Un gran rótulo luminoso en la puerta principal del Palacio de Cristal del Retiro anuncia la entrada al nuevo Splendide Hotel, el último proyecto de la artista francesa Dominique Gonzalez-Foerster. En su interior, una habitación rodeada de mecedoras, percheros y libros proponen un viaje a 1887. Un nuevo escenario imaginario.
Siente fascinación por las realidades paralelas y las conexiones invisibles. Por las distancias relativas y los mundos imaginarios. Dominique Gonzalez-Foerster (Estrasburgo, 1965) es una de esas personas que viven en un tiempo inexacto y en muchos sitios a la vez. Casa tiene en dos, París y Río de Janeiro. Así es su mundo: mitad urbano, mitad tropical; mitad realidad, mitad ficción. Tan ambiguo y personal como los contornos de los relatos de la vida cotidiana. Un universo
fantastique.
Habla mediante frases cortas, como quien bebe a sorbitos un gran vaso de agua. De un modo u otro, en forma de río, fuente o lluvia, siempre está presente en sus películas, fotografías e instalaciones, que ya empezaron a destacar a principios de los 90. Cuenta que para ella el agua simboliza los cambios emocionales y los estados de ánimo. Tiene que ver con la idea de
tropicalización, fundamental en su trabajo: “con el deseo de reinventar, de transformar y la posibilidad de volver a empezar a través de la alteración del paisaje”. Con
TH. 2058, su intervención en la Sala de las Turbinas de la Tate en 2008, nos llevó a un completo desasosiego mediante un diluvio universal y la idea de una apocalíptica ciudad de Londres que tenía este conocido hall, lleno de camas y libros, como único lugar para refugiarse. Era una instalación sonora, como la que pudo oírse aquel mismo año en el MUSAC de León, y como la que expuso en 2007 en el Musée d'Art Moderne de la Ville de París. Lluvia tropical llena de las habituales asociaciones que acompañaban la experiencia real de cobijarse de una tormenta, a ese tipo de pausa en la que se mezcla el recuerdo y la expectación. Como una película sin imágenes. Un lugar donde proyectarnos. Un cine mental.
De eso trata el trabajo de esta artista, uno de los nombres fundamentales de la actual escena francesa e internacional: de esperas y ausencias. Sus instalaciones ponen en juego atmósferas, climas y sensaciones indecibles, donde llegan a inscribirse recuerdos, lugares y hechos cotidianos.
Es experta en introducir elementos que alteran la percepción del espacio. Los suyos han cambiado mucho en las dos últimas décadas: “De espacios íntimos y cerrados he pasado a trabajar con otros más amplios y urbanos. La escala también es ahora mayor aunque sigo trabajando sobre las posibilidades narrativas del espacio. De hecho, mis proyectos suelen estar relacionados con el hecho de pasar por ciertos lugares e ir leyendo libros sobre esos sitios”, añade.
Secreto tras la puerta
Su propuesta para el Palacio de Cristal, su
Splendide Hotel, también parte de una cita literaria y de un chubasco como telón de fondo. “Proviene de un texto de Arthur Rimbaud, Iluminaciones, que es contemporáneo a la construcción del Palacio de Cristal en 1887, año en que se inaugura también el Splendide Hotel de Lugano. El texto, bajo el título de
Después del diluvio, dice: ‘Y el Splendide-Hotel fue edificado en el caos del hielo y noche polar'. Es una historia sobre un hotel de ficción, como este que he construido en el Retiro, y sobre un arquetipo de construcción decimonónica habitual en Francia y Suiza. De hecho, Splendide se llama el hotel de Évian les Bains donde veraneaba Proust con sus padres...”, explica.
Vista del Palacio de Cristal
Da pistas a cuentagotas, sin querer desvelar el misterio que encierra una habitación transparente e inaccesible, réplica de la propia arquitectura original del Palacio de Cristal, rodeada de diez percheros y 31 mecedoras Thonet, sobre las que yacen 31 libros encuadernados de tres en tres.
Es consciente de que para el espectador es la punta del iceberg de una compleja trama narrativa llena de asociaciones y diálogos trazados con tiralíneas. Nada le interesa más que esa realidad oculta que nos rodea.
-Más allá de crear obras de arte en el sentido más tradicional, trabaja con la propia idea de exposición. ¿Por qué?
-Es el medio creativo más increíble que hay, el más difícil también, por los muchos niveles de comunicación, percepción y emoción que puedes crear.
Mi trabajo es una conversación abierta con el lugar, con el espacio, donde pueden llegar a pasar muchas cosas. A veces trabajo más con la idea de ambiente que de exposición. Con un espacio potencial entre lo real y lo virtual: agradable para caminarlo, excitante para explorarlo.
-¿Cuál es el mensaje de
Splendide Hotel?
-Como decía Duchamp, nacido también en 1887, como el Palacio de Cristal, prefiero el mensajero al mensaje.
Aquel que mira, el espectador, hace por la mitad del trabajo.
-También de Duchamp es la consigna con la que parece pelearse en cada una de sus intervenciones: ¿es posible hacer una obra de arte que no sea una obra de arte?
-Me encanta ese dilema y todavía hoy es muy pertinente. Implica situarte en el límite. Es más fácil hacer una obra de arte obvia, una pintura o una escultura, que algo que esté en el límite. A veces me he preguntado si lo que hago es arte o no. ¿Cuál es la frontera? Esa es la principal pregunta de mi trabajo. Pone al espectador en la tesitura de decidir si lo es o no.
Me gusta ese momento de duda, porque significa que te sitúas en la zona de la definición del arte.
-¿Y cuál es la suya?
-El arte es un campo de juego, un laboratorio, una obsesión, una necesidad...
-¿Su punto de partida siempre son los libros?
-Sí, especialmente el espacio intangible, el escenario que pueden llegar a crear. Son mi material de construcción. Todo empieza en ellos. Luego, investigo mucho, veo películas, viajo constantemente, hago fotos, tomo notas de todo...
Suelo trabajar haciendo croquis y mapas de ideas. Estoy atenta al azar productivo. Por la noche, en mi estudio, cuando no puedo dormir, trabajo mentalmente en silencio, y muchas veces las ideas aparecen como una aurora boreal.
Tapis de lecture (MUSAC)
En su casa la biblioteca es horizontal, con muchas pilas de libros sobre la alfombra, de ahí sus conocidos
Tapis de lecture. Las mueve, las cambia, las vuelve a apilar, especialmente sus actuales lecturas, Annie le Brun, Sloterdijk, Maupassant, Truman Capote y Beatriz Preciado. Ha pasado por muchas fases como lectora. Momento Bolaño. Momento Dostoieswski. Momento Conrad. Momento W. G. Sebald. Todos congregados de nuevo en las mecedoras del Palacio de Cristal.
Plan de escape
El momento Vila-Matas parece haber llegado para quedarse. “Es mi escritor favorito. Recientemente soñé que vivía en una habitación, y que las vistas que tenía desde allí eran pinturas...”. Sus Chambres, las habitaciones de colores que empezó a hacer a principios de los 90, aparecen de golpe como un presagio. También aquellos cuartos estaban llenos de objetos afectivos y evocaban localizaciones literarias. En sus manos ya tiene
Kassel no invita a la lógica, el último título de su autor fetiche, escrito a raíz de su invitación a la Documenta 12 de Kassel en el verano de 2012. También ella participó de una Documenta, la 11, diez años antes, con
Park, a Plan for Escape, robándole el título a otro escritor, Bioy Casares. Dice que es pronto para preguntarle por otra de las grandes citas del arte globales, Manifesta 10, que llegará a San Petersburgo en junio, aunque algo adelanta: “Estoy trabajando en una ópera llamada
M. 2062 con distintos personajes que tienen que ver conmigo: Edgar Allan Poe,
El muchacho de los cabellos verdes (1948) y Lola Montez”. Un poeta, una película y una actriz. Otra cadena de asociaciones y recuerdos. Otro viaje al pasado en clave futura.