Image: Pierre Huyghe y la abrumadora vitalidad del presente

Image: Pierre Huyghe y la abrumadora vitalidad del presente

Arte

Pierre Huyghe y la abrumadora vitalidad del presente

La muestra que acoge el Pompidou recoge obras realizadas entre 1986 y nuestros días y se caracteriza por la cercanía de la idea de deriva y recorrido libre

12 noviembre, 2013 01:00

Vista de la instalación de Pierre Huyghe en el Centre Pompidou de París

Lo decíamos hace pocos días al reseñar la exposición de Philippe Parreno en el Palais de Tokyo. El grupo de artistas franceses que alcanzaron la madurez a principios de los noventa pronto demostró su enérgico rechazo al objeto per se y centró su búsqueda en la estela que ese objeto dejaba tras de sí o en las expectativas que podía generar. Herederos del legado estético de Daniel Buren, artistas como Parreno, Pierre Huyghe, Dominique Gonzalez Foerster o Fabrice Hybert exploraron un arte de situaciones en curso, parapetados en ficciones dentro de ficciones a través del deslizamiento de referencias procedentes del cine, la literatura o la ciencia en la experiencia física del espectador. Desde la libertad que les adjudicaba su estrecha amistad, colaboraron intensamente en proyectos en lo que se hacía difícil discernir la marca personal de un artista concreto. En esta exposición de Pierre Huyghe en el Centre Pompidou se escucha el susurro de sus colegas, aunque no tanto como en la de Parreno en el Palais de Tokyo, que otorga a sus amigos un protagonismo tal vez excesivo.

No es fácil recordar una exposición individual que haya recibido un aplauso tan unánime, un aplauso plenamente justificado que tiene su eco en la cifra de visitantes, que se ha disparado desde su apertura a finales de septiembre. Tras su enorme éxito en la Documenta(13), Huyghe vive un momento mágico. Es, junto a Parreno, el único artista francés que mantiene la velocidad de crucero alcanzada en los noventa, algo que en un mundo en el que la dignidad del artista vive bajo la amenaza perpetua de las corruptelas comerciales es digno de mención. Veinte años de carrera al primer nivel empieza a ser poco común en nuestros días..


L'Expédition Scintillante, 2002. Acte 1: Untitled (Weather Score)

A su exposición se le supone un carácter retrospectivo, pero este es un término muy poco acertado para describir la naturaleza de este proyecto. ¿Cómo acotar el trabajo de Huyghe, cuando es tan difícil saber dónde empieza y dónde acaba todo, cuando ha reiterado con insistencia que una exposición no es el 'final feliz' de un proceso sino el origen de un ejercicio especulativo? La muestra recoge obras realizadas entre 1986 y nuestros días, pero no es una exposición del todo extensa. Se caracteriza, más bien, por su cercanía a la idea de deriva, que favorece un recorrido libre y abierto en el que no se observa un hilo conductor que no sea otro que la libre asociación de trabajos realizados en momentos y contextos diversos, desvanecida toda posibilidad de aferrarse a un discurso cronológico o temático.

Lo que de verdad vertebra el proyecto y lo que le otorga su inequívoca singularidad es la audaz y brillante sensibilidad con la que el artista ha compuesto el espacio. Con qué sentido de la libertad, con qué aparente sencillez ha creado el soporte para hacer balance de lo realizado, y qué poca importancia se ha dado a la hora de mostrarse ante su gente, en su ciudad, en su casa. La exposición tiene lugar en el espacio que acogió la exposición de Mike Kelley, muchos de cuyos muros se han conservado y no se han repintado, dejando las planchas de pladur visibles. Huyghe recuerda a Kelley situando su School Spirit donde se había mostrado la mítica Educational Complex del estadounidense. Así lo atestigua una roída cartela ya apenas visible.


Human en el Centre Pompidou

Porque Huyghe ha querido robarle el aura y la pompa a la idea de exposición antológica, y ha creado un ambiente más cercano a lo alternativo que a lo institucional. Hay un perfil analógico muy marcado en el recorrido, y un rechazo a la espectacularización de la experiencia, algo paradójico cuando la idea de espectáculo ha sido central en muchos de sus trabajos, algunos aquí presentes. Al contrario que Parreno, que en el Palais de Tokyo (y en el conjunto de su obra) acude sin titubeos a la tecnología para vertebrar y definir el recorrido del espectador, Huyghe recurre aquí a un dispositivo más mundano y prosaico del que se ha ausentado la estridencia. En su lugar ha vertido la vida, con hormigas y arañas que corretean por los muros. Pero, claro, todo está calculado al detalle, y hay que ser muy preciso para que la aplastante sensación de normalidad, de naturalidad, que desprende el ecosistema que aquí presenta no resulte forzada. Un mínimo descuido, un cabo mal atado, le habría hecho caer en una pretenciosidad imperdonable.

Nada más entrar en la sala, un chaval te pregunta tu nombre y lo grita con todas sus fuerzas. Uno ya no es un espectador al uso, un número más que sumar a la fría estadística, pues empieza a formar parte de la exposición, a habitarla. Somos comunidad desde el minuto uno. Domina la primera parte un espacio grande y abierto que tiene el aspecto de playground, de patio de recreo, con una pista de hielo que una patinadora surca cada cierto tiempo; su célebre Atari Light, que pertenece a la Collection Pinault (¿a quién si no?), peceras con micromundos naturales, zonas con vegetación... La luz aquí es natural y lo es en muchas salas. Hay otras que ni siquiera tienen iluminación y sorprende mucho pues albergan fotografías, alojadas aquí en la más anodina discreción. Uno pronto advierte una forma diferente de montar y distribuir los trabajos, muy lejos de toda convención. La pista de patinaje pertenece a la trilogía L'Expédition Scintillante, de 2002, a la que también pertenece la psicodélica caja de luz de la que emana la bellísima música de Satie. La caja de luz se encuentra en otro lugar, compartiendo sala junto al vídeo A journey that wasn't, y ambas se alternan en un montaje tan desacomplejado y aparentemente despreocupado como insólito.

Esta distribución en el espacio responde al modo en que Huyghe cuestiona los lugares que pueden acoger el arte, siempre suburbiales y tangenciales a lo normativo. El vídeo The Host and the Cloud(2010) es, en sí mismo, uno de esos ecosistemas, contenedor de casi todos los argumentos que dan forma a la exposición. Es un vídeo de casi dos horas filmado en el Museo de Arte y Tradiciones Populares de París, o, mejor, en los espacios intersticiales de dicha institución (escaleras, pasillos, almacenes y salas abandonadas). La atmósfera es opaca. Se suceden microhistorias cimentadas en guiños, solapamientos y repeticiones que no solo funcionan como nexo entre las historias en el propio video sino que saltan al espacio del espectador, deslizándose en la exposición.


Untitled (Liegender Frauenakt), 2012

En este sentido, la pieza tiene momentos extraordinarios. En ciertas historias aparecen personas con máscaras, una suerte de libro luminoso que cubre sus rostros. De repente, un hombre que lleva esa misma máscara pasaba junto a los visitantes y recorría junto a ellos las diferentes salas de la exposición. Le seguía Human, el ya archiconocido galgo español con su pata pintada de rosa que pobló aquel enigmático espacio en el Auepark de Kassel. Human es el gran protagonista de la exposición y no sólo por su carisma. Al recorrer junto a ti los espacios ponía de manifiesto la poderosa vitalidad del presente. Huyghe habla a menudo de la exposición como formato, algo que comparte con Parreno, un formato que es una herramienta para intensificar el presente y la literalidad abrumadora de las cosas. Toda la exposición se cifra en una rotunda temporalidad común: nada más entrar en la exposición -y al salir de ella- llueve y nieva al mismo tiempo.

Volvemos al vídeo y vemos personajes con cabezas de pájaro. Acto seguido, un hombre con esta misma máscara de pájaro aparece y se mezcla entre los visitantes para ver el vídeo. Human se sienta fielmente a su lado. Volvemos a la proyección y aparece un tipo haciendo de Michael Jackson mientras suenan los primeros compases de Thriller. El hombre rompe a bailar, pero hay algo raro en la música. El sonido no sale de los altavoces del vídeo sino que sale de entre el público. Giramos la cabeza y vemos al hombre de la cabeza de pájaro y pronto descubrimos que la música sale de un pequeño transistor que tiene en su bolsillo. Todo está hecho con una precisión máxima. Recuerda al cine de Dogma, que huía del artificio y de la mentira, que rechazaba la perversión de la realidad del cine de Hollywood denostando todo lo que pudiera restarle verosimilitud a lo narrado. Son argumentos que Pierre Huyghe hace suyos en esta exposición.