La caverna de James Coleman
James Coleman
14 noviembre, 1999 01:00La sala de exposiciones se ha transformado en una sala oscura, ya que prácticamente en su totalidad las obras consisten en proyecciones de diapositivas o filmes que se repiten sin fin: una especie de caverna platónica con muchas connotaciones, misterio, concentración, iniciación, etcétera. En un principio, las obras de Coleman motivan extrañeza. Pero se trata de una extrañeza intencionada. He aquí algunos de sus procedimientos: imágenes dobles, repetición, disociación entre imagen y texto, ausencia de traducción, etcétera; todo ello procura una sensación de hermetismo general. Pero esta dificultad o incomodidad de aproximación es una estrategia de producción de sentido. Y es que cuanto más ininteligible sea, mayor será la satisfacción cuando se ilumine. En un principio uno tiene la sensación de incomprensión, luego va aflorando sentido. Claro está, para quien tenga la suficiente paciencia e imaginación como para dejarse impregnar por la obra y el contexto.
Ahora bien, la ambigüedad, como el silencio, es sospechosa de una ocultación. Sería ingenuo definir la obra de Coleman simplemente como un estímulo para provocar evocaciones o sugerencias. Hay algo más. De la misma manera que el método paranoico-crítico de Dalí se ha interpretado como un camuflaje que encubría un secreto, me pregunto si esta oscuridad y estas obras equívocas esconden algo subterráneo. Significativamente, Coleman insiste en determinados temas, por ejemplo la voz; no hace falta recordar que la voz es la expresión inmaterial del cuerpo y de ahí sus connotaciones eróticas, más aún cuando se trata de una voz de niños y adolescentes. Esta fascinación por este tipo de voces, ¿no se tratará de lo innombrable o del tabú? ¿Acaso aquello que no se puede revelar no adopta una forma ambigua entre lo dicho y lo no dicho? Sea como sea, un fantasma habita en los pliegues de la ambigüedad, la ambigüedad como disimulo de lo inconfesable.