Miquel Barceló. Foto: F.D.Quijano

Para Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957), la arcilla es pintura y la pintura es arcilla. Después de una década sin exponer en España, quiere demostrar esta ambivalencia con una selección de sus últimas piezas, realizadas en 2012, que presenta a partir de mañana en la galería madrileña Elvira González. Su romance con el barro ya es antiguo pero el artista lo ha ratificado con la reciente adquisición de una alfarería en el centro de Mallorca que agonizaba por la crisis del ladrillo. "Quería trabajar con el ladrillo como elemento constructivo de mi obra precisamente por esa ironía que encierra, y porque son muy hermosos per se. Oteiza ya los utilizaba. Y los romanos". Pero en Barceló todo es ambigüedad y acto seguido añade: "Bueno, en realidad he trabajado con ellos porque los tenía ahí; yo siempre uso lo que hay, es mi forma de trabajar".



La relación de la pintura y la arcilla en el trabajo de Barceló va más allá: "Trabajo ambas técnicas paralelamente, e incluso muchos de mis cuadros malos acaban como combustible del horno para cocer las cerámicas". A otros les concede a útima hora una segunda chance, los salva de la quema y se limita a ahumarlos.





Vista de una de las salas de la exposición de Barceló en Elvira González



Barceló empezó a trabajar el barro en Mali, un país con el que mantiene una estrecha relación desde hace 25 años. Allí el viento le impedía pintar y comenzó a interesarse por este material. La primera figura que hizo, a partir de una mezcla de tierra y estiércol, fue una calavera con una larga nariz. "Las primeras cerámicas que hice las llamo así para entendernos, pero en realidad eran terracotas y a veces ni siquiera muy ‘cotas'", explica. Desde entonces dice haber aprendido mucho, en especial con la capilla de arcilla que realizó en la catedral de Palma de Mallorca en 2007. Poco después vendrían las famosas estalactitas de la cúpula de la Sala de los Derechos Humanos de la ONU en Ginebra.



Al artista le entusiasma la idea de trabajar con el mismo material -arcilla y manganeso- que sus compañeros de profesión de hace tres mil años. "No es que me compare con los ceramistas griegos, pero el afán de aquellos artistas probablemente fuera el mismo que el mío". En ese sentido, "la cerámica es la forma de pintura más antigua del mundo, es el genérico de la pintura". De hecho, para Barceló siempre ha sido una forma de pintar, como también lo son el dibujo o la pintura: "Todo es un derivado de la pintura", asegura.





Una de las obras de la exposición.



Y si la arcilla es un material querido para Barceló, lo es más porque ésta que ha utilizado procede de su pueblo natal, Felanitx: "Puede que este barro tenga hasta el ADN de mis ancestros", comenta medio en broma, medio en serio. A eso se añaden las reminiscencias que estas piezas tienen de Mali, un país en el que el artista pasaba cuatro meses al año hasta que estalló un conflicto armado que Barceló teme que se convierta "en una larga guerra postcolonial". Desde dos países distintos le han recomendado que no vuelva por ahora. Pero volverá tarde o temprano, asegura. "Lo peor de esta guerra son las violaciones de mujeres, algo de lo que no aparecen datos ni imágenes", lamenta Barceló, ahora que la mujer empezaba a disfrutar de mejoras sociales como una progresiva alfabetización.



Los cuatro meses que pasaba en Mali los emplea ahora "dando tumbos", descubriendo lugares del mundo y, como siempre, otras formas de arte distintas a la tradición occidental -"la tengo muy estudiada ya"-, que siempre influyen en su trabajo. Así, asegura que sus recientes viajes a China y, en especial, al Himalaya, tienen reflejo en las obras expuestas en Elvira González.



Barceló quita hierro al hecho de que sea el pintor español vivo más cotizado internacionalmente, y asegura que eso es un dato que "sólo habla del mercado y sus mecanismos". También es parco en palabras cuando se le pregunta si ha percibido un cambio en su consideración por parte de la crítica. "No sabría decirte... Mañana lo veremos".



En cambio, opina con vehemencia sobre el IVA cultural: "Es un disparate. Si un coleccionista quiere comprar una obra mía, por ejemplo, ¿para qué va a venir a Madrid si puede ir a Singapur, donde no hay IVA?". A Barceló nunca le han gustado las ferias de arte, pero vaticina con pesar que ARCO se verá enormemente afectada por esta medida: "Si la feria ya casi era una debacle, esto va a ser la puntilla".



Manifesto de barro

Miquel Barceló



Escribí una vez que si empecé a trabajar con arcilla es porque en Gogoly-Sangha (Mali) el viento no me dejaba pintar. Seguramente así fue, pero todavía más seguro es que con esta arcilla no hacía otra cosa que seguir pintando.



Como previamente con mis cuadros tuve que empezar de cero: una vieja alfarera de Banani me enseñó donde recoger la mejor tierra y el modo de prepararla. Después de mezclarla con estiércol de camello y asno así como con cascotes machacados de viejas ollas y tinajas (chamota) amasando repetidas veces esta masa (olorosa masa) dejándola fermentar antes de amasarla otra vez se obtiene una arcilla de una cierta plasticidad -nada parecido a cualquier arcilla del comercio blandas y flexibles como plastilina- la suficiente para, al menos poder empezar a modelar algo: una cabeza.



La primera obra en arcilla dogón empezó siendo una calavera a la que pensaba engancharle dos grandes orejas. Ante la fealdad atroz del resultado, sustituí las orejas por una larga nariz puntiaguda, un poco mi nariz pero más larga todavía... Me di cuenta de que era Pinocchio cuando, entre el secado y la cocción (rudimentaria) el tamaño de la cabeza se redujo un quince por ciento. Entonces fue la evidencia misma -así suele ser siempre en todas mis obras, sean del material que sean- que la larga nariz son las mentiras que persisten a la muerte. Me lo dijo una mujer y me acuerdo: yo no suelo buscar explicaciones más allá del título, que por otra parte podría haber sido perfectamente Cap de nin amb nas llarg.



Seguramente fue cuando realizaba la piel cerámica que recubre una capilla de la catedral de Palma cuando ya fue evidente que este material era otro de mis materiales pictóricos, incluso la manera de realizar la obra, solo a puñetazos y manotazos -pero también con brochas y pinceles, drippings y goterones- a giornattas de 4 a 10 metros cuadrados, como Tiepolo, como Giotto, como el pintor de Altamira o de la cueva de la Pileta, metro a metro, día a día. La auténtica y sola medida es nuestra propia vida. Uno se va dando cuenta de estas cosas. Así, la terracota, eso que llamamos cerámica, sería como el genérico de la pintura, como el ácido acetilsalicílico lo es de la Aspirina.



Siempre me acuerdo del búho de Chauvet, trazado con el dedo índice sobre la capa de limo tierno que recubría entonces las paredes de la cueva. 25 segundos, 27 tal vez, calculo que tardó el Maestro del Dedo Meñique Atrofiado (este es su nombre) en trazar la poderosa curva de la cabeza, un poco hundida en las alas cerradas con enérgicas rayas verticales. Las dos orejas enhiestas y los dos puntos que nos miran desde el futuro. Esta gran obra maestra está hecha de arcilla, de barro, limo. Ni siquiera terracota, tierra seca: como Massacio, como todo.