Daniel Canogar. Foto: Raúl Urbina

Es el primer artista español en asaltar las 47 pantallas de Times Square dentro del Midnight Moment, que cada medianoche cede este foco mediático al arte. Una conquista neoyorquina con la que Daniel Canogar se acerca de nuevo a la vulnerabilidad humana cuestionando esa tecnología que tanto deslumbra. En la galería Max Estrella de Madrid, donde inaugura el próximo jueves, nos dice que somos Small Data. Pequeños recuerdos atrapados en cacharros caducos.



Este mes cumple 50 años y confiesa que el paso del tiempo le da tanto vértigo como plantarse en medio de Times Square y saberse desaparecer entre el bullicio. La fugacidad es apremiante en esta plaza de consumo rápido y avalancha informativa, que fascina tanto como engulle. El mismo mareo, dice Daniel Canogar (Madrid, 1964), que provoca ver cómo erosiona la memoria. Para él lo importante es el gesto, el acto, el momento. El suyo no puede ser mejor. El próximo jueves presenta sus últimos trabajos en la galería Max Estrella de Madrid y en Nueva York acaba de inaugurar Storming Times Square, su propuesta para el Midnight Moment, que durante los tres últimos minutos del día y durante un mes, invita a un artista a ocupar las pantallas publicitarias más demandadas del planeta. Un epicentro mediático en el que han mostrado su trabajo Yoko Ono, Isaac Julien o Alfredo Jaar.



Canogar es el primer artista español en lograrlo, aunque llegar ahí no ha sido fácil. Las figuras que vemos escalando en las 47 pantallas de Times Square sirven de metáfora de lo que es la carrera de un artista, especialmente en una ciudad como Nueva York. "Allí encontré mi vocabulario, una afirmación de mis intereses. Es una ciudad increíble para aprender, pero es muy difícil conseguir hacerse un hueco como artista. De hecho, cierta idea de competición puede verse en estas imágenes. Invité a personas que contribuyesen al dinamismo cultural de la ciudad, como artistas, bailarines, cineastas, y también espontáneos. En total, más de 1.200 participantes se arrastraron por una plataforma mientras estaban siendo grabados por una cámara cenital. Ahora se les ve escalando la cima de los edificios, un asalto colectivo que puede recordar a la toma de la Bastilla o el asalto del Palacio de Invierno. La idea parte de mi serie Asalto, y alude a la necesidad de recuperar un espacio público absolutamente privatizado. Un lugar donde ver y ser visto, donde quedar".



Vista de Storming Times Square, que se proyecta cada día durante los tres últimos minutos de medianoche

A Nueva York llegó en 1987, poco después de que Antoni Muntadas nos recordara, desde la única pantalla que entonces había en Times Square, el mensaje subliminal que encierra cualquier anuncio con This is not an Advertisement. Por aquel entonces, Canogar tenía 22 años y ya hablaba de la saturación de imágenes desde su Brownie Hawkaye, la primera cámara de fotos que compró en el rastro por 500 pesetas y con la que inició sus foto safari por la ciudad. Hoy acumula más de 250 en su estudio en Madrid, un edificio aséptico en una calle sin salida, como su fascinación por la tecnología obsoleta: "no es más que un reflejo de un horizonte no tan lejano en el que descubriré mi propia fecha de caducidad. Me identifico mucho con los desechos electrónicos: su deterioro les hace brutalmente humanos. Si la obra de arte siempre es un reflejo de su creador, hoy más que nunca siento que mi obra está ligada a mi biografía personal: ¿me estoy haciendo yo obsoleto como ser humano, como hombre, como artista?".



Estudiar el detritus del prsente me ayuda a ver con otra mirada el momento en que vivimos"

Cadena de datos

-Justamente un montón de tecnología obsoleta es lo que encontramos en Small Data, su exposición en Max Estrella. ¿Ha encontrado ahí la respuesta?

-La serie Small Data es una reacción a una extensa investigación que hice sobre el concepto Big Data, la gran obsesión ahora en la zona de California, donde desarrollé el proyecto gracias a una residencia en Silicon Valley. Sistemas analíticos son capaces de analizar ingentes cantidades de datos que producimos en contacto con internet. Google, por ejemplo, almacena y analiza los más de 3.000 millones de búsquedas diarias que se hacen en el buscador. Según pasaban las semanas de mi residencia allí, tras un sinfín de reuniones con el sector tecnológico, volvía al estudio espantado con este sistema panóptico que hemos creado. Tenía necesidad de hacer algo muy pequeño y personal, un antídoto al mundo del Big Data. Salía al jardín y encontraba unas ramitas, una goma elástica y una pelota de golf, y hacía pequeñas esculturas que empecé a llamar Small Data. Pronto cambié las salidas al jardín por excursiones a chatarrerías y otros ‘cementerios' donde van a morir las tecnologías obsoletas. Son como vanitas.



-En este universo tecnológico, ¿quién domina a quién?

-Hay una simbiosis demasiado intensa con las tecnologías, por lo que no es útil verlas como algo que viene de fuera y nos somete. El ser humano es tan complejo como su relación con las tecnologías. Esa enrevesada relación es uno de los temas centrales de mi trabajo. Precisamente, con Small Data tenía interés en mostrar la relación emocional e íntima que tenemos con las tecnologías de consumo doméstico: los ordenadores personales, los móviles, los teclados, los mandos a distancia, las consolas de videojuegos... Física y psíquicamente, canalizamos gran cantidad de nuestra vida emocional a través de estos aparatos. Yo mismo hasta ahora he sido incapaz de desprenderme de los ordenadores que han pasado por mi vida, incluyendo el primero que compré en 1987, un Mac Plus, con el que escribí mi primer libro, y que veía como una herramienta que me iba a lanzar al futuro. Las tecnologías son espejos en los que podemos entendernos mejor. En el fondo, Small Data no habla sobre las tecnologías, sino sobre nuestro efímero paso por el planeta tierra...



-Suele decir que mentalmente ya lo hemos abandonado.

-¿Cómo si no se puede explicar la destrucción de nuestro hábitat, del que dependemos para nuestra supervivencia? Creemos que hay una salida de emergencia, que es la vida extra planetaria. Exploré esta idea en varias obras hace diez años y descubrí cómo las nuevas tecnologías parecen ofrecernos un laboratorio para ensayar una vida extraterrestre...



-Un desfase parecido es el que provoca ver tanta chatarra de lo que se suponía que era el futuro. ¿Vivimos, también, en un décalage temporal?

-Las tecnologías nos hacen sentir más jóvenes, más inmortales: siempre he pensado que ese es el gancho que nos motiva a comprarnos el último modelo de móvil, ordenador o coche. Pero pronto aparece el primer rallazo y la inevitable avería. Con las tecnologías buscamos burlar el tiempo. Sí, vivimos en un décalage temporal porque deseamos un futuro nuevo y reluciente que nunca llegará. En la chatarrería se amontonan pruebas de ese futuro quebrado.



Arqueología del futuro

-Habla como un artista-arqueólogo. ¿Lo es?

-Frederic Jameson hablaba de cómo la literatura de ciencia ficción nos permite estudiar el presente a través de la ciencia ficción futura. Algo parecido ocurre con esta idea de artista-arqueólogo: estudiar el detritus del presente como si fueran los restos de una antigua civilización me ayuda a separarme un poco del pantanoso presente, y ver con una mirada más fresca el momento que me ha tocado vivir. Esta aproximación me da, además, una libertad interpretativa para cambiar los usos de los artefactos que están presentes en mis esculturas, y así liberar otras lecturas más subyacentes, contradictorias y pulsionales que están encerradas en las tecnologías que hemos creado.



Small Data, 2014

-También está esa afinidad con las tareas de un científico. Cada vez se reivindica más la idea del artista como investigador. ¿El futuro pasa por ahí?

-Hay puntos en común entre la investigación científica y el proceso artístico. Pero también muchas diferencias que nos distancian. Por ejemplo, el arte tolera un misterio y ambigüedad que la ciencia no concibe. Creo que en los últimos años hemos abusado de ese concepto de artista-investigador. Se ha vuelto un tópico, alimentado por la pereza intelectual de muchos teóricos del arte, que apadrinan términos que en su origen tuvieron fuerza y que a base de repetirse una y otra vez se hacen aplastantemente vacuos. Es la hora de revisar este paradigma científico del proceso artístico.



El miedo a perder la memoria, mi identidad, es la gran columna vertebral de mi trabajo"


-¿Sigue interesado en el cuerpo, como al principio?

-Cada vez menos. El cuerpo tuvo gran influencia en los 80 y 90, aunque hoy el ojo se me va a un arte más abstracto, más sensorial. Me interesa la revisión del arte cinético y óptico desde lo electrónico, y la incorporación del cuerpo desde una sensorialidad digital. Todavía no sé cómo estas ideas se reflejarán en mi trabajo, pero allí están, cociéndose a fuego lento...



-Lo que perdura es su interés por la memoria. ¿Le angustia perderla?

-Creo que el miedo a perder la memoria, o lo que es lo mismo, mi identidad, es la gran columna vertebral de mi trabajo. No es un tema que haya elegido voluntariamente, sino una experiencia vivencial que me afecta profundamente. Yo tenía una memoria muy buena que, tras años sometida por el incesante torrente de información mediática, ha quedado muy mermada. Me preocupa, además, que a nivel colectivo nos olvidemos de quienes somos, porque acabaremos por cometer los mismos errores del pasado. Cada vez me apasiona más la historia, la reciente y la lejana, cómo resolvimos grandes dilemas.



-Otro de los temas siempre latentes es la destrucción ecológica que vivimos, sobre lo que claramente se posiciona...

-Desde muy joven, he tenido una gran preocupación por lo medioambiental. En este momento de gran desilusión con nuestros sistemas políticos es una de las pocas causas por las que merece la pena luchar. Cada vez me interesa más la convivencia con los animales, que me recuerdan que también yo soy un animal. Parece que tecnología y medio ambiente van reñidos y, sin embargo, creo que hay un gran potencial de colaboración. El desarrollo tecnológico del ser humano ha hecho un gran daño medioambiental y, sin embargo, creo que es la herramienta que, potencialmente, puede ayudarnos a buscar soluciones a su hecatombe.



-Empezó con la fotografía que últimamente asocia con la performance. Explíquenoslo. -Empecé tomando fotos de situaciones que encontraba al salir a la calle. Hoy, sin embargo, documento acciones que escenifico con grandes grupos de personas a modo de gran performance colectivo. Son acciones que recrean noticias o eventos que he leído en la prensa. Por ejemplo, imágenes de africanos saltando la valla en Melilla fue lo que impulsó la serie Asalto, y noticias sobre el gran vórtice de la basura en el Pacífico fue la génesis de mi serie Vórtices. Poder, artificialmente, recrear estas noticias es una forma de hacerlas mías y cambiar mi percepción sobre ellas, no como algo que ocurre allí fuera a otras personas, sino como algo que me implica a mí y a los míos. Todos tenemos que franquear distintas vallas psicológicas, profesionales y personales. Todos estamos contribuyendo al gran vórtice de la basura, aunque esté ocurriendo en mitad del Pacífico. Es una forma de asimilar eventos que me perturban y afectan, de procesarlos y situarme frente a ellos. Y, sobre todo, es una metodología que me permite escapar de la pasividad anestesiante del bombardeo informativo diario, y poder dar respuesta a través del filtro del arte.



Small Data, 2014

-¿Cree que vivimos sobreinformados?

-Soy el primero en declarar mi adicción a la información. Siempre lo he estado, pero ahora con internet necesito ponerme unos límites, reducir los blogs o páginas web que visito, administrar la información y el tiempo que dedico a esta actividad consumidora de información. En caso contrario, me siento que entro en un limbo sin sentido donde la realidad se aplana y deja de tener matices.



-Hay estudios neurológicos que dicen que el cerebro necesita un tiempo que no le damos, espacios vacíos...

-Hoy esos espacios, como esperar el metro, guardar tu turno en la sala de espera del médico o hacer la cola del pan, los llenamos con Facebook, Twitter, Whats Apps o repasando la cascada interminable de correos electrónicos. Esta pérdida de espacios vacíos en la cotidianidad tendrá secuelas: el síndrome de deficiencia de atención entre los jóvenes está escalando peligrosamente hasta convertirse en una condición neurológica paradigmática de los tiempos actuales.



-Desde la lejanía que le da Canadá, donde pasa temporadas, ¿se ven las cosas mejor o peor que en España?

-Creo que se ven algo mejor. Los viajes me han desinflado totalmente esa imagen de que en España todo es un desastre y fuera todo es maravilloso. De hecho, mientras más trabajo fuera de España, más me doy cuenta del sinsentido de este terrible complejo que tenemos. Desastres hay de todo tipo y en todas partes. El nivel de profesionalidad y exigencia de España es realmente alto; hemos hecho grandes avances y no merecemos la mala prensa que nos colgamos a nosotros mismos. Tenemos que aprender a ‘vendernos' mejor.



-Ahondemos en esa idea...

-Soy crítico con la convicción que tenemos para creernos lo que hacemos. Nos torpedeamos constantemente, injustamente, y ese auto-boicot se hace con especial dureza en el sector más profesional del arte. La crisis ha desmoronado la autosuficiencia española en cuestión de arte. Ya no podemos depender del consumo interno para manteneros a flote. La salida exterior ya no es una opción deseable, sino una necesidad si queremos sobrevivir. Además, tenemos muy pocos agentes que hagan de puente entre la actividad local y la que se practica en los grandes centros neurálgicos del mundo del arte. Más cuestionable es que no lo hagan personas que ocupan puestos en la administración pública y cuyo trabajo implica representar la diversidad de la actividad artística que se practica en el territorio nacional. Llegará alguien algún día que sepa sacarle partido a este gran filón.