Image: Gamberrismo singular

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Arte

Gamberrismo singular

Wyndham Lewis en la Fundación Juan March

5 marzo, 2010 01:00

Blast. Revista del Gran Vórtice Inglés. N° 1, junio, 1914


Aunque lo bautizó Ezra Pound, el vorticismo fue propiedad casi exclusiva de Wyndham Lewis, "la personalidad más fascinante de nuestra época", según repetida frase de T.S.Eliot. Wyndham Lewis es, sin duda, uno de los grandes personajes del siglo XX, y sería injusto meterlo tanto en el saco de los pintores que escriben como en el de los escritores que pintan: era pintor y era escritor y, si como escritor su prosa de vértigo y hachazo se desparramó en novelas como Tarr o Los Monos de Dios, libros de ensayos como El arte de ser gobernado o Hombres sin Arte, de actualidad política como Hitler o Rostro Pálido (más uno, espléndido, de poemas), como pintor su prolífica obra cubrió, desde la abstracción vorticista al figurativismo metafísico de los años 30, casi todas las posibilidades de la pintura en el siglo XX.

El vórtex, es decir, el punto donde se concentra la energía máxima, fue a la par una reacción y una colaboración al movimiento fundamental de las vanguardias: el futurismo. A Wyndham Lewis le impresionó Marinetti al principio, pero no tardó en buscarle las vueltas y ponerlo en su lugar: el de un charlatán con grandes dotes para la invención y la bulla, al que se le escapaban eslóganes memorables y tonterías sublimes con igual facilidad. Lewis, que no entendía el enamoramiento de la máquina que gastaban los futuristas, escamado por cómo le habían tratado los artistócratas de Bloomsbury, y después de una fea jugada de Roger Fry (que lo había fichado para su Omega Workshops, un grupo de decoradores de interiores que hizo mucho dinero antes de la guerra) decidió fundar su propio movimiento de vanguardia. Su pintura, su dibujo, buscaba en las bases del cubismo y con la energía del futurismo, nuevas sendas.

El nacimiento de Blast
Pero la pintura no era suficiente. Creó así una de sus obras esenciales: la revista Blast, una publicación de gran tamaño, con unas impresionantes cubiertas de color rosa violento, que contenía un espléndido manifiesto y muchas páginas dedicadas a bendecir y maldecir cosas (se maldice, por ejemplo, el humor, esa droga inglesa, se bendice a Francia por, entre otras muchas cosas, su pornografía magistral). La impactante tipografía, la fuerza poética de muchas de sus colaboraciones (poemas de Pound, un relato de Rebecca West, un texto de Gaudier-Brzeska, el comienzo de El Buen soldado de Ford Madox Hueffer, y, en el segundo número, los primeros poemas de Eliot), su insolencia y su gamberrismo significaron enseguida a Wyndham Lewis, convirtiéndolo en una celebridad. Pero la guerra, que estalló poco después de que estallara el primer número de Blast, e inspiró el segundo número de la revista, reclutó a Wyndham Lewis, mató a Gaudier y a unos cuantos futuristas y a miles de personas, y pasó a convertirse en el gran tema de Wyndham Lewis, como símbolo perfecto de la estupidez humana. Lewis pintó la guerra con frialdad decisiva, logrando algunas obras maestras pegadas al terreno como A Battery Shelled primero, o más tarde, en los años treinta, desde una dimensión metafísica, como en One of the stations of Dead, un cuadro impresionante.

La exposición de la Fundación Juan March reivindica la singularidad y la grandeza de un artista incesante que se caracterizó por la envergadura de sus enemigos para erigir la biografía apasionada de un lobo solitario. Pero si su biografía apasiona, lo hace sobre todo porque tras ella hay una obra inconmensurable, tanto visual como literaria. De la primera hay pruebas suficientes en las más de cien obras de la exposición comisariada por Paul Edwards y Richar Humpfreys. De la segunda puede servir de muestra la edición en español -con categoría de facsímil- del primer número de Blast traducido y anotado por Yolanda Morató: sin duda la publicación más ambiciosa y memorable de la vanguardia inglesa.