Lois Patiño y la vibración de la tierra, el espejo de Jorge Perianes, la ninfa de Francisco Leiro o las catedrales de Manolo Paz son algunos de los platos fuertes de la presencia gallega en Auga doce.
La investigación de la relación entre el ser humano y el paisaje centra el trabajo audiovisual del artista gallego Lois Patiño desde sus obras Paisaje-Duración y Paisaje- Distancia. Hombre y naturaleza construyen, en sus creaciones, una relación íntima que se intensifica en su reciente película Costa da Morte, premio al mejor director emergente en el Festival de Locarno. La exposición Auga doce recoge una de sus piezas, En la vibración de la tierra, que nos traslada a la inmensidad de las placas tectónicas, los campos de lava, los volcanes o las cataratas, contraponiendo la energía emanada de las entrañas de la tierra con la banalidad del comportamiento humano que reduce el paisaje a una postal turística.En la vibración de la tierra forma parte del área audiovisual de Auga doce, que Patiño comparte con Línea del destino de Óscar Muñoz, Felix in exile de William Kentdrige, Russian Epiphany de Jeremy Nicholl, Water Falls Down de Dalziel + Scullion y Nuestro refugio se reduce a la noche del también gallego Xoán Anleo. En esta pieza, cuyas imágenes fueron grabadas en una jornada de entrenamiento del Club de Remo San Bartolomeu, de Meira, Moaña, (Pontevedra), se confrontan dos vídeos. En uno, la magnitud de la ría de Vigo. En el otro, el esfuerzo colectivo, el hombre en medio del paisaje y -señala el propio artista-, un "homoerotismo sutil".
Auga doce incluye, también, trabajos de otros artistas gallegos, como el pintor surrealista Eugenio Granell o los escultores Francisco Leiro, Manolo Paz, Silveiro Rivas, Acisclo Manzano, Elena Colmeiro y Xavier Toubes. Manolo Paz lleva a esta muestra sus Catedrales, columnas de piedra de cuarcita cuyo reflejo en una base de poliéster con agua produce un "efecto espejo", según explica su creador, con un "toque misterioso" de inversión hacia abajo. La estructura de la obra remite, también, a la idea de equilibrio y armonía, en un sentido casi zen.
La producción de Francisco Leiro está representada en la exposición por dos obras. La primera es Ninfa do Miño. Una mujer robusta, poderosa, con una mirada melancólica y perdida en la contemplación del río, descansa sobre una estructura de vidrio llena de agua que contiene uno de los símbolos de la riqueza gastronómica gallega, una lamprea. La segunda es, según el propio artista, una obra "más compleja", titulada Lentura, que nos remite a la humedad natural, al "aliento de la tierra" viva.
Estructurada en tres niveles, dos buzos componen la base que sostiene una mesa de la que emerge una parra de la que, a su vez, cuelga una figura extraña, como una metamorfosis desde la humedad subterránea al fruto ascendente, aéreo. Otro de los valores del arte actual gallego, Jorge Perianes, aporta a Auga doce una instalación que dialoga con el espacio del Gaiás. Un enorme espejo acoplado, a sangre, a una columna, se apoya en una estructura de madera. Su inclinación juega con el reflejo del ventanal del edificio. Aunque el propio espejo, con sus gotas realizadas con un tratamiento pictórico, no desvela nada. Por el contrario, dificulta la visión. "El espejo es un símbolo del momento actual, de la cultura de la apariencia", explica.
La muestra, que cuenta con diversos patrocinios y colaboradores privados, colabora además con dos organizaciones humanitarias, la ONG gallega Pozos de Agua Mayo Rey y Acción Contra el Hambre, que subrayan su vocación solidaria.