Historia del cómic: dos miradas al futuro entre la ironía y la lucidez
Leyendo a día de hoy sus obras, se aprecia que todo lo que en Calatayud era ironía sobre el futuro, en Breccia era amargura y lucidez
29 septiembre, 2021 09:12La modernidad fue hija del inconformismo y, aunque cometió dislates, contribuyó a explicarnos mejor. Hoy ese proyecto se quiere dar por caducado y las reglas del juego son otras, en las que el concepto de vanguardia cobra incluso tintes sospechosos. Pero hace pocas décadas la historieta vivía una revolución de su sintaxis como no había sucedido desde el tiempo de aquellos pioneros del medio que se movían a tientas explorando su idiosincrasia.
Ahora, cuando todo nace y muere a una velocidad vertiginosa, no estaría de más que hiciéramos un alto y pensáramos en creadores que se encuentran detrás de muchas de las soluciones con que el cómic contemporáneo se desenvuelve, y en cuyas obras, como sucede con las que adjetivamos como clásicas, por lo que el tiempo les ha conferido de modélicas, seguimos hallando nuevas interpretaciones a cada lectura. Esa capacidad de pervivencia, unida al modo en que despiertan nuestra atención del frecuente y estéril interés que ponemos en lo más novedoso, vuelve a enriquecer nuestra sensibilidad con la misma fuerza que el día en que fueron concebidas.
La pista atlántica, como El proyecto Cíclope que la complementa, fue una apuesta de Miguel Calatayud (Aspe, Alicante, 1942), a mediados de los ochenta, por abrir el tebeo español a una celebración del pop, en tanto en cuanto le permitían zarandear, como ya había hecho con fortuna como ilustrador, un contexto estético que había adormecido la mirada del lector español de cómics. La iniciativa contaba con precedentes más allá de nuestras fronteras, pero Miguel le supo insuflar una poética que no tenía más deudas que las que él había contraído con “lo maravilloso” de la cultura popular.
Mirando a día de hoy sus obras, se aprecia que todo lo que en Calatayud era ironía sobre el futuro, en Breccia era amargura y lucidez
Se enfrentó, además, al reto de prescindir de esa gran paleta cromática, en la que siempre le hemos encasillado como uno de los mejores, para vérselas con un todo orgánico en blanco, negro y grises (retocado digitalmente para esta edición en el caso de La pista atlántica), y en el que hasta la rotulación formaba parte indisoluble de un conjunto tan caleidoscópico como las coreografías de Busby Berkeley.
Todo lo que en Calatayud era éxtasis liberador y feliz a mediados de esa década, era tormento, más o menos encubierto, en Alberto Breccia (Montevideo, 1919-Buenos Aires, 1993). El más audaz, y el más grande, de la historieta de aquel continente, engendraba en esos momentos estas adaptaciones de Papini, Lovecraft, Hearn, Stevenson y Ray, en algún caso con el auxilio del guionista Norberto Buscaglia, que reúne Sueños pesados.
Todo lo que en Calatayud era ironía sobre el género policíaco y el futuro, era en Breccia amargura y lucidez, en medio del presente dictatorial que vivía Argentina, sobre los miedos que escapan al ámbito estricto del sueño o de la ensoñación para deambular ante nuestros ojos incrédulos. Y todo lo que en el alicantino suponía la emancipación de la fantasía era en el bonaerense adoptivo emancipación de la fantasmagoría, a la que él supo servir con una utilización del color de la que era dueña y señora la mera apariencia (como solo he visto hacer con posterioridad a nuestros Ricard Castells o Raúl).
Uno creaba lo que quería ver y que viéramos; el otro creaba lo que de aterrador veía en cada una de esas vigilias que parecen abocadas a eternizarse, y para las que, como en el caso del cuento “Mujima”, de Lafcadio Hearn, sobra toda palabra. Pero las imágenes de ambos estaban ya presentes en nosotros, y por eso, tanto en mi lectura de hoy, como en la de aquel momento, me siguen reclamando que participe de ellas con toda mi imaginación y con todas mis pasiones. Ninguno de los dos quiso jamás claudicar ante el pragmatismo, ni siquiera en los trabajos más alimenticios, y quizá es en parte por ese inconformismo feroz por lo que nos siguen iluminando.