Volcado en su labor docente y con varios proyectos en marcha a pequeña escala, se muestra en esta conversación decepcionado con el sistema, crítico con el desarrollo de algunas ciudades, como Madrid, pero optimista con los jóvenes arquitectos, con sus alumnos, para los que pide una oportunidad.

Doctor arquitecto y medalla de oro de Arquitectura española 2002, Antonio Fernández Alba muestra los posos de su importante labor docente en una dilatada carrera de arquitecto comprometido con la labor crítica.

Hoy nos presenta su visión de la arquitectura como un proceso unitario, en el que engloba cada uno de los factores que le afectan, reflexionando sobre los procesos culturales y proyectuales, la teoría y el juicio crítico de los acontecimientos arquitectónicos que rodean al ciudadano y al arquitecto.

La culpa es del arquitecto

-Se plantea esta entrevista a modo de reflexión general sobre la Arquitectura. Un diálogo del que vayan aflorando temas de interés, una improvisación a través del gesto de la palabra, evidencia de que cada uno de nosotros queremos ser poseedores de nuestra letra.

-Sí, pero con la letra no haces sólo gramática, y en esto ha venido a influir la falta de ideología. Estamos padeciendo probablemente el final de la ilustración insatisfecha. Por eso el arquitecto puro anhela ser puro lenguaje. La arquitectura ha sido usurpada por aquellos que dominan la técnica, es decir, los morfólogos tecnológicos, aquellos que dominan el nudo, la barra y la pura visibilidad, la transparencia. Actualmente la arquitectura tiende a generar arquetipos que introduzcan la innovación, mientras que, por otro lado, el espacio en el que habita el hombre es mediocre. Además, a esto se une un fenómeno cosmogónico, la transición de la ciudad a la metrópolis, en una nueva condición metropolitana que no tiene lugar, no se sacia con nada y tiene ambición y dimensiones que barren el territorio imponiendo un orden basado en los fundamentos del mercado. Estamos viendo si podemos rescatar algún material en donde refugiarnos para expresar nuestro pequeño poema. Este vacío se esta produciendo en el ámbito de la arquitectura quizá por culpa de los propios arquitectos.



-Según esto, ¿hacia dónde se dirige el discurso de la arquitectura, los modos de hacer arquitectura?

-El pensar arquitectónico, de alguna manera, lo está adquiriendo el mundo de la técnica, la forma de concebir lo que es el espacio, y si al espacio le quitas su dimensión poética no es nada, es un servicio. La aritmética reparte las cosas por igual y la geometría las reparte según las proporciones, la aritmética es democrática y la geometría aristocrática. Creo que la arquitectura sigue repartiendo los espacios según las proporciones, aunque claro, hoy se ha metido el mercado y lo que hace es vender espacio, pero eso no tiene nada que ver ni con la arquitectura ni con la construcción, y por lo tanto la que sufre y se deteriora es la ciudad. Sólo se la dota de grandes infraestructuras y tecnología punta, que las hacen más o menos aceptables. Pero las redes de energía son los viejos órganos arquitectónicos, en otra escala, pero dentro de este mundo tecnológico que tiene sus propias normas, y que muchas están en consonancia con las leyes de la naturaleza. Y el ser humano está en medio y de alguna manera trata de equilibrar el concepto del valor de mercado con unas plusvalías estéticas que hay que introducir para compensar la degradación y el mal gusto. No hay una educación de los sentidos, sino al contrario, una prostitución de los sentidos a niveles inasequibles. En esto la arquitectura educa.

Cultura de ideas, hechos y cosas

-¿Y donde se sitúa la arquitectura en el conjunto de la cultura?

-Creo que vivimos en un proceso de tres culturas: la cultura de las ideas, la cultura de los hechos y la cultura de las cosas. La cultura de las cosas está muy desarrollada, es un producto en consonancia y parte de la matriz mercantil, es decir, del comercio. La de los acontecimientos es para que las cosas puedan ser usadas, y necesitan de la interpretación del hecho, quedando todas las ideas postergadas en unos márgenes de los que resulta muy difícil salir. Se transforman las cosas, se inventan reglas con mecanismos de laboratorio. Casi nadie esta ejerciendo el papel que le corresponde, no es protagonista de su tiempo y por eso el interés y la rebeldía que tiene el pensamiento joven, que necesita abrirse paso como sea. Todos estos viejos árboles que pueden tener su propia belleza, hay que dejarlos que den su propia sombra. A lo mejor es penumbra o a lo mejor es un junco que se mueve según el viento. Es una visión poética sublime y condición intrínseca de la realidad el hacer arquitectura; por muy pequeño que sea el edificio, hay que tener una capacidad interior para poder entender cuando hay coherencia en aquello que estás dibujando, y la realidad a la que va destinada. Hay una coherencia íntima fundamental y es ahí donde creo que está el acto positivamente creador. Esto desgraciadamente no sucede, porque a lo mejor es muy difícil permitirle este privilegio al arquitecto; que esté trabajando, disfrute y tenga una fusión estética, moral y emocional con aquello que realiza.

-Habla de la mirada ética de su generación, ¿cree que hoy hay una mirada plástica pero no un pensamiento compartido?

-Hay una disociación no sólo dentro de la ética y la estética, sino en la propia manera de entender la formalización de la arquitectura. En el fondo, yo creo que no existe ese pensamiento, son objetos de función. El célebre arquetipo de la sorpresa que produce un instrumento de ordenar el espacio. No es la sorpresa del espacio, es la sorpresa del objeto que se ha construido, porque está planteada única y exclusivamente con unos materiales exóticos, todo es planteado como innovación. El propio objeto es objeto de contemplación. La fermentación de tantos lenguajes a la que hemos asistido en el siglo XX ha provocado la dificultad de hacer una síntesis. Ahora lo que importa es la sorpresa de la imagen y del impacto. Son el símbolo y el signo. El signo trata de cómo se rodean los edificios, es algo caduco, que cansa. En cambio el símbolo es otra cosa, porque permanece, porque se queda esclerotizado como arqueología.

Madrid versus Barcelona

-¿Cómo se explican los diferentes modelos de crecimiento urbano que han tenido Madrid y Barcelona?

-Barcelona es una ciudad que ha tenido una tradición urbana, una burguesía textil y después industrial, frente a la burguesía mercantil rancia y paleta de Madrid. Siendo hoy una metrópolis con una dinámica mayor que la de Barcelona, posee los servicios pero indudablemente como ciudad y metrópolis carece de la tradición de ciudad mediterránea.

-¿Crée que el esfuerzo tecnológico que se hace ahora es mayor de lo que se hacía antes? Antes se inventaba y desarrollaban las tecnologías asociadas a la arquitectura y ahora está todo o casi todo resuelto.

-Sí, porque no había evolucionado la industria. Entonces era una mezcla entre artesanía y la reciente tecnología. El 80 por ciento de la obra arquitectónica te la dan resuelta en un catálogo, es un trabajo de mercado, lo cual no quiere decir que sea un desmerecimiento porque en el fondo el arquitecto lo que hace es componer, es decir, poner en orden todos los elementos que contribuyen al espacio, y ponerlos en orden es un trabajo difícil. Creo que el papel del arquitecto está en el salto de escala, y en este caso los americanos la verdad que lo han entendido porque ya lo habían hecho los grandes escultores. La meditación del espacio en la escultura ha sido la más seria y grande a mi juicio sobre la espacialidad en el siglo XX. Han sido los escultures los que nos han legado esa capacidad de emoción por el objeto y la dimensión poética que tiene la materia cuando trasciende. La mirada de los jóvenes hacio esto es una mirada de intranquilidad constante, es un estado de ambición por generar la belleza en un mundo que necesita de la belleza. También necesita de la palabra no contaminada que tiene el poeta, sin valor comercial, yo creo que la gente joven en este aspecto es más generosa que nuestra generación, tienen más capacidad y menos prejuicios.

-¿En qué proyectos está usted inmerso?

-En pocos porque estoy muy decepcionado. Estoy haciendo una vivienda muy pequeña y he terminado unos laboratorios en la Ciudad Universitaria de Madrid. Es un proyecto de hace 14 años que se ha hecho ahora. También he terminado un proyecto en el Observatorio Astronómico, lo consolidé en los 70 y ahora se ha hecho algo muy bonito, la reconstrucción del telescopio con un pequeño plan espacial de lo que es el recinto del observatorio. Pero son edificios de pequeña escala.

Corrupción legalizada y firmada

-Creo que en la arquitectura todavía no se han producido muchas de las condiciones con las que los arquitectos seguimos soñando todavía.

-Ese sueño puede ser de años pasados. Hemos ido a sustituir los modelos de vivienda por la casa del pobre minero del siglo XVII y XVIII y en los acabados de la Inglaterra industrial. Una casita de cuatro plantas entre seis metros, con un par de metros delante que figuran como jardín y detrás un patio. Yo paseo algunas veces por la periferia de Madrid y no encuentro ni un arquitecto, ni quién ha hecho esto y lo ha legalizado. Es la corrupción de la forma de la ética legalizada y firmada. En los primeros viajes que hice a los Países Nórdicos con los alumnos en los años 60, lo que más nos llamó la atención a todos fue que todos esos grandes proyectos estaban hechos mediante concursos, tratando de salvar democráticamente a las inteligencias más jóvenes y que produzcan para el bienestar del país.

»Aquí es una vergöenza, se presenta gente con falta de conocimientos y quién nos juzga y escucha son un grupo de mediocres que quieren realizar un país con menos democracia. Por las bases de todo esto es por donde tenemos que empezar. Pedir a un profesional en 15 días una respuesta a unos garabatos y además ilustrarlos con unas cuantas imágenes, mentiras para falsificar la realidad de lo que no existe, es algo inconcebible si además introducimos el factor económico. Esa es la idea de la arquitectura actual mientras legiones de gente joven esperan su oportunidad.

Antonio Fernández Alba.

Arquitecto por la Escuela de Madrid (1957), Antonio Fernández Alba fue profesor de dicha escuela en 1959 y catedrático de Elementos de Composición desde 1970. Ha obtenido el Premio Nacional de Arquitectura (1963) y la Medalla de Oro de la Arquitectura española (2002). Es autor de numerosos escritos sobre pensamiento y crítica arquitectónica. Entre su obra construida destacan el convento de las Carmelitas de Salamanca (1970), la facultad de Derecho de Alcalá de Henares (1987) y el Centro de Investigaciones Biológicas de Madrid (2000).