Luis Gordillo en su estudio. Foto: Pilar Linares

Lleva mucho tiempo pintando y, al mismo tiempo, desconfiando de la pintura. Incluso de la suya. Luis Gordillo rompe los límites del cuadro para mirarlo como un caleidoscopio, como un espejo. Sus últimas obras las presenta el próximo miércoles 9 de abril en Artium, Vitoria, bajo el título de XXL/XXI. Logotipos de sí mismo a gran formato.

Dice que empieza a estar cansado, a notar el peso de los años. 80 cumplirá el próximo agosto. Aunque su mente vive en un desfase temporal considerable, sigue tan activa y lúcida como cuando tenía 20 y empezaba a pringarse de pintura. Luis Gordillo (Sevilla, 1934) siempre ha sufrido claustrofobia temporal. La suya es una velocidad supersónica a cámara lenta, donde hoy es pasado mañana. “Mi vida ha ido siempre 15 años atrasada, a niveles vitales y a niveles estéticos”, dice. Tiene un humor cáustico y un sentido acústico privilegiado. Siempre ha tenido condiciones para la música, que estudió en su juventud, cuando terminó Derecho. Todavía hoy se sienta al piano y vive convencido de que habría tenido la misma fortuna que con el arte, donde lo ha ganado todo: el Nacional de Artes Plásticas, el Mérito a las Bellas Artes, el Velázquez... “Soy una gloria nacional, un artista reconocido al que le han dado todos los premios, con una sala en el Reina Sofía... Por ahí no puedo pedir más, pero a nivel internacional no soy nadie. Y eso marca mucho, define tu estatus como artista. Es una de mis heridas abiertas”, añade. Le gusta bromear, lanzar frases contundentes que muchas veces le llevan a callejones sin salida, aunque mira con la cautela de los tímidos cuando habla de sí mismo: “Yo soy muy sensible, ¿eh? Es importante que me quieran otros, porque para mí resulta difícil hacerlo”.



La pintura empieza, también, a superarle. “Me meto en más líos de lo que mi cabeza es capaz de asumir. Cada día lo veo más claro. Voy teniendo menos energía y mis ambiciones siguen siendo las de siempre: investigar todo lo posible, conseguir una obra potente, buena, la que se defiende por sí sola. Ahí se está cociendo una crisis gorda”.



Una de muchas. Crisicismo llama Gordillo a todo su trabajo. Un circuito cerrado, como sus cuadros, collages y fotografías, sin principio ni final, donde las variaciones son inagotables. Es su forma de estirar la pintura. La misma estructura circular tiene su estudio a las afueras de Madrid, lejos del bullicio, de ruidos, de contaminación. Aunque aquí también hay bastante polución: las obras colgadas en la pared conviven con infinidad de recortes esparcidos por doquier, como si fueran un archipiélago dinámico. “Tengo en marcha varias obras, opuestas muchas veces, que se va contaminando unas de otras. Ese es el lenguaje del estudio, el que no se interrumpe, el que te va dando el argumento del trabajo”.



Soy uno de esos artistas que tienen un lado psicológico-pesimista. El arte me sirve para defenderme de mí mismo"

Galáctico extra large

Es el que puede oírse en la exposición XXL/XXI que inaugura el próximo miércoles en Artium, Vitoria. Presenta una selección de obras de los últimos diez años, todas de gran formato. En el museo no encontramos el caótico aspecto del taller de Luis Gordillo, pero sí esa energía cambiante, donde todo está en movimiento. Darwin evoluciona, titula una de las series centrales. “Estoy constantemente haciendo una película de lo que allí ocurre. Lo fotografío todo, hago collages o lo llevo al ordenador. Todo está lleno de papeles. Son como gusanos que tienen vida. Eso es algo central en mi trabajo, de hecho ya estoy hablando de hacer exposiciones con ese material”.



Su obra más reciente sigue ofreciendo los mismos abismos de siempre aunque, dice, da “un pasito más allá”. ¿Hacia dónde? “La pintura me está llevando cada vez más a la fotografía. Se está estirando mucho el campo, como las nebulosas que van a toda velocidad. Entre un dibujo hecho en un instante y una foto o una pieza hecha al ordenador empieza a haber mucha distancia. Cada vez me resulta más difícil mantenerlo todo en la cabeza y cada día me cuesta más pintar, me refiero a pintar-pintar”.





Contraespejo-s, y Tocata y fuga, de 2012



Le pido que con varias zancadas recorra su extensa trayectoria: “Primero fue el Informalismo, cuando me fui a París en 1958. Por aquel entonces tenía unas dudas tremendas. Un día me consideraba pintor y al otro no. No sabía ni lo que hacía, pero mi obra era original, quizás el momento más acertado a nivel vanguardista. Luego llegó el Pop y la fotografía. Después la figuración geométrica, aunque ésta fue breve. Más tarde la Nueva Figuración Madrileña, y por último la neutralización del gesto, que es cuando mi obra se hace gris, verdosa y sucia. Y en esa línea estoy todavía”.



-En ese largo camino llegó, incluso, a dejar la pintura. ¿Cómo se reconcilió con ella?

-Pasé una mala época, sí. Daba clases de francés y estaba muy deprimido. Hacía dibujitos al borde del suicidio, como si me preparara para el adiós. Era un dibujo automático, más bien figurativo y con materiales muy malos. Entonces entró el psicoanálisis en mi vida, sobre 1963.



-¿Y qué lectura saca de aquello hoy?

-Todavía no me lo explico del todo... Tuve hasta cuatro psicoanalistas y pasé muchas horas hablando con ellos, pasándolo mal. No iba por capricho estético, aunque hablar se convirtió en un vicio, una dependencia. A nivel curativo, mi nivel de depresión y angustia siguen siendo muy elevados, pero a nivel práctico me sirvió. A veces tienes que bajar al fondo de ti mismo para encontrar la energía primaria. En mi obra es como una especie de agujero negro, un bolo nutritivo, de conocimiento, algo incluso erótico. Eso es muy importante en las obras recientes. Quizás sea una fantasía mía, pero aún así me funciona.





-¿Cuánto hay de sexual en esa doble “XX” del título?

-Bastante. Es algo que está ahí latente, junto a lo irónico, lo chistoso, esa idea de ir en contra de la marea generalizada, algo destructiva. Bajo cuerda, hay una forma blanda que se prolonga, que tiene una constitución sexual, una energía erótica, el deseo que es un elemento del que se habla mucho en mi obra. Un deseo real, ni abstracto ni conceptual, sino algo corporal, muy físico.



En mi pintura hay casi-seres, casi-cabezas, casi-objetos. Todo permanece en un término medio"


-Pero eso de meterse en el cuadro, ¿nada de nada, verdad?

-Eso nunca lo he conseguido. Puedo tener momentos, pero soy muy coñazo con eso, obsesivo y perfeccionista. Incluso en cuadros que parecen hechos a lo bobo tienen un proceso muy minucioso detrás. Digamos que en mi obra hay dos tipos de cuadros: los que me tiro a la piscina, hechos directamente sobre el lienzo, sin proyecto ni bocetos previos, y otros en que está todo resuelto de antemano. En la serie Contraespejos y Aparición lágrima, por ejemplo, que se exponen en Artium, hice fotos que llevé al ordenador, cambié los colores, empecé a cortar, a pegar, a crear nuevas imágenes... La problemática estaba ya resuelta antes.



-Aparte de aquellos dibujos automáticos, ¿nunca se ha permitido ser espontáneo?

-Trabajé de manera espontánea en tres litografías que hoy están en las salas del Reina Sofía. Están llenas de muñecos. Se considera lo mejor que he hecho en gráfica y es la única vez que me he permitido el lujo de ser espontáneo. Luego lo he intentado, como en la serie Duetos, de los 80, pero ahora ya no me interesa. Es una trampa porque el control está ahí, y con los años es cada vez mayor.



-¿Tiene aprecio a sus obras?

-Ahora más que antes, porque entonces tenía mucha dificultad para aceptar mi trabajo. Era tremenda la impotencia y el asco que me daba. La sensación era como si me comieran las ratas. Ahora que ya soy casi octogenario, veo que la obra se va redondeando. Es como una novela que puedo leer.





Parque Jurásico, 2009 (detalle)



Eclipse de ratón

“Te amo para que te calles, rata”, puede leerse en su Little Memories. Son breves textos escritos entre 1988 y 1999 en un cuaderno verde que también deambula por su estudio. “Siempre me han gustado las anti-cosas”, dice otra página. “Soy uno de esos artistas que tienen un lado psicológico-pesimista. El arte me sirve para defenderme de mí mismo, de mi negatividad, de los otros. Aunque nunca he sido como los otros, los que hacían derecho y sabían que tenían que ganarse la vida con eso. Yo vivía aparcado, entre paréntesis. No me relaciono bien socialmente, aunque he aprendido a disimular, a ser uno más”.



Poco a poco fue metiéndose en el lío del arte, “dándome tortazos”, dice. “Tampoco me gustaba hacer lo que hacían los demás artistas, el minimal, el povera, el arte conceptual, el body art... Yo, desgraciadamente, he nacido pintor y no tengo más remedio que aceptarlo, aunque entonces pintar era ir a contracorriente. Estaban Jasper Johns, Rauschenberg, Hockney, Richter, Tàpies... Para mí es la última generación de pintores creadores en la historia reciente. Un día me llevé una sorpresa al saber que todos tienen casi mi edad. Para mí eran viejos, maestros, como si hubieran vivido mucho antes que yo”.



A veces tienes que bajar al fondo de ti mismo para encontrar la energía primaria"

-Los problemas internos de sus cuadros, ¿tienen o no solución?

-Mis cuadros están llenos de caminos imposibles. Yo mismo habito en la contradicción. La obra de los 70, que ahora la ves y parece cómic, la comprendían cuatro gatos. Cuando empezó el arte abstracto era la cosa más rara del mundo, pero hoy no asusta a nadie. Cualquier burgués tiene en su salón un buen Saura, un Tàpies. Es nivel máximo.



-Siempre ha llevado mal eso de “artista abstracto”. ¿Por qué?

-Porque yo no hago diferencias entre abstracción y figuración. Eso son cosas de la primera mitad del siglo XX. En mi obra lo que hay son formas tomadas de la vida real, de la calle.



-¿Paisajes?

-No de un modo claro, pero hay energías que vienen de ahí. Si analizas mis pinturas verás que hay casi-seres, casi-cabezas, casi-objetos. Que todo permanece en un término medio.



-¿Por qué no se entiende el arte contemporáneo?

-La gente vive atrasada unos 10 o 15 años. Digo gente informada, con cierta cultura. Pedirle que entre en lo que hace un artista joven es demasiado. A mí ya se me hace difícil aceptar lo que hace un artista de veintitantos. Aunque la pintura siempre me interesa. Encuentro cosas que me sorprenden, veo todo lo posible. Puede que haya sobresalientes pero no matrículas. Esa pintura que cambia la historia ya no existe.



Balas de miel

Saca a colación el papel arrugado de Martin Creed que estuvo expuesto en la Sala Alcalá 31, de Madrid. “El arte requiere esfuerzo, indudablemente. Yo lo miro y comprendo que está buscando límites extremos. Hay ecos conceptuales, cierta creatividad, pero que no le pida a la gente una reverencia estética. Aunque hay muchos más casos en la historia del arte. El desayuno sobre la hierba, de Manet, tenía críticas tremendas y ahora a todos nos parece un cuadro “bonito”. ¿Será el papel arrugado de Creed maravilloso dentro de un siglo?”.



Deja la pregunta en el aire mientras recuerda lo poco aceptada que era su pintura cuando empezó. “Soy el clásico artista que se hace viejo y no puede tragar más. Siempre he estado esperando este momento en que no pudiera entender las cosas. El urinario de Duchamp, de hecho, todavía no he podido tragármelo”.



-¿Peca el arte de ser demasiado conceptual?

-El arte debe tener un discurso. Si es así, estás salvado. Pero hoy el objeto artístico es el propio discurso. Un papel lleno de teorías. Esa es la materialidad de la obra. Si no te gusta leer, estás perdido. Si la teoría del arte te resulta un poco densa, el arte no es para ti.