Annie Leibovitz, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2013. Foto: Iván Martínez/FPA

La conferencia en el Centro Niemeyer de Avilés de la fotógrafa galardonada con el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidadesse convirtió en multitudinaria presentación de su último libro y una muestra más de su carisma de estrella mediática.




La crecida demanda de invitaciones para asistir a la conferencia de Annie Leibovitz había obligado a la organización a ampliar el aforo. El espacio entre las sillas se había reducido casi al mínimo euclidiano así que el público literalmente abarrotaba y desbordaba las localidades en la sala de la cúpula del Centro Niemeyer de Avilés. Aguardando la llegada de la última galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, las impresiones en cartón de una exposición de las 50 mejores fotografías de National Geographic circundantes de pronto parecían estampas irreales. Podía sentirse la expectación nerviosa de cada instante y ello, junto a las antorchas de las diversas cámaras de televisión que tomaban planos recurso y el bullicio almohadillado por la moqueta grisácea que cubría el suelo, daban al evento un aire de estreno con alfombra roja y estrellona de cine.



Cuando tres minutos después de las siete de la tarde Annie Leibovitz se dejó ver sin presentación previa y la nube de fotógrafos y cámaras tomó posiciones y la ocultaron de su público, la curiosidad de éste se volvió exuberante impaciencia. Cuando siete minutos más tarde Leibovitz, alta y rubia, de una sencillez neoyorquina, elegante y sonriente, al fin subió al pequeño estrado, el respetable tomó con voracidad su turno para congelar la situación en una instantánea. Una batería de decenas de teléfonos móviles y de pequeñas cámaras digitales se alzaron para dar una nueva carta de naturaleza al triunfo apoteósico y olímpico de la figura del retratista fotográfico que encarna como nadie la fotógrafa nacida hace 64 años.



Porque el triunfo de la tercera hija del matrimonio judío de un Teniente Coronel del ejército y una profesora de danza contemporánea aficionada a las películas familiares, no consiste en ser la primera mujer en exponer en la Galería Nacional de Retratos de Washington D. C. o la fotógrafa mejor pagada del mundo, ni en sus diversos premios al que hay que sumar el relumbrón del que le entregarán ceremoniosamente mañana en Oviedo. Está en haber convertido al fotógrafo, encarnándolo, en el pintor de corte de nuestro tiempo.



La conferencia que tras la descrita confirmación sin palabras tuvo lugar ayer por la tarde en la ciudad de Avilés consistió en un repaso comentado de las imágenes de At Work, su libro de fotografías más reciente. Leibovitz estuvo acompañada por Alberto Anaut, presidente de PhotoEspaña y director de La Fábrica, quien fue el primero en hablar para esbozar una presentación subrayando como las imágenes de la norteamericana publicadas durante los ochenta habían abierto una ventana a otro mundo. A su lado, el amigo íntimo de Leibovitz desde hace cuatro décadas, Robert Platz, cofundador de la agencia Contact Press, que a lo largo del acto intervino poco, tanto echando algún capote y lanzando alguna pregunta con cierto picante.?



Pero era a Leibovitz y su gigantesco y afable carisma a quien la multitud quería oír y ver y sentir. Ella lo hizo a lo largo de una hora y media, sin un horizonte claro, sin una tesis que transmitir, ni demasiada mención a la fotografía en sí. Tras agradecer el premio que va a recibir, recordó, como había hecho en la rueda de prensa anterior en Oviedo, a la que fuera su pareja sentimental durante dieciséis años, la escritora y pensadora Susan Sontag, que fue merecedora del Príncipe de Asturias de las Letras en 2003, un año antes de que el cáncer truncara su vida.



Entonces las imágenes de At Work comenzaron a proyectarse en un amplio tramo de pared blanca, flotando sobre las cabezas de Leibovitz y sus acompañantes. Arrancaron con sus prometedores comienzos cercanos al reportaje íntimo, con imágenes en B/N de su familia y sus trayectos frecuentes entre Los Ángeles y San Francisco. Luego aparecieron las primeras fotos para la primerísima etapa de la revista Rolling Stone cuando estaba enfocada a la cultura y la política de los márgenes en EE.UU. Fotos en que Leibovitz aportó su mirada decidida a los reportajes de Hunter S. Thompson o Tom Wolfe, con quienes aprendió formas alternativas de hacer periodismo y de relacionarse con los acontecimientos públicos. Y se detuvo en especial en la gira de The Rolling Stones que cubrió en 1975 provocando algunas de sus reflexiones más interesantes de la conferencia: "Me superó hasta el punto de que hoy en día soy reacia a meterme en algo tanto", afirmó, y también "hablan del alma del retratado pero también está la del fotógrafo" y un definitivo "casi no volví de esa gira".



En todo caso no dijo nada que no hubiera dicho ya antes, como puede comprobarse en el documental Annie Leibovitz, una vida a través de la cámara dirigido por su hermana Barbara en 2006. En esa misma película queda claro que fue justo después de esa gira cuando algo ocurrió con Annie Leibovitz. Como, en otro terreno, le había ocurrido a Andy Warhol, ella se convirtió en un personaje, en uno más entre las élites del espectáculo y la política, y fue cada vez más requerida por el resto de esas personalidades poderosas, alguien de los suyos, en quien eran capaces de depositar su confianza.



Como ella misma explicó ayer, la influencia de la retratista es tal que entra y sale de la Casa Blanca con frecuencia y ha fotografiado a los presidentes de su país de los últimos veinte años. Es tal que el juez del proceso-circo contra O. J. Simpson la dejó cubrirlo para The New York Times sólo porque era fan de su trabajo.



Así siguió la presentación de libro mediante anécdotas en que se convirtió la conferencia de ayer. Consistió mayoritariamente en un desfile de nombres propios pero sobre todo de sus cuerpos y sus atributos físicos o simbólicos. Empezó con John Lennon desnudo sobre Yoko Ono horas antes de ser asesinado y llegó hasta la Reina de Inglaterra en el jardín pasando por Whoopi Goldberg, los Blues Brothers, Keith Haring, Demi Moore embarazada, Carl Lewis o Arnold Schwarzenegger. Cuerpos por encima de rostros, fundamentalmente desnudos real o metafóricamente, muchas veces re-imaginados, como reconocido leitmotiv. Ese gusto por lo físico (probablemente influencia de su madre bailarina, reconoció) maridó bien con la sonora y clarificadora afirmación que pronunció en cierto momento: "el fotógrafo no capta el alma, capta un aspecto, uno de los muchos que alguien tiene".



Foto a foto, con alguna apostilla de Robert Platz, y procurando no detenerse demasiado en nada, Leibovitz fue desgranando parte del secreto de su éxito. Entre ellos destacó claro, el que se ha convertido en su sello personal: los planteamientos escenográficos, donde son habituales las referencias pictóricas. Explicó que los descubrió trabajando en una serie sobre poetas norteamericanos para Life. Luego serían desarrollados hasta el delirio en Vanity Fair o en publicidad para las marcas más exclusivas. En ellos el retratado no debe ser él sino representar mediante un papel la idea que quiera darse de él. Pero no pasó por alto otras dos características de su trabajo que resultan esenciales para entender su triunfo: la capacidad de persuasión personal para lograr que los fotografiados hagan lo que quiere y la persistencia de las relaciones con las celebridades/poderosos. En ese sentido, Leibovitz explicó que sus relaciones con los retratados son de tiempos largos y, en ese sentido, que a veces tarda diez años en hacer La Foto que estaba buscando.



Sí se esforzó la premiada por llegar hasta una de sus fotografías de Ruanda a tenor de lo cual soltó con un escalofrío "todos llegamos tarde" y de Sarajevo, donde volvió a recordar a su amante Sontag y manifestó su temor: "no sabía como me iban a recibir los demás fotógrafos. Por Vanity Fair y todo eso". Algo en esta fase de la exposición, al igual que cuando se refirió a los retratos íntimos y desde ahí a sus propios trabajos sin encargo de por medio, sonó en cierta manera a arrepentimiento por no haber dedicado suficiente tiempo y trabajo a tales aspectos.



Con la preocupación de dejar tiempo para que los fotógrafos y aspirantes a fotógrafos de entre el público pudieran hacerle alguna pregunta, corrió a través de sus imágenes y de los años, pero no pudo evitar detenerse en una foto reciente, la de Lady Gaga, que entró desnuda al set y ejecutó una pose exhibicionista sin que nadie se lo hubiera pedido. Claro, pensamos, la más inteligente de las actuales estrellas del espectáculo global sabía perfectamente lo que estaba haciendo, sabía que se trataba de entrar en la Historia, o lo que es lo mismo, en el registro del poder, mediante la confirmación de una reputación. Sabía que el simulacro, el glamour y el carisma representado en una instantánea conducen al Olimpo de estos tiempos. Eso que tan bien sabe y que tan bien explicó sin explicarse demasiado la fotógrafa de corte más importante en décadas, en una conferencia sobre el arte fotográfico en que apenas se habló de fotografía.



Tras un par de preguntas en que mostró su interés por las transformaciones de Avilés de pueblo pesquero a algo parecido Detroit (se le escapó), la ovación y los autógrafos esperaban a Annie Leibovitz.