“Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra es muchas cosas a la vez: una sátira política cáustica, un caso criminal de asesinato, una historia de conspiraciones y un profundo y sincero lamento por el espíritu de una nación”, asegura el colombiano Juan Gabriel Vásquez en la crítica que publica este viernes El Cultural sobre la nueva novela de Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934), editada en España por Alfaguara. Casi sesenta años han pasado desde que el primer Nobel africano de la historia —obtuvo el galardón en 1986—, que ha cultivado también el relato, la poesía, el ensayo y el teatro, publicara su primera novela, Los intérpretes, y prácticamente cinco décadas desde la última, Season of Anomy (traducida como La estación del caos), donde exploraba el papel del individuo en el cambio social muy influido por su paso de dos años por la cárcel.
Este tema y otros como la violencia, el abuso de poder, el fanatismo de todo tipo y la corrupción generalizada pueblan su nueva obra, un fresco caustico y certero sobre la Nigeria actual. “Los temas de mis primeras obras, presentes también en esta, han seguido preocupándome siempre, pero me he relajado a través del ensayo y la poesía”, confiesa Soyinka en un encuentro con periodistas a su paso por Madrid. “Por ejemplo, esta última, una especia de oda humanista, me permite transmitir preocupaciones y ansiedades, y criticar a la sociedad y al gobierno más sutilmente”.
Su salto a un género más beligerante y expansivo como la novela se explica porque “toda la experiencia tumultuosa y los incidentes de confinamiento, las contradicciones de la sociedad, y el deterioro del humanismo adquirieron tal dimensión en los últimos tiempos que su análisis requería un medio mejor para transmitir estas realidades, que empezaban a superar a los propios individuos”, explica el escritor. “No soy novelista, la novela no es mi medio favorito, pero me di cuenta de que necesitaba este medio de expansión. Como dicen en Hollywood refiriéndose al cine, la narrativa es una manera masiva de transmitir mis obsesiones”.
Un lenguaje sin filtros
Una de las señas de la obra de Soyinka, además de una compleja amalgama del estilo literario occidental con las tradiciones y símbolos africanos, ha sido siempre una acerada crítica al poder, que le valió ser encarcelado durante dos años en 1967 en plena guerra civil de Nigeria por haber escrito un artículo en el que abogaba por un armisticio. “El poder es algo arbitrario, cruel, antidemocrático y antihumano que contrasta totalmente con la idea de autoridad”, opina. “La gente con poder no está dentro de la sociedad, no tolera el concepto de libertad, algo que sí hace la autoridad, que no es arrebatada, sino que se gana”.
Otro de sus rasgos definitorios es el uso de un lenguaje irónico y descarnado, algo que le ha granjeado numerosos problemas. “Normalmente me critican por recurrir a palabras un poco raras, pero el lenguaje que utilizo no tiene la intención de hacer que mi mensaje sea ambiguo ni de esquivar la censura. Se debe simplemente a que soy una persona muy irónica”, defiende el escritor. “Pero cuando soy más polémico en lo que escribo es cuando estoy tratando temas de actualidad y en esas ocasiones siempre advierto que las personas que detentan el poder no entienden esa ironía, no entienden nada. Hay que ser muy directo, muy brutal con ellos”.
"Las personas que detentan el poder no entienden la ironía que uso en literatura, no entienden nada. Por eso hay que ser muy directo, muy brutal con ellos"
“Cuando digo el poder no me refiero solo al Estado, sino a otro tipo de poderes dogmáticos como el que representan, por ejemplo, los extremistas teocráticos”, matiza Soyinka. “Con esas personas hay que utilizar un lenguaje muy brutal, un tipo de lenguaje que casi no se puede publicar”. Sin embargo, profundiza, “cuando quiero llevar esa experiencia a otro medio, a través de la literatura, por ejemplo, cuando quiero llegar a los ciudadanos tengo que seducirles y que conseguir que puedan apreciar ese entorno, esa situación que estoy intentando describir. Para ello recurro a dispositivos o maneras literarias como la ironía, que me sirve para describir situaciones terribles. Aunque así convierto a esos lectores en conspiranoicos en cierta manera”, bromea el autor.
Ganar el Nobel, jugarse la vida
Como no podía ser de otro modo, Soyinka ha dicho que se sintió “enormemente feliz” cuando escuchó que el Nobel había vuelto a África con la concesión del galardón al tanzano Abdulrazak Gurnah. “Este continente está muy privado de la historia del galardón. Los lectores occidentales, representados por la Academia del Nobel, están empezando a educarse y se están dando cuenta de la riqueza artística del continente africano, y no solo en literatura”, defiende. No obstante, el nigeriano se ha mostrado crítico con “un sistema de cuotas. Me resultaría horrible que se hiciera eso. La Academia tiene la obligación de ser una institución aventurera, en literatura y en los demás campos, y tiene que seguir sorprendiendo al resto del mundo, descubrir las maravillas de cada lugar y educarnos universalmente”.
Entrando de lleno en su experiencia, Soyinka apunta un galardón como el Nobel puede tener un doble filo. “No creo que exista un ser humano que no aprecie recibir un premio, es un reconocimiento de la productividad del artista a la sociedad y, además, en un contexto complicado como el Tercer Mundo, donde la existencia es complicada, te brinda una protección”, argumenta. “Pero el poder siempre tiene rencor, porque algo así es una manera de escapar a su control, lo que en la práctica representa un riesgo en tu vida diaria”.
"Ganar el Nobel puede tener doble filo. Es un reconocimiento, pero el poder siempre guarda rencor a este tipo de formas de escapar a su control"
“En esto tengo experiencia. En los años 90 perdí un compatriota y amigo escritor, Ken Saro-Wiwa, un guerrero ecologista, que fue ahorcado por el dictador Sani Abacha como medida para desairar y desafiar a la opinión internacional y occidental y para amedrentar a sus seguidores”, lamenta el autor. “Yo mismo acabé fugándome de Nigeria en la parte trasera de una moto un año después de que este dictador llegara al poder, porque cada vez que hacia una declaración o escribía una opinión me daba cuenta que mi buena suerte se acababa”, recuerda.
“A este dictador le hubiera encantado irse a la tumba pudiendo escribir en su currículum que había ahorcado a un Nobel de Literatura, pero eso no me amilanó. Mi responsabilidad como ciudadano, como alguien que cree en la libertad, era y es no perder nunca la voz”, sostiene. Y como última reflexión añade que lo peor de un galardón así es “haber perdido mi anonimato. Es una perdida terrible que intento paliar día a día tratando de recuperar mi privacidad, de existir como ser humano normal. Creo que fue George Bernard Shaw, el que dijo, aludiendo al premio, que se podía perdonar al señor que inventó dinamita, pero que era imposible hacerlo con el que inventó el Premio Nobel”, bromea el escritor.
Un peligro todavía latente
Como demuestra esta nueva novela, al activismo cívico y político del escritor no se circunscribe al pasado, sino que está muy vivo. Un ejemplo reciente es cuando Soyinka, que ha sido profesor en universidades estadounidenses como la de Nueva York, Yale o Harvard rompió su Green Card en protesta por la elección de Donald Trump como presidente. "Ese gesto físico fue una catarsis. Llegué a un punto en el que necesité apartarme de esa sociedad porque Trump era un insulto para la existencia del ser humano. Su retórica estaba llena de odio y de insultos", justifica el escritor. "Es un hombre estúpido, pero al mismo tiempo tienen una inteligencia intuitiva innata, y es capaz de despertar el instinto primitivo a través de la xenofobia, el racismo y el rechazo a la pluralidad", sostiene.
"Trump es un payaso, sí, pero uno muy peligroso. Su irresponsable gestión de la pandemia lo convierte en un asesino de masas"
"Mis colegas escritores no fueron capaces de reconocer el peligro, sólo veían en él a un payaso. Y es un payaso, sí, pero un payaso muy peligroso. Es uno de los jefes de Estado más peligrosos de la historia", apostilla Soyinka recordando la nefasta gestión que el líder republicano mantuvo durante los meses más duros del COVID. "Es responsable de la mitad de las muertes en su país durante la pandemia y, en este sentido, debe considerársele un asesino de masas. Estados Unidos tiene que despertar y darse cuenta de lo que Trump representa, no sólo para su país, sino para el resto del mundo", afirma, antes de advertir que "El peligro aún está latente, no ha terminado. Este hombre quiere volver a su puesto de poder y tiene muchísimos seguidores. Sería una catástrofe".
Por último, el escritor de casi noventa años regala un consejo a los que venimos detrás. “Creo que la literatura impele a las nuevas generaciones a examinar ese poder que se ha adquirido, esa democratización de la información, de las conductas, de las ideas, y llegar a un equilibro entre esta cultura de internet, y la literatura y los hallazgos que han salido del arte literario”, razona Soyinka. “Espero que los jóvenes de hoy se den cuenta de que no toda la realidad está basada en las redes sociales, de que hay una alternativa ahí fuera, esa cultura eterna, que son las artes y la literatura. Y, sobre todo, les animo a desarrollar algo clave para el oscuro futuro: la capacidad crítica y el sentido de la ironía”, concluye.