Image: Macchi, el viajero sobre el mar de nubes

Image: Macchi, el viajero sobre el mar de nubes

Arte

Macchi, el viajero sobre el mar de nubes

La anatomía de la melancolía

22 mayo, 2008 02:00

Nocturno, variación sobre el Nocturno Nº 1 de Erik Satie, 2002.

Comisario: Gabriel Pérez-Barreiro. CGAC e Iglesia Santo Domingo de Bonaval. Valle Inclán, s/n. Santiago de Compostela. Hasta el 13 de julio.

No tengo dudas de que la mirada tensa a la realidad que se intuye en la obra de Jorge Macchi es producto de una destilación de los principios y actitudes románticas. Como aquel hombre que Friedrich enfrenta al infinito, a ese momento mágico del abismo, Macchi da forma al viajero contemporáneo y sus contradicciones con obras que fluyen desde lo sutil a lo accidental, desde la presencia física hasta su gradual desaparición. Como en el mundo romántico, en el universo que recorta Macchi el infinito semeja concentrarse sobre sí mismo, buscando y encontrando la belleza en la degradación y en la mutilación, en la imposibilidad temporal y en ese coquetear con el paisaje desde el margen para celebrar la desposesión misma. Si para los románticos la imaginación actúa de intermediario entre el ser y el pensamiento, para Macchi es el instrumento perfecto para aprehender esa posibilidad de recrear mundos virtuales a partir de una poética de sustracción de lo real, una vía para deconstruir y dotar de armonía al fragmento.

La de Jorge Macchi es una mirada íntima. Lo decía Novalis: "El camino misterioso va hacia el interior". Así se explica esa doble lectura de la que gozan muchas de las obras de Macchi, que en primera instancia parecen amables y bellas y en una segunda lectura -la que nos sitúa frente a sus textos- amargas y violentas. La clave está en acceder a la intimidad oculta bajo las formas de la distancia, en estrechar nuestra relación con la obra para confrontarnos con un contenido que siempre va más allá de las apariencias. La opción de comenzar el recorrido de la exposición a partir de dos dibujos de pequeño formato nos advierte de esa construcción interior, aunque paradójicamente estos dibujos revelen un carácter más extrovertido que otras de sus obras más elaboradas no sólo en su aspecto formal sino también conceptualmente. En ellos, además, se nos advierte ya de otra característica clave para entender la poética de Jorge Macchi: la experiencia del doble.

Lo vemos claro en su Doppelgänger, donde toma el término alemán que se podría traducir como doble andante (término también heredado del romanticismo), para encaminarse a una realidad hipertextual donde dos textos diferentes se enlazan gracias a que comparten una misma frase que sirve de enlace. Una estrategia de simbiosis que resulta más habitual en artistas que han utilizado el vídeo para unir dos realidades diferentes a partir de una misma escena y que en el caso de Macchi nacerá con la obra Un charco de sangre, donde varias historias recortadas de diarios sensacionalistas convergen en un cliché periodístico: "un charco de sangre". Macchi juega con la reversibilidad del lenguaje y enfatiza la importancia de la reescritura como representación. Como parece señalar en piezas como Hoja muerta, Ciudad durmiente, Trama, La ciudad perfecta o A.B., la cuestión no es decir sino mostrar; una derivación del texto en una escena por otro lado muy beckettiana.
Aunque esta exposición -que se desarrolla en el espacio del CGAC y en la iglesia de Bonaval- se nos ofrece como una excelente ocasión para revisar y reflexionar sobre la trayectoria de Macchi desde principios de los años noventa, trata de huir de lo retrospectivo y cronológico buscando nuevas asociaciones entre obras y funcionando más como vivo paréntesis capaz de enfatizar su interés por la elipsis, la progresión temporal y los diferentes climas, que como orden conformado definitivamente. El carácter de panteón del espacio de la iglesia genera otras connotaciones y consigue enfatizarlo todo, a veces de una forma demasiado obvia, como en The End, y otras con la sutilidad que esconde lo mejor de Macchi, a partir de una película que no llega a comenzar nunca y otra que no acaba jamás y se pierde en su borrosidad. Aquí el viaje es todavía más temporal y sentido, fiel al sentido de ausencia progresiva y enigma de su obra.

Jorge Macchi (Buenos Aires, 1963) vive y trabaja en la capital Argentina, país al que representó en la Bienal de Venecia de 2005, al mismo tiempo que María de Corral le seleccionaba para la exposición del Pabellón Italia. En España ha tenido individual en la galería Distrito Cu4tro y en la Casa Encendida, en Madrid. Su trabajo forma parte de colecciones como la de la Tate Modern, el Museo Contemporáneo de Amberes, la Fundación ARCO o el CGAC.