La mente de Stanley Kubrick (Nueva York, 1928 - Childwickbury, Reino Unido, 1999) sigue siendo un enigma. Recluido en su casa de Londres y concentrado en su obra en las últimas décadas de su vida, tenía fama de poco accesible, de modo que su ecléctica filmografía es la mejor herramienta que tenemos para desentrañar sus obsesiones temáticas y formales. También podemos acudir a los testimonios de sus colaboradores, a quienes podía llevar a la desesperación con su perfeccionismo –Shelley Duvall y Jack Nicholson tuvieron que repetir 127 veces una escena de El resplandor–.
La exposición que el Círculo de Bellas Artes de Madrid inaugura este 21 de diciembre contribuye a arrojar luz sobre el universo del ambicioso cineasta. Se trata de un proyecto itinerante que ha recorrido Europa y cuenta con la bendición de sus herederos. En 2019 pasó por Barcelona, convirtiéndose en la exposición más visitada en la historia del CCCB. A la capital llega con más de 600 objetos –piezas de vídeo, fotografías, maquetas, cámaras, objetivos, vestuario, atrezzo, guiones, cartas, storyboards y otros documentos– y un recorrido temático que nos sumerge en las claves de la mirada de Kubrick, así como en la estética y los entresijos de la producción de sus películas más icónicas. “Es como entrar en la mente de un genio”, asegura su comisaria, Isabel Sánchez.
Una exposición que coincide, además, con el 50.º aniversario del estreno de La naranja mecánica, una de sus obras más aclamadas y polémicas. Tras la abolición del código Hays, el sistema de censura que delimitó entre 1934 y 1968 lo que se podía ver en una película de Hollywood, la cinta generó un intenso debate por sus escenas de violencia y sexo. El propio Kubrick, cansado de recibir presiones, llegó a pedir a Warner Bros que la retirase de los cines británicos.
En España la película fue prohibida por la censura franquista, pero en abril de 1975 tuvo su primera y accidentada proyección en la Seminci de Valladolid, con la oposición de los sectores más conservadores de la ciudad (hubo hasta un falso aviso de bomba en la sala). Un acontecimiento que recoge el documental de Pedro González Bermúdez La naranja prohibida, producido por TCM, que lo estrenó el pasado viernes tras su paso por el festival vallisoletano.
En sus trece películas, Kubrick transitó casi todos los géneros, aportando innovaciones en cada uno de ellos. El caso más evidente es el de 2001: una odisea del espacio (1968), el filme que lo consagró como cineasta y con el que logró el control absoluto de todos los aspectos de la obra. Medio siglo después sigue siendo un referente de la ciencia ficción. El director también cultivó el cine negro –El beso del asesino (1955) y Atraco perfecto (1956)–, el bélico –Senderos de gloria (1957) y La chaqueta metálica (1987)–, el género histórico –Espartaco (1960) y Barry Lyndon (1975)–, la comedia –¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964)–, el terror –El resplandor (1980)– y el thriller –Eyes Wide Shut (1999)–.
Este aparente eclecticismo esconde unos rasgos estilísticos y temáticos que dan unidad a su filmografía y que se recogen en la primera parte de la exposición. Entre sus cualidades formales, la comisaria destaca su buen manejo del espacio, su obsesión por la simetría compositiva, el realismo en la iluminación –lo que le llevó a utilizar una infinidad de velas en Barry Lyndon, ambientada en el siglo XVIII– o su habilidad para moldear el tiempo –probablemente la elipsis más famosa en la historia del cine es la que convierte el hueso lanzado por un homínido al comienzo de 2001: una odisea del espacio en una nave, dando un salto de cientos de miles de años desde la prehistoria al futuro de la humanidad–.
“Kubrick aunó en el cine sus otras pasiones: la fotografía, la música y la literatura”, señala Sánchez. Y en la exposición podrán verse algunas de las instantáneas que tomó para la revista Look, en su etapa como fotógrafo antes de dar el salto al cine, así como se explora también la importancia que concedió a la banda sonora de sus películas.
En cuanto a la literatura, Kubrick fue un gran lector que devoraba libros en busca de historias que plasmar en la gran pantalla. Casi todas sus grandes películas son adaptaciones de novelas o relatos, como Lolita (Nabokov), La naranja mecánica (Anthony Burgess), El resplandor (Stephen King) o 2001: una odisea del espacio (a partir de un texto de Arthur C. Clarke cuyo argumento ampliaron juntos en el guion del filme).
También hay espacio en la muestra para los proyectos que no llegó a rodar, como su ansiada película sobre Napoleón, para la cual llegó a convertirse en un auténtico especialista –“compró todos los libros disponibles sobre su figura y desarrolló un archivo en el que fue reconstruyendo su vida día a día”, explica la comisaria–. La aparición de una película muy similar a la suya, Waterloo, le hizo abandonar la idea y mitigó su frustración con el rodaje de Barry Lyndon.
Otro proyecto que intentó sacar adelante, desde los años 70, fue Inteligencia Artificial, que acabaría dirigiendo Spielberg, admirador confeso de Kubrick; así como Aryan papers, la que iba a ser su gran película sobre el Holocausto. Y aquí fue precisamente Spielberg quien se le adelantó con La lista de Schindler, por lo que decidió devolver su proyecto al cajón.
La segunda parte de la exposición presenta al visitante numerosos objetos originales de las películas más emblemáticas de Kubrick, desde su silla de director a un disfraz de simio de 2001, pasando por un traje de drugo y la inconfundible mesa del Korova Milk Bar de La naranja mecánica, la máquina de escribir y los vestidos de las inquietantes gemelas de El resplandor, el casco militar con la insignia pacifista y la frase “Born to kill” de La chaqueta metálica y la capa del doctor Bill Harford en la secuencia de la orgía de Eyes Wide Shut. Fetiches para invocar la arrolladora creatividad de Kubrick.