Sentido/Comum, de Antonio Ballester Moreno. Foto: Ángel Calvo
La trigésimo tercera edición de la Bienal de São Paulo abre hoy sus puertas al público en el ya icónico pabellón Ciccillo Matarazzo. Insertado en el conjunto arquitectónico del Parque de Ibirapuera, este gran edificio acristalado fue proyectado por Oscar Niemeyer en la década de los cincuenta y ha albergado desde 1957 todas las ediciones de esta cita.Tras una larga rueda de prensa en la que se ha hecho mención al gran incendio que hace días arrasó el Museo Nacional en Río de Janeiro y en la que se han exigido responsabilidades políticas y compromisos futuros, Gabriel Pérez-Barreiro (La Coruña, 1970), director de la colección Patricia Phelps de Cisneros y comisario de esta edición, ha pedido a su equipo curatorial, formado por los artistas Alejandro Cesarco, Antonio Ballester Moreno, Claudia Fontes, Mamma Andersson, Sofia Borges, Waltercio Caldas y Wura-Natasha Ogunji, que lo acompañase en un segundo acto en el que uno a uno han dado brevemente las pautas para descifrar los criterios aplicados en cada uno de los siete proyectos específicos que han comisariado dentro de esta bienal, así como a los doce proyectos individuales que el propio Pérez-Barreiro se ha encargado de seleccionar.
Sentido/Comum, la propuesta de Antonio Ballester Moreno, se distribuye a lo largo y ancho de la planta baja, la que da acceso al pabellón y que es lugar de paso obligatorio para todos los visitantes. El comisariado del madrileño parte de su proyecto ¡Vivan los campos libres de España!, que ocupó La Casa Encendida el pasado año y que llega a São Paulo reforzado. Las inmensas pinturas, dispuestas sobre el gran telón de vidrio que abraza el edificio y las miles de setas realizadas por diferentes escuelas infantiles de la periferia de la ciudad, generan una muy efectiva relación con el entorno y también una monumental primera impresión. Ballester Moreno ha echado mano de figuras como Andrea Büttner, presente también en el proyecto de Alejandro Cesarco, y de una selección de piezas de Benjamín Palencia y Alberto Sánchez, cuyo Monumento a los pájaros cobra una dimensión que pocas piezas logran en toda la bienal.
Exposición de Sofia Borges. Foto: Leo Eloy / Estúdio Garagem / Fundação Bienal de São Paulo
La segunda planta deja proyectos impecables como la retrospectiva homenaje a la desaparecida Lucia Nogueira, artista brasileña casi desconocida en su país, que muestra piezas de una sutileza que emociona. También el vídeo de Maria Laet, un leve ejercicio que evidencia la imposibilidad de aislar la bienal de lo que está sucediendo fuera, y O Ensaio, la película que Tamar Guimarães ha producido de forma específica, que aporta quizás el punto más político de la cita, con una historia que refleja el racismo implícito en hechos cotidianos, la profunda división entre clases o la incertidumbre política que sufre el país. Quizás otra de las magníficas piezas que nos devuelve a esa afectividad que Pérez-Barreiro remarca en el título de la bienal sea Las dos manos de Wendy, dos fotografías que Alejandro Cesarco sitúa abrazando su comisariado Aos nossos país, una cuidada selección repleta de nombres y sorpresas gratas como las tres pinturas de la norteamericana Jennifer Packer.
Quizás algo enlatada, la tercera planta alberga los proyectos póstumos de Aníbal López y Feliciano Centurión, así como la instalación de Denise Milan o las pinturas que Siron Franco realizó tras un accidente radioactivo ocurrido en 1987 en Goiânia, Brasil.
Alejandro Cesarco: Studies for a Series on Love (Wendy's Hands), 2015. Foto: Ángel Calvo
Cierran la bienal los comisariados propuestos por Waltercio Caldas y Mamma Andersson; el primero a partir de una alusión a la propia invitación lanzada por Pérez-Barreiro y elaborada por medio de una instalación en la que sus trabajos se van comunicando con los de nombres como Jorge Oteiza, Antonio Dias, Tunga o Victor Hugo. Os aparecimentos, que así lo ha titulado Waltercio Caldas, supone un punto de anclaje que se agradece por lo sobrio y por el hecho de reflexionar acerca de lo nuevo y lo viejo, algo que piso a piso planea sobre esta bienal.Mamma Andersson presentaba su comisariado en la rueda de prensa como un catálogo de influencias y obsesiones que la han convertido en el tipo de pintora que hoy es, con una fantástica pieza sonora de Ake Hodell, una selección de fotografías de Miroslav Tichý o un par de piezas del cineasta Gunvor Nelson que se insertan en un espacio plagado de referencias a los lugares que ha ocupado el arte a lo largo de los siglos.
No es casualidad que una de las labores a las que Gabriel Pérez-Barreiro ha dedicado más tiempo en los últimos años haya sido la de situar y reivindicar internacionalmente la importancia de una figura como la del crítico y profesor Mario Pedrosa, omnipresente en el desarrollo cultural y político del siglo XX en Brasil. La bienal arranca con una suave mención a la crisis política que vive el país, y ante la cual Pérez-Barreiro ha citado y asumido -en un texto publicado el pasado domingo en el periódico Folha de S. Paulo- un discurso que, como recomendaba el propio Pedrosa para tiempos de crisis, lo ha llevado a estar del lado de los artistas. Creo que la comentada decisión de configurar este equipo curatorial es en conjunto interesante, y deja reflexiones honestas, sin embrolladas intenciones de transgredir. Echo de menos quizás, más allá del Pedrosa crítico de arte, a un Pedrosa político, que lo hubo y sufrió exilio y cárcel. Quizás ese Pedrosa se ve menos en esta bienal, que deja grandes decisiones y que se aísla como puede tras los cristales, dentro de un pabellón cuya influencia externa -de nuevo pensando en el vídeo de Maria Laet- es imposible obviar.
@AngelCalvoUlloa