Daniel Canogar tras las botellas de su instalación Tajo, en la Fundación Canal
Agua y plástico son los principales elementos de la exposición que Daniel Canogar (Madrid,1964) monta estos días en la Fundación Canal (inaugura el día 7), la más grande y compleja de las tres citas madrileñas que el artista tiene en este mes de febrero, tradicionalmente, el mes del arte en la capital. Lleva trabajando más de nueve meses en las seis piezas que la componen, un tiempo récord a tenor de las dificultades técnicas. Ya en el vestíbulo de la Fundación, un gran mural fotográfico estratégicamente iluminado atrapa al visitante como un imán. “Quería crear una especie de foto satélite, de gente flotando en un mar lleno de botellas de plástico. Para ello convoqué a amigos, conocidos, familiares..., en una piscina. La sesión fue muy emocionante. Hay algo tremendamente vulnerable en la imagen”, explica Canogar y señala a una familia abrazándose, a una mujer agarrándose a los residuos como si de un salvavidas se tratara. Y esa idea de supervivencia se ha convertido también en parte de la obra, que no habla sólo de la contaminación. Aunque el germen de la muestra sí es ese: el gran islote de plásticos que se ha formado en el Pacífico, una isla de residuos que se acumulan en una especie de ojo del huracán que da nombre a la exposición: Vórtices.
En el fondo del agua
Hay que bajar una planta para acceder a la muestra. La iluminación dirigida de la entrada es aquí penumbra alterada por una caja de luz: más agua, ahora en el fondo, turbia, más plástico, cuerpos ya totalmente sumergidos. Un sonido como de una fuente advierte de que el agua no va a estar sólo en la foto. La siguiente sala acoge la pieza quizá más distinta: nueve sanitarios, todos reciclados del punto limpio, forman una instalación en la que el agua fluye de uno a otro y, con ella, pequeñas figuras humanas proyectadas con exactitud milimétrica sobre ese río que las lleva de uno a otro: del lavabo al bidé, de ahí al plato de ducha, al desagüe... “Tiene algo de parque acuático -dice el artista-, muestra el aspecto más lúdico del uso que hacemos del agua, aunque también es inquietante ver cómo las figuras desaparecen por el sumidero. Y en cuanto a la relación con el resto de mi obra: la proyección, que es mi mundo, y la circulación. En realidad, no es tan distinto del cableado que he usado en otras obras, el agua es otro tipo de energía, nada más”.
Abstracción tecnológica
Pero la inquietud va in crescendo en esta lograda exposición. La sala grande sorprende aún más: 180 botellas de plástico recicladas, medio llenas o medio vacías, “flotan” serpenteando el espacio. 19 aparatos sincronizados proyectan sobre ellas distintas imágenes en movimiento de temas “acuosos”: peces, bañistas, olas. La luz atraviesa el plástico y se refleja en las paredes que nos devuelven formas más abstractas de estas imágenes de las que, emocionado, habla Canogar. La parte más científica de la pieza es una animación que se mueve al son que marcan las líneas de un gráfico según el consumo de agua de Madrid. Con este tipo de piezas se va complicando: “Me voy poniendo listones cada vez más altos. Tajo es una pieza muy ambiciosa técnicamente. También es cierto que el trabajo del comisario, George Stolz, me ha ayudado mucho, gracias a él no he tenido que enfrentarme a esto yo solo”.
Un pasillo lateral lleva a la siguiente sala, iluminada por la luz roja y azul que, de nuevo con precisión de francotirador, se proyecta sobre tuberías que forman una instalación circular. Primero muy despacio y luego casi enloquecidas, las luces hipnotizan y el sonido remite al ruido de cañerías y bajantes de una casa. “Es el frío y el calor, pero también el sistema circulatorio humano. Lo que se proyecta en la pared me recuerda a una pintura abstracta de los años 70. Mira ese rizo dibujado en el aire, me encanta”, comenta divertido. Reconoce que está en un buen momento, “todo esto es muy emocionante”, dice. Aunque se confiesa agotado: “Son tres exposiciones, tres montajes, dos catálogos, mil problemas que hay que resolver. Me he tirado literalmente a la piscina. El triplete fue en parte casual. Yo tenía el compromiso con la galería y con el Canal de Isabel II cuando surgió esta exposición. Iba a ser de obra ya hecha, pero al final no me pude resistir a meterme de cabeza en el agua”. Canogar es consciente de la feliz coincidencia de sus exposiciones con ARCO: Madrid se llena de coleccionistas, comisarios, otros profesionales y aficionados, y él va a ser el artista español mejor representado fuera de la feria.
Un tobogán de leds
Ya en el Canal, en las escaleras del depósito, está adaptando Travesías, la instalación que presentó en Bruselas. Aquí la malla flexible que hace de pantalla para el vídeo es un tobogán gigante, con giros y vueltas. Los píxeles de la imagen que Canogar graba se convierten, a través de un sofisticado programa, en imagen RGB (rojo, verde y azul) que se traslada a luces leds, de manera que cada uno de los leds es en realidad un pixel. Así será posible ver (también a partir del 7 de febrero) a figuras deslizarse, lanzarse al vacío, resbalar por esa lengua gigante que desciende en paralelo a las escaleras interiores del antiguo depósito de agua. “Creo que funciona mucho mejor aquí que en el Consejo Europeo, este espacio es mucho más atractivo. En esta pieza juego con abstracción y figuración. Si te acercas, el color y la luz te envuelven, si subes a un piso y miras más lejos, ves figuras escalando, cayendo, desplomándose”. Reconoce que al principio de su carrera, en su estudio de fotografía analógica, no se hubiera imaginado nunca realizando una pieza tan compleja: “Yo creo un archivo de vídeo con la misma forma de la pantalla, largo y estrecho, que envío a un servidor en Londres (allí está la empresa que ha desarrollado esta tecnología), le doy al play y el vídeo empieza a reproducirse en esta pantalla-tobogán. Me gusta jugar con el elemento escultórico de la imagen. Me aburren las proyecciones en un rectángulo. Me siento atrapado en ese mundo tan cuadrado, necesito expandirme. Una pantalla es mucho más que un rectángulo. Claro que cuando acabo con un proyecto de esta magnitud estoy deseando volver a la galería, porque allí puedo hacer realmente lo que quiero, puedo hacer el loco, no hay responsabilidades civiles ni burocracia y si se rompe algo se sustituye sin más”.
Y allí terminamos, en la galería Max Estrella, donde acaba de inaugura Spin, la instalación que le ha llevado a codearse con Robert Redford. “Una de las coordinadoras de Sundance vio la obra en mi galería de Nueva York y la eligió para mostrarla durante el festival. Estuve más de media hora explicándosela”, comenta. Y es que esta pieza tiene mucho de cine: cada DVD recibe la proyección de la misma película que contiene y hace a su vez de espejo de imágenes que se reflejan. Otro juego de luces y sombras con fantasmas de por medio. “Se oyen voces de fondo, también de las películas, de pronto una más alta que las demás, que puede ser voz o música”, explica el artista. Y de nuevo el reciclaje y lo poco que dura todo: “El DVD ya es algo caduco, ahora las películas son archivos que descargas”. Todo tiene que ver con elementos encontrados. Presenta también en la galería versiones más pequeñas de la pieza. Con ellas acabamos el paseo.
Aunque para el visitante, Canogar propone otro recorrido: de las instalaciones más accesibles de Max Estrella a la espectacularidad de la pieza del Canal de Isabel II de la Comunidad de Madrid, después de haber pasado por la Fundación Canal. Un itinerario que merece la pena.