a veces no sale.
P. Una leyenda literaria asegura que cuando un familiar suyo supo que quería ser poeta, le advirtió que en Colombia quien escribía para comer, ni comía ni escribía… ¿le sorprendería saber hasta qué punto estaba equivocado? ¿tanto ha cambiado su país?
R. Se lo oí a mi padre y después supe que había sido Lope de Vega quien lo escribió: el que escribe para comer, ni come ni escribe. En cierto modo determinó aspectos de mi vida. Mientras trabajé, nunca lo hice como escritor. Porque los poemas no son mercancía y porque llegan cuando les da la gana. Como prosista, porque lo que escribo es por placer, sin plazo ni compromiso previo. Admiro el coraje que necesita una persona para decidirse a profesionalizar el oficio literario; pero no es mi caso.
A ritmo de Chavela Vargas
P. Precisamente Colombia protagoniza las Cartas cruzadas (Pre-Textos) que ha reeditado en España: ¿no sintió la tentación de modificar nada?
R. No.
"El gran mal de Colombia fue que la droga abrió para mucha gente la posibilidad real de conseguir una fortuna instantánea"
P. Sin embargo, en el libro retrataba la violencia cotidiana que sacudía Colombia, víctima del narcotráfico: ¿siguen siendo los Escobares de turno modelos de la juventud?
R. Acaso el mayor daño que hizo el comercio ilegal de cocaína esté en terreno distinto a los efectos de la droga misma. Ese daño consiste en que en una sociedad donde el éxito de la gente se mide por la riqueza que puedan conseguir, se abre la posibilidad real de la fortuna fácil, la fortuna instantánea, basta coronar un envío de cocaína en un país que sea consumidor y que tenga moneda fuerte. Esta fue (¿o es?) una alternativa que se volvió posible para mucha gente. Y para esta clase de ricos, el mundo normativo no existe, no los abarca, no los obliga. El despelote social que provoca la fortuna fácil creo que todavía es notorio en Colombia y ha creado sus industrias derivadas, como el comercio de armas, el contrabando y la conversión de los fondos públicos en un botín accesible para quien tiene la organización criminal y las conexiones necesarias. En Cartas cruzadas se plantea la solución a esos males, que no es otra cosa que la legalización de ese comercio.
Contundente, confiesa el poeta que durante la pandemia estuvo completamente aislado los primeros 15 meses, “hasta cuando completé la vacuna”, que echa de menos “verle la cara a la gente” aunque su rutina “de tipo encerrado” no cambió demasiado. Eso sí, terminó un libro, Indagación sobre los fantasmas, que pronto editará Pre-Textos, “un ensayo, un collage, un recorrido por la historia, la filosofía y, principalmente la literatura”. Y durante estos meses ha enviado cada semana por email a sus amigos de ambas orillas una selección de vídeos musicales, de Chavela Vargas a Queen, pasando por Janis Joplin, Bob Marley o Sabina, que ha sido su manera “de saludar y decirle a mis amigos que estoy bien”.