Tras una década interminable de obras, el Stedelijk Museum de Ámsterdam, uno de los museos más importantes de Europa, abre de nuevo sus puertas dispuesto a volver a ocupar el lugar que abandonó en los años finales del siglo pasado, cuando decidió embarcarse en el proceso de ampliación que empezaban a exigir los designios del capitalismo cultural. El extraordinario prestigio que atesoró durante décadas se vio de pronto truncado por esa ambición de crecer, mientras la dinámica museográfica global se tornaba trepidante e impredecible. Hoy el museo abre de nuevo con una década de desventaja con respecto a los grandes popes del asunto, la Tate, el Beaubourg, el MOMA, el Reina, pero confía mucho en sus armas, fundadas en el carácter emblemático de su pasado y, sobre todo, en su soberbia colección.



Es un momento importantísimo para el arte en Ámsterdam y en Holanda. Las recientes elecciones sacaron del gobierno a la extrema derecha del indeseable Geert Wilders y la ciudad de los canales recupera el Stedelijk, su buque insignia desde que se erigió en epicentro de mucho de lo que ha ocurrido desde que el arte es contemporáneo, esto es, desde los años sesenta. Wilders, ese personaje siniestro, ha hecho un daño que podía haber sido irreparable. En los tiempos que ostentó un cierto poder, quiso, y en cierta medida logró, instaurar en la sociedad holandesa la idea de que los artistas eran vagos, figuras, si no prescindibles, sí merecedoras de serles retiradas las ayudas que tradicionalmente recibieron, las que hicieron de Holanda la llama creativa que alumbró buena parte del mejor arte europeo de las últimas décadas. Y no sólo a los artistas holandeses sino también a todos los que allí marcharon a probar suerte. Probablemente les suenen nombres como los de Eulalia Valldosera, Lara Almarcegui, Asier Mendizábal, Fernando Sánchez Castillo, Cristina Lucas, Paloma Polo o Rubén Grilo, cuyas carreras, ya lanzadas, deben mucho a las oportunidades que un día les brindaron las estupendas escuelas holandesas.



Obra de Christian Friedrich

Desde hoy el Stedelijk peleará por menoscabar tan nefasta herencia, porque si algo fue el museo en su día fue la liebre a la que seguir. Abre de nuevo sus puertas tras una gran inversión y con una arquitectura singular que quiere ser la marca del progreso. Forma todo parte de un plan municipal integral que pretende desterrar viejos despropósitos arquitectónicos y urbanísticos del centro de Ámsterdam. Vecino del Museo Van Gogh, uno de los más visitados del mundo, y del flamante Rijksmuseum (cuya ampliación se inaugurará el año que viene) en el Museumsplein, le ha dado la vuelta a su situación física como si fuera un calcetín, esto es, 180°. La fachada tradicional, la que en 1969 sufría los embates de Jan Dibbets y Ger van Elk, queda ahora descentrada y es la fachada que da al parque la que adquiere relevancia como entrada al recinto. La idea, común en los tres museos, es la de que el parque se convierta en un lugar de reunión, con diferentes opciones de visitas que satisfará, qué duda cabe, la reinserción de la ciudad en el circuito de la propaganda cultural que demanda nuestro tiempo.



A ello contribuye notablemente el diseño arquitectónico creado por Benthem Crowel Architects (responsables también de buena parte del gigantesco aeropuerto de Schipol, en Ámsterdam), una estructura de 3.000 metros cuadrados con forma de bañera que se ha adherido al edificio original, del siglo XIX. Está compuesta de una fibra inmune a los cambios de temperatura que es cinco veces más resistente que el acero. Por mucho que varíe el clima, no habrá grietas en la superficie, inmaculada y neutra. La bañera flota sobre la entrada al museo. La idea es que la plaza se prolongue hasta el interior, y por eso el suelo de fuera es el mismo que se pisa una vez dentro, donde la cafetería y la tienda reciben al visitante antes de entrar en los espacios expositivos. Se ha querido que el contraste exterior/interior fuera mínimo, pese a las enormes diferencias que existen entre la arquitectura original del edificio antiguo y su ampliación. En el interior, sin embargo, uno nunca podrá diferenciar entre lo recientemente proyectado y el museo original, tal es la unidad física del conjunto, que contribuye a anular la distancia entre lo viejo y lo nuevo y, tal vez también, ya en un terreno metafórico, a hacer olvidar la década de inmovilismo que ha sufrido el Stedelijk.



Karel Appel, Mural (1956)

La restauración interior del antiguo edificio tiene como principal beneficiario a la colección, que se muestra en unas condiciones formidables, mientras la nueva estructura acogerá, en principio, a las exposiciones temporales, aunque esto no va a ser una regla que se cumpla estrictamente sino que estará expuesta a cualquier contingencia de programación. Hoy inaugura la nueva estructura la exposición Beyond Imagination, una muestra compuesta por veinte proyectos encargados para la ocasión que quieren contar lo que hoy ocurre en el arte realizado en los Países Bajos.



El Stedelijk reabre sus puertas con todo a su favor. Su directora, Ann Goldstein, que llegó al cargo hace tres años procedente del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, quiere abrir el museo a la ciudad. Quiere darle un carácter vivo, ambicioso y visionario, y quiere que sean los artistas los que impulsen su motor. Tendrá el Stedelijk las dificultades económicas que asolan a todas las instituciones museísticas del mundo y de las que sólo se libran los cuatro grandes, pero Goldstein dice tener los mimbres para adquirir un estatus importante sin necesidad de caer en la dinámica del blockbuster, esto es, de las exposiciones que sólo quieren atraer al gran público. De entrada, su primer gran proyecto será la esperada retrospectiva de Mike Kelley, fallecido este año y con quien la directora trabajó repetidamente en su etapa californiana.



Eric Bell & Kristoffer Frick, Hunting in Heaven, 2012

Entre sus retos está tratar de transformar la estructura económica que sustenta al museo, y traer a Holanda su experiencia en la gestión estadounidense. Sabe cómo embaucar al sector privado (tal vez fue una de las razones de su fichaje por parte de las autoridades culturales holandesas), si bien es consciente de la muy variada filantropía que existe en Estados Unidos y en Europa. No en vano, no tiene reparos en decir que el dinero privado mal invertido puede tener unas consecuencias devastadoras para cualquier institución. Su posición contrasta, sin duda, con la deriva que ha tomado el museo que le encumbró hasta lo que hoy es, el MoCA de Los Ángeles, regido ahora por un tipejo millonario que ha segado de raíz la extraordinaria tradición académica que en su día implantaron la propia Goldstein y el comisario Paul Schimmel.