Cardiff & Bures Miller: La metafísica del sonido
The killing machine y otras historias
8 febrero, 2007 01:00Opera for a small room, 2005.
Janet Cardiff (Bruselas, Ontario, Canadá, 1957) y George Bures Miller (Vegreville, Canadá, 1960) poseen una carrera como artistas autónomos; sin embargo, desde hace diez años suelen presentar y realizar obras en conjunto. Su proyecto, aquello que les une, es una reflexión sobre el sonido. Efectivamente, ellos utilizan e incorporan el sonido como un recurso creativo más y sus piezas se han descrito como esculturas sonoras. Ensamblajes de elementos diversos, sus obras interrelacionan la alta y la baja cultura… Se trata de un universo de una gran intensidad poética y que, como tal, escapa a toda definición, resulta difícilmente reductible a un significado unívoco.¿En qué consiste este universo? Incorporar el sonido -al menos tal y como lo hacen Janet Cardiff y George Bures Millar- significa explorar cómo funciona y cuáles son sus posibilidades, preguntarse acerca de su naturaleza, como sustancia impalpable. Representa también una intensificación y una ampliación del registro creativo, que muy a menudo privilegia solamente la vista. En este sentido, es muy significativa la obra que Cardiff realizó en solitario en 2001, el Motete en cuarenta partes basada en el Spem in Alium de Thomas Tallis (1573). Esta pieza polifónica se presenta hoy en un espacio anexo del MACBA, una antigua capilla del XVI, contemporánea, por tanto, a la pieza de Tallis. Janet Cardiff graba individualmente las cuarenta voces del motete y las reproduce en otros tantos altavoces. Según los expertos, el resultado es muy diferente a un concierto o a una grabación convencional, porque en estos casos la fuente del sonido es frontal o unidireccional. Aquí, en cambio, uno puede sumergirse en el espacio sonoro como si estuviera en medio de los cantantes, gracias a la distribución de los altavoces.
Pero hay mucho más: no se trata sólo de una investigación sobre las posibilidades o límites del sonido, sino que existe además un gusto por el trompe-l’oeil (o el trompe-l’oreille, en este caso): sus instalaciones son, sobre todo, una imagen o un objeto "animados" por el sonido. En este sentido, una de las piezas más didácticas es Desequilibrio 6 (Salto) (1998) de George Bures Miller. Un monitor de televisión, suspendido en el aire, parece balancearse por el impulso de las vibraciones de unos pies moviéndose proyectados en su interior.
En este punto concreto existe un imaginario que sobrevuela la exposición, un imaginario muy próximo a lo que representan las cajas de música y los autómatas. Las nueve instalaciones que presentan Janet Cardiff y George Bures Miller en el MACBA son básicamente máquinas: máquinas danzantes, máquinas parlantes, máquinas musicales… Pero aludir a las cajas de música y a los autómatas, es referirse también los orígenes y los primeros experimentos del cine. No sólo por las relaciones con el mundo del ilusionismo, la magia y las fantasmagorías, de aquellos fascinantes dispositivos que infundían movimiento a las imágenes. Se trata también de crear una realidad virtual acaso más intensa que la misma realidad: es la idea de la obra total implícita en la ópera y que tendrá su culminación en el cinematógrafo.
Uno de los temas recreados por Janet Cardiff y George Bures Miller en sus instalaciones es precisamente el espectáculo, con la reproducción incluso de un teatrín (Teatro de juguete, 1997) y el interior de un cine en miniatura (El Instituto Paraíso, 2001). El espectador presencia un espectáculo, pero además de asistir a él, es integrado y forma parte del mismo. Se trata de una especie de mise en abîme que se cierra sobre sí misma: el rol del espectador como protagonista. Juego de reflejos que acaso sea una de las expresiones más sofisticadas de la aspiración del arte a sustituir la realidad.
Pero en el trabajo de Janet Cardiff y George Bures Miller existe también una dimensión inquietante, siniestra. Como en los autómatas, la fotografía o el cine (¿no era Bazin quien hablaba del cine como un proceso de momificación?), en la "representación" que se aproxima a la realidad se vislumbra lo terrible. Las cajas de música son un mundo sin alma, condenadas como están a la locura, a repetir mecánicamente el mismo movimiento y la misma canción una y otra vez. En los autómatas se advierte la máscara de un ser mecánico que se disfraza de un ser viviente. Hay algo de esa pretensión frankesteiniana de vencer la muerte. El universo que describen Janet Cardiff y George Bures Miller es un paisaje extrañado, espectral, misterioso. Y ellos saben jugar dramáticamente con estos fantasmas. De Chirico evocaba un mundo también extrañado, donde los objetos aparecían bajo un aspecto insólito, pero el suyo era un arte del silencio. Sus maniquíes, sus plazas desiertas, sus enigmas eran mudos. Janet Cardiff y George Bures Miller incorporan el sonido a estos paisajes metafísicos.