Imagen de la exposición de Willem de Rooij en el Kunstverein München.

Willem de Rooij tiene una relación muy especial con Alemania, donde ha realizado algunas de sus mejores exposiciones. Ahora expone sus últimos trabajos en Munich.

Reconocido hoy como uno de los grandes artistas holandeses de su generación, Willem de Rooij (1969) formó durante más de una década un prolífico tándem artístico con Jeroen De Rijke hasta la prematura muerte de éste en 2006. Durante ese tiempo, la pareja desarrolló una profunda e incisiva investigación sobre conceptos como presentación y representación, en una compleja trama urdida por películas en varios formatos, fotografías, objetos y otros medios. También trabajaron con intensidad en torno a los contextos sociales, políticos y económicos en los que se producen las imágenes, y las presentaciones finales que de estas investigaciones realizaron tenían más que ver con una obra en sí misma que con el conjunto de trabajos con el que habitualmente asociamos la idea de hacer una exposición.



La muerte de De Rijke truncó una de las trayectorias más prometedoras del joven arte europeo. De Rooij continuó trabajando en solitario, cerrando proyectos que habían quedado abiertos tras la muerte de su compañero, como la exposición que les dedicó K21, Dusseldorf, una exposición extraordinaria que itineró más tarde a Bolonia convertida en otra cosa que hablaba de lo mismo. De Rooij compaginó la creación con la docencia, pues comenzó a enseñar en la prestigiosa Städelschule de Frankfurt en 2006 y prosiguió con su puesto como tutor en De Aterliers, Amsterdam. Quienes le han conocido como profesor-tutor, hablan de él como una mente lúcida.



Su obra en solitario sigue parámetros más o menos similares a los que vertebraron la creación conjunto de De Rijke. En 2010 mostró en la Neue Nationalgalerie de Berlín una de esas exposiciones que permanecen indelebles en la memoria de quien las ve. Titulada Intolerance, se trataba de una disposición en una pequeña sala del piso bajo del museo en la que el artista combinaba cuadros pertenecientes a la colección y objetos procedentes de Hawai. Más concretamente, se trataba de cuadros del pintor holandés Melchior d'Hondecoeter, activo en el siglo XVII, y objetos pertenecientes a la tradición hawaiana del siglo XIX. A De Rooij le interesaron las posibles analogías entre las imágenes de contextos tan diversos. Es algo consustancial a su trabajo. Cuenta el artista que su estudio está atestado de mesas con imágenes de todo tipo ante las que se detiene combinándolas unas con otras, escrutando su posible procedencia, buscando un contexto del que pudieran haber surgido… Es un tipo de investigación de carácter arqueológico que, en aquella exposición berlinesa flirteaba con la antropología y la etnografía.



Ahora, en Munich, De Rooij presenta trabajos de la serie de bordados en los que ha venido trabajando desde hace unos cinco años. Son bordados que son realizados con diferentes materiales y que centran su interés en las posibles lecturas conceptuales que pueden extraerse de la trama y la urdimbre que son, como sabemos, las claves en la fabricación de todo tejido. De Rooij encuentra en la relación entre trama y urdimbre una metáfora de las posibilidades de convivencia entre elementos antagónicos que tiene su eco en el modo en que coexistían imágenes tan dispares como las mostraban en la citada exposición de la Neue Nationalgalerie berlinesa.



Pero eso es todo. La posible cualidad evocadora que suscita siempre la relación entre imágenes de tan distinto origen desaparece en estos bordados, pues aquí se ignora toda referencia externa. Encuentran, por el contrario, su significado en las variaciones cromáticas que su propio material y el modo de manipularlo generan. Es, por tanto, una estrategia autorreferencial y muda, como el arte minimalista normativo de los sesenta. Las lecturas han de extraerse de los procesos de fabricación del trabajo, y no en el trabajo en sí. Buena parte de la carrera de De Rooij, tanto en su etapa con De Rijke como ahora en solitario, se ha centrado en el asunto de la autoría. Contaba el artista al hilo de los cuadros de Melchior d'Hondecoeter que le fascinaba la ambigüedad que sobrevolaba todo lo realizado por su compatriota pintor, pues nunca se veía con claridad la mano del artista. Comentaba, además, la cantidad de elementos repetitivos que se daban en cada cuadro, una especie de serialidad que nacía de la necesidad de trabajar con sistemas y fórmulas concretas, algo que, sabemos, es una de las estrategias señeras del arte conceptual y minimal.



En estos cuadros que pueden verse en esta exposición muniquesa, De Rooij busca la implicación del espectador, pues será a través de su movimiento entre los diferentes trabajos cuando se abra toda posibilidad perceptiva. Se sigue aquí la máxima de Frank Stella, "lo que vemos es lo que vemos", pero depende del punto de vista desde el que lo hagamos...