El arquitecto Luis Fernández Galiano. Foto: Bernardo Díaz
Luis Fernández Galiano es, como definió Moneo, un arquitecto que no construye. No construye edificios, pero sí ayuda a construir la arquitectura, a pensarla, a dotarla de lo que hoy tanto necesita, análisis y reflexión en constante diálogo con otras disciplinas, porque este del que él escribe y que él enseña no puede ser "un arte ensimismado". Desde este fin de semana el catedrático y director de las revistas Arquitectura Viva y AV Monografías es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a la que espera aportar, avanza, su experiencia en el mundo de la crítica.El también coordinador de la sección de Arquitectura en El País considera "un gran honor" su ingreso en esta institución, que se hizo efectivo durante un acto en el que se sintió arropado por muchos amigos del gremio, varios premios Pritzker entre ellos, y por gente de otros sectores de la cultura, la política, los medios... Así es como concibe él su disciplina, enmarcada en un diálogo constante con distintos campos.
A Fernández Galiano (Calatayud, 1950) la crítica le ha permitido observar la foto completa de la arquitectura, comprenderla y "explicársela a los otros", un proceso en el que tiene especial importancia la concienciación sobre los males que padece este arte, especialmente, como recordó en su discurso de ingreso, los relativos a las urbes, en las que hoy predomina un modelo "que dificulta el bienestar del individuo y de la sociedad". Sobre este asunto trató su disertación, titulada Arquitectura y vida. El arte en mutación, y que leyó en presencia del ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert. Con sus palabras planteó el catedrático la urgencia de un cambio de paradigma, pues "más de la mitad de la humanidad vive ya en ciudades, y el proceso de urbanización avanza a una velocidad tan vertiginosa, que pronto podremos describir el planeta como un globo construido", dijo.
En este sentido, destaca Fernández Galiano, se hace necesario que instituciones como la Academia de Bellas Artes de San Fernando trabajen "una observación de carácter en general sobre el mundo urbano en esta etapa de crisis climática y energética". Y cuando habla de ecología no se refiere el arquitecto a edificios complejos, alimentados con grandes placas solares o llenos de utillajes, sino de mirar los aciertos del pasado, aprender, por ejemplo, de los cascos de las ciudades europeas, donde casos como el Plan Cerdá de Barcelona o el Barrio de Salamanca en Madrid hablan habitabilidad, de ciudades concebidas con medidas humanas, con variedad de usos y que evitan la tendencia al individualismo: "Hay que mirar a la tradición y aprender de la arquitectura vernácula, por ejemplo. No es más caro, es más sensato. Es volver a aprender cosas que hemos olvidado por la exhuberancia energética". Y añade: "La mitad de la energía del planeta se consume en los edificios, los arquitectos somos responsables".
Para todos estos planteamientos, su consigna es la de "menos es mejor", o lo que es lo mismo, "adaptarse a las circunstancias de la crisis con una óptica optimista, viéndola como una oportunidad de llevar una vida más sencilla, lo que no tiene por qué ser dramático ni implicar renunciar a comodidades adquiridas".
Esa misma crisis de la que habla ha afectado especialmente a sus colegas y a su disciplina, que ha perdido el 90 por ciento de lo que llegó a ser: "Aquello era insensato, pero lo de ahora tampoco puede ser. España ha valorado mal sus capacidades reales, en las viviendas hemos pasado de 300.000 a 80.000", expone. Dentro de este drama gremial, considera que los jóvenes arquitectos -3.000 nuevos licenciados cada año- son los menos perjudicados: "Para ellos biográficamente no es tan grave porque ven trabajar fuera como un desafío; es la gente de mediana edad la que lo está pasando mal. Los nuevos arquitectos viven de forma económica, van en bicicleta y saben lo que es una economía casi de subsistencia. Será más dura la adaptación para los que vivieron las etapas anteriores", concluye.