John Cage en la ciudad húngara de Szombathely en 1964, fotografiado por Lugosi Lugo Laszlo.



Este año celebramos el centenario del nacimiento en Los Ángeles de John Cage y también los veinte de su muerte en Nueva York. Han sido muchos los homenajes realizados a este gigante del siglo XX, en cuyas décadas centrales realizó sus archiconocidas aportaciones a la música, el arte y la cultura en general, y cuyo legado ha vuelto aflorar en multitud de fastos en su honor. La penúltima de estas revisiones viene de la mano del Museum Ludwig de Budapest, en cuyo segundo piso puede verse a partir de hoy una interesante exposición titulada The Freedom of Sound. John Cage behind the Iron Curtain ("La libertad del sonido. John Cage tras el telón de acero"), una colectiva en la que Cage dialoga con figuras importantes del arte de la Europa del Este.



Cage no terminó sus estudios y viajó a Europa con apenas veinte años. A su regreso a California, exploró con intensidad los mundos de la música y de las artes visuales sin decantarse plenamente por ninguno de ellos. Viajó a Seattle y conoció a Mark Tobey, fue a Chicago y conoció a Moholy-Nagy y se instaló finalmente en Nueva York, que ya forjaba los mimbres para arrebatar a París la capitalidad mundial del arte. Pronto cultivó la amistad de Duchamp o Merce Cunningham, y los tres se mantendrían muy unidos para siempre. Prueba de la intensa relación que tejieron la música y las artes visuales en el imaginario de Cage es que su primer concierto en Nueva York tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno. Corría el año 1943.



Cage viajó mucho a Europa del Este. Visitó diferentes festivales, como los de Zagreb o Varsovia a principios de los años sesenta, en los que participó realizando conciertos y performances que tuvieron gran eco en las diferentes comunidades artísticas. En la Europa comunista, el contacto con la obra de Cage era muy complicado, sólo accesible en la clandestinidad. Dos músicos fueron especialmente reconocidos por haber dado a conocer a Cage, Milko Lekemen y Milan Knízak cuyas aportaciones a la difusión de su obra fueron decisivas.



John Cage en el festival de Praga en 1964, fotografíado por Mirko Chvojka.

Cuando el americano participó en el citado festival de Zagreb, en 1963, conoció a los miembros del grupo Gorgona, uno de cuyos más claros exponentes, Ivan Kozaric, está siendo recuperado ahora por no pocas instituciones a partir de la atención a él prestada por, entre otros, el comisario nigeriano Okwui Enwezor. A Cage debió gustarle la actitud de Gorgona, tan irreverente ante la norma, tan poco proclive a los oficialismos imperantes y al tedioso mainstream. En sus visitas a las diferentes ciudades siempre quiso mezclarse con los individuos o grupos artísticos que ahondaran en las prácticas más vanguardistas y, como dijo George Maciunas, "cada vez que visitaba una ciudad, dejaba tras de sí un grupo de seguidores que, más tarde, admitirían o negarían su influencia, pero siempre se formaba".



No es extraño que Cage calara tan hondo en estos países, maniatados por un sistema que lejos de fomentar la ampliación de horizontes estéticos sumía a los artistas en un estéril estado de paranoia. La libertad que profesó el americano, la asunción del azar como parte fundamental del proceso creativo y un creciente posicionamiento político le llevaron a erigirse en referencia para artistas de todo el mundo. La exposición del Museum Ludwig se detiene, por razones obvias, ante la vertiente política del trabajo de Cage y sitúa en el centro de su discurso una pieza seminal, Writing thorough the Essay: On the Duty of Civil Disobedience, un trabajo extraordinario realizado por vez primera en 1985. Es un proyecto en el que toma como punto de partida la literatura y las experiencias del escritor Henry David Thoreau, autor del mítico Walden, un canto a la soledad, pero autor también de Civil Desobedience, un ensayo de carácter político en el que aboga por mantenerse al margen de la influencia y acción de los gobiernos pues estos no tienen la potestad de inferirse en la conciencia de la gente. Cage pronto se sintió atraído por esta proclamas y las adaptó a una pieza sonora cuya relación con el contexto político de la Europa del Este comunista. "We don't need governments", decía Thoreau. "Necesitamos el agua, el aire, el viento...".



A partir de esta pieza, la exposición recupera otros trabajos de Cage con los que se quiere ahondar en los ecos e influencias dejados en artistas coetáneos pero también a aquellos pertenecientes a generaciones posteriores. Ahí tenemos al gran Tomislav Gotovac, uno de los grandes referentes en la experimentación balcánica, un artista que compartió la actitud radical de Cage, o al rumano Ciprian Muresan, artista todavía joven con un trabajo político y poético a partes iguales.