José María Sicilia, a contracorriente
El peso de las lágrimas
27 mayo, 2004 02:00Colmenas I, 2003
En los años ochenta, José María Sicilia (Madrid, 1954) navegaba con el viento a favor. Quizá por última vez en los tiempos recientes, una corriente hegemónica, la pintura expresionista, recorría Europa, y Sicilia se encontraba en las mejores condiciones (por la marcada personalidad de su obra, pero también por sus contactos en Francia y por el apoyo institucional español) para situarse internacionalmente, y lo hizo. Hoy la situación ha cambiado mucho. Ciertamente, Sicilia mantiene la celebridad que consiguió, aunque si es así es porque lo de "cobra fama y échate a dormir" es irrebatible en nuestro medio artístico, donde tan pocos creadores traspasan la barrera de la popularidad. Y no es que Sicilia se haya echado a dormir, ni muchísimo menos: es que su nombre permanecerá entre las celebridades artísticas haga lo que haga, como hemos comprobado en otros casos. Se entienda o no se entienda lo que hace.José María Sicilia ha elegido un camino arriesgado que, si bien no ha hecho tambalearse su posición en el mercado, sí le ha valido críticas más o menos disimuladas por parte de la crítica y el público más especializado. Ahora, avanza a contracorriente. Desde principios de los noventa, con las ceras y sobre todo con las flores de sus últimas exposiciones, ha provocado mohines de desprecio en los enemigos de lo ornamental. En esta exposición última da motivos sobrados a sus posibles detractores con una última sala en la que reúne un amplio conjunto de dibujos de rosas de colores verdaderamente empachosos. Pero también da contundentes argumentos para la defensa de su capacidad de sutileza plástica, sugerencia poética, intensidad emocional, conocimiento casi alquímico de los instrumentos y materias que maneja, alcance simbólico y espiritual. Virtudes que, si hoy tuviera que conquistar con ellas la escena, francamente de poco le servirían. Su obra actual no puede contextualizarse, desde luego, en la vanguardia de la experimentación tecnológica ni en los debates teóricos más pertinentes a los presentes conflictos políticos y sociales, pero afortunadamente, como antes apuntaba, los tiempos de las hegemonías artísticas pasaron y ¿por qué no hemos de dar la misma relevancia a lo que se oculta en el interior o a lo que late en la naturaleza? Sicilia lleva camino de convertirse en un interesante raro, fácilmente malinterpretable.
En su anterior exposición en la galería Soledad Lorenzo, el artista presentaba unas fotografías de pavimentos y alfombras iluminadas a través de vidrieras y celosías, así como unos dibujos de ramas de árboles de las que colgaban trozos de telas (la portada del catálogo era una fotografía de una de esas ramas). En la señalada linealidad, en lo que se refiere a temas y procedimientos, que caracteriza su producción de la última década, ha retomado esas mismas imágenes que ya vimos para reinterpretarlas en nuevos dibujos, siempre sobre translúcidos papeles japoneses. El suelo de un mausoleo en El Cairo o de una vieja casa judía, de una iglesia veneciana o del templo en Normandía en el que está sepultado Georges Braque parecen, más que recibir, emitir una luz difusa, fantasmal, envuelta por humeantes y densas sombras. En esta primera sala de la galería, ha colgado además una serie de dibujos de colmenas de Auvernia, y de tinajas de barro para agua de Egipto (protegidas algunas en las oquedades de los olivos) y de Mallorca, donde vive el artista. En todas estas imágenes se muestran finalmente receptáculos -interiores arquitectónicos, vasijas- que contienen sustancias místicamente preciosas: cera y miel, agua, luz. Al mismo tiempo, las particulares técnicas que pone en juego Sicilia, dibujando sobre el reverso y/o el anverso del papel, haciendo que el dibujo "suba" a la superficie con el barniz, depositando pigmentos a través de la superposición de sucesivas capas de acuarela... denuncian la falsedad de la supuesta bidimensionalidad del papel, le confieren un espesor y una realidad (como fibra vegetal elaborada) que enlaza con la cualidad matérica que siempre ha tenido su trabajo.
El viaje se ha convertido en los últimos años en desencadenante de significaciones y de motivos para Sicilia. En la segunda sala recupera el tema de los árboles votivos indios, en los que los fieles atan trozos de sus vestimentas para solicitar fertilidad (en dibujos técnica y estéticamente menos notables), y presenta en un dibujo doble un laberinto vegetal visto en Gales. Sigue la evitable sala de las rosas y, en el espacio inferior de la galería, un viejo asunto que roba de la cripta de los Capuchinos de Palermo: la calavera, como elemento clave de la "vanitas", ahora morfológica y semánticamente fusionada con otro de los elementos principales en este tipo de composiciones, las flores, símbolo de la caducidad de la vida. Son flores "veladas", como se velaban (en sentido fotográfico) determinadas áreas en los dibujos arquitectónicos, "quemadas" por la luz.