Soledad Lorenzo y Tàpies en 1990. Foto: Archivo

Soledad Lorenzo ha sido la galerista de Tàpies desde 1995 aunque, como cuenta ahora, en el día de su muerte, "lo conozco desde niña". Y no es un decir. "Cuando todavía era un estudiante de derecho que pintaba, mi hermano Ricardo llegó un día a casa diciendo que había visto la obra de un pintor fantástico. A mi padre le encantó. Aunque cuando cambió al povera se llevó un gran disgusto, en mi casa aquello fue durante un tiempo motivo de discusión", recuerda Soledad Lorenzo.



También ella se entusiasmó pronto por el pintor y ya en 1985, antes de abrir su propia galería, organizó una exposición de Tàpies como comisaria del festival Europalia que aquel año se celebró en España. Diez años más tarde inauguraba en Madrid la primera individual en su galería. Fue gracias a Julian Schnabel. "Un día vino a la galería y me dijo, 'Soledad, quiero conocer a Tàpies'. Para él era uno de los grandes y en él se inspiró en un momento determinado de su carrera. Así que fuimos a conocerle. Schnabel, extrañado, le preguntó que por qué no tenía galería y él contestó, 'porque a Soledad no le gusto'. Yo, que soy medio catalana, le dije 'ya palarem'". Y hasta hoy.



Soledad Lorenzo, que el pasado mes de octubre reunió en su espacio de la calle Orfila de Madrid las obras últimas del artista -expuestas en esta ocasión con las de Louise Bourgeois, otra de las grandes-, ha organizado seis exposiciones individuales de Tàpies y, a lo largo de estos años puede presumir de haber forjado una buena amistad con él. "Ha sido una experiencia extraordinaria -cuenta-. Siempre me decía que le montaba muy bien, que elegía muy bien las piezas". Y este verano fue, como siempre, a Barcelona, a seleccionar las obras de su última exposición. "Teresa, su mujer, me dijo que ya no quería ver a nadie. Pero bajó. Creo que me tenía gran simpatía. Yo lo notaba. Le encontré muy cansado de cuerpo, pero lúcido de mente. Ya no podía pintar, pero sí dibujar, y me enseñó lo último que había hecho. Le vi muy bien, no pensé que le quedase ya tan poco...". En cualquier caso, reconoce, Tàpies ha sido un privilegiado, "ha estado trabajando casi hasta el último momento, aunque tenía la espalda destrozada de pintar en el suelo. Ha vivido hasta el final."



Ha sido, además, para la galerista, un "artista de artistas". Cuenta como Juan Uslé y Victoria Civera, más cercanos entonces a la fotografía y con la idea de la muerte de la pintura rondándoles, vieron en Barcelona una exposición de Tàpies y quedaron boquiabiertos. O cómo le admiraba otro de sus artistas más importantes: "Palazuelo decía que Tàpies era el mejor de los pintores". Un pintor también respetado fuera de nuestras fronteras. "El propio Anish Kapoor quiso conocerle. Coincidieron en Venecia, él en el pabellón inglés y Tàpies en el español y yo les presenté. Era absolutamente internacional".



Por sus manos, y por su galería, han pasado tàpies de todas las épocas. Es complicado elegir uno entre tantos pero si tiene que escoger, se queda con el suyo: "Yo tengo uno, y me encanta. Es una estera, una especie de cesta de cuerda, rota por el medio por los lados y con una cruz en el centro, es precioso. Me quedo con el Tàpies de las materias encontradas". De sus últimas obras, las realizadas hace apenas año y medio, destaca su fuerza, su rotundidad. "Las obras que yo tuve en la exposición eran las de un joven. Era fantástico, ha sido un monstruo de la pintura. Un superdotado", dice.



Ahora, Soledad se ocupa del otro teléfono. Está organizando el viaje a Barcelona. No quiere perderse el adiós a un amigo, uno de los maestros del arte español del siglo XX.